27 de setiembre de 2021
En este mes de setiembre el presidente Castillo ha inaugurado, de manera dialéctica, su primavera multilateral. En efecto, luego de silencios ominosos (nada dijo, en el Perú o en el exterior, sobre la muerte del terrorista Guzmán ni rompió con Sendero) y de reiteradas muestras de incapacidad para gobernar (la crisis del gabinete se agravó en el mes) pasó al activismo internacional en busca de calor externo.
Ese salto no fue, sin embargo, obra del algún cálculo magistral sino inercia pura en el aprovechamiento de la intensificación de actividades de foros pluri o multilaterales.
Si en setiembre la Asamblea General de la ONU brinda su sede, como suele hacerlo en esta época del año, a la presencia colectiva de los jefes de Estado de los países miembros y el presidente de México convocaba, de manera extraordinaria, a una reunión de la CELAC (cuyo propósito fue transformarla en una “especie de Unión Europea” y considerar la sustitución de la OEA), qué mejor oportunidad para la presentación en sociedad de un presidente que se regodea en la victimización parroquial. Y de paso para alinearse, adicionalmente, con dictatoriales y autoritarios gobernantes (Venezuela y Bolivia) y proponer, en el camino, lemas o acuerdos ya presentados por terceros (ONU).
Y ya que el proceso lo llevaría de México DF a Nueva York, por qué no hacer un alto en Washington DC para hacer lo mismo en la OEA con el extraño e incondicional apoyo de un Secretario General que perdió, ante él, su vigor democrático.
En ese marco edulcorado por la diplomática aceptación extranjera de trajes y sombreros costumbristas y de la desatención lectora del gobernante, la aceptación de su palabra estaría asegurada. Especialmente si el debutante mandatario evidenciaba incapacidad de propuesta. Al fin y al cabo, nadie deja de aplaudir cuando un gobernante latinoamericano se refiere a la unidad regional y a la integración (CELAC), sorprende a todos con vivas a su anfitrión (la OEA), se refiere benignamente a la crisis sistémica (apenas descrita como “inestabilidad”), reitera diagnósticos ( la falta de cooperación internacional) y propone como iniciativa propia (pero para aplicación interna) un nuevo pacto social cuya versión universal había sido sugerido por el Secretario General de la ONU.
Aureolado así con una generosa legitimidad externa, una pascana en el trayecto para reunirse con un pequeño grupo de inversionistas extranjeros con intereses en el Perú exhibiendo, como toda garantía, la negación de su marxismo y de su vocación expropiadora así como el compromiso con la estabilidad económica, serviría para una publicitaria difusión en medios y para ganar la atención de algún capitalista acostumbrado al riesgo.
Pero he aquí que apenas retornado de tan bautismal periplo el Sr. Castillo ha dado a entender que mantendrá a los ministros filosenderistas en el gabinete, su ministro de Economía ha afirmado que uno de los mayores proyectos mineros (Tía María) “no va” sin que el gobierno haga el menor esfuerzo por coadyuvar a que éste mejore la tan mentada “rentabilidad social”, la Vicepresidenta Boluarte ha sostenido que lo esencial de la próxima Asamblea Constituyente será la modificación sustancial del capítulo económico de la Carta de 1993 y el gremio de gremios empresariales (la Confiep) se ha quejado públicamente sobre la marginación de sus afiliados en las comisiones de trabajo que elaboran cambios fundamentales en las instituciones del mercado.
La hipocresía gubernamental en relación a lo recientemente actuado en el exterior puede ser interpretado como praxis dialéctica típica de gobiernos de inspiración marxista. Y también puede ser expresión del doble rasero propio de algunos diplomáticos corporativos que dicen “servir al país” mientras prestan gala y racionalidad necesarias para facilitar al gobernante descaminado el logro sus propósitos sin importar demasiado el costo que éstos tendrán para el Estado.
