Si el deterioro del “momento unipolar” norteamericano ha dado lugar a una mayor distribución del poder en el sistema internacional, la crisis económica ha acelerado esa dinámica. Sin embargo, las entidades que fijan los estándares de los aspirantes a convertirse en potencias con mayor influencia no son necesariamente las entidades nacionales, multilaterales o académicas que se ocupan de manera reconocida de estos asuntos de relaciones internacionales.
En efecto, la fijación eficiente de esos estándares parece originarse crecientemente en la gran banca (la de inversión y la tradicional) cuya credibilidad predictiva ha sido puesta en cuestión tanto por su miopía en la anticipación de la crisis económica como por su participación en la gestación de la misma. Es más, la gran banca ha agregado a su descrédito la demanda de ahorro público que, para mantenerse a flote, ha debido ser satisfecha por los Estados (especialmente en los países desarrollados) y por los organismos multilaterales. Al respecto debe recordarse que buena parte del compromiso de la disposición política del G20 a “hacer lo necesario” para recuperar la economía global de la mayor recesión en 70 años se ha orientado a esos rescates bancarios que socializan las pérdidas del sistema financiero.
Sin embargo, ha correspondido a algunos notables representantes de esa fundamental actividad económica establecer el consenso político sobre la composición eventual de la nueva estructura del sistema económico internacional. Si lo que está en cuestión acá no es el derecho de ciertas oficinas de estudios económicos a predecir el panorama estratégico sino su solvencia al respecto, cabe preguntarse si las predicciones de la banca a la que pertenecen esas oficinas son tan consistentes como las percepciones globales que han emanado de ellas y que ya están establecidas.
Al respecto recordemos que bajo la calificación de países o “economías emergentes” –cuya tipología innovadora se atribuye al Banco Mundial (entidad que no está acá en cuestión)- ha emergido un consenso estratégico sobre la existencia de una nueva categoría de Estados o economías que están reestructurando el sistema y redefiniendo su jerarquía. Éste es el caso de los BRIC cuya partida de nacimiento registró Goldman Sachs (uno de los mayores bancos de inversión impulsores de la crisis) en el 2003. Aunque la autoría de la tesis corresponde al economista de esa entidad James O’Neill (Dreaming with BRICs, the Path to 2050) ésta fue publicitada por la entidad a la que pertenece con el propósito de llamar la atención sobre las oportunidades de negocios en los mercados de Brasil, Rusia, India y China que, hacia 2050 serían economías dominantes en el sistema. A su participación en el mercado global y el desarrollo de inmensas economías nacionales estos países añadirían una gran oferta tecnológica y de recursos naturales que las convertirían en actores de superior valor estratégico.
Más allá del interés corporativo que sustentó la tesis BRIC y de su significado en términos de la identificación de nuevos centros de influencia real, el hecho es que ésta ha devenido en un lugar común en el planeamiento por todo tipo de actores. Es más, los BRIC han dejado de ser una entidad abstracta al punto de que, más allá de la creciente influencia de cada uno de sus miembros, sus integrantes han conformado una asociación informal que, en el 2010, ya ha organizado su segunda cumbre con el propósito de consolidarse en el escenario multilateral y potenciar su influencia.
Siguiendo esa huella prospectiva, es ahora el BBVA (uno de los mayores bancos españoles y del mundo), el que ha lanzado una nueva propuesta categórica: los EAGLEs. A diferencia de los BRIC, este acrónimo no se refiere a potencias específicas sino a un conjunto variable de países (o economías) que, sin embargo, tiene rol y status definido: las “Emerging and Growth- Leading Economies”.
Al respecto, el departamento de análisis económico del BBVA plantea lo siguiente: asumiendo la realidad revolucionaria de las economías emergentes (más cuantitativa que de principios) entiende que la tesis de los BRIC es demasiado rígida para describir la transformación en curso. En consecuencia ofrece una perspectiva dinámica para identificar mejor a las potencias emergentes de “relevancia económica”. Así, antes que identificar a las economías que tendrán mayor participación en el mercado en el largo plazo (en este caso, ya no 40 años -como los BRIC- sino 10), le parece necesario al BBVA dar cuenta de las que más contribuirán más al crecimiento global en ese plazo.
El punto de partida es sencillo: la realidad muestra que las economías en desarrollo postcrisis (más específicamente, las economías emergentes) crecerán aún más que las economías desarrolladas de tiempos precrisis. En consecuencia lo lógico es identificar entre las economías emergentes a las que crecerán más y a las que, al hacerlo, contribuirán más al incremento del PBI mundial. Como en el caso de los BRIC esta categoría prescinde de cualquier preocupación sobre poder, desarrollo o bienestar. Pero a diferencia de los BRIC, la cuestión no es la participación en el mercado per se sino el dinamismo que las potencias emergentes generan compuesto por su efecto multiplicador.
Al respecto, el BBVA sugiere la existencia de dos nuevos grandes grupos de economías: las EAGLEs y las que pueden serlo (el “nido” de EAGLEs). Entre las primeras se encuentran China, India, Brasil, Corea del Sur, Indonesia, Rusia, México, Turquía, Egipto y Taiwán (es decir, los BRIC + 5). Y entre las segundas se agrupan Nigeria, Polonia, Sudáfrica, Tailandia, Colombia, Viet Nam, Bangladesh, Malasia, Argentina, Perú y Filipinas. El orden en que son nombradas corresponde a la importancia de su perfomance.
La primera categoría corresponde a las economías cuya contribución al crecimiento global será mayor que el promedio de las mayores economías en la próxima década. La segunda categoría, en cambio, está comprendida por las economías que probablemente aportarán más al crecimiento global que Italia (la economía menor del G7) en los próximos diez años.
Siendo dinámicas y definidas por la perfomance económica, estas categorías no son estables en el sentido de que admiten el ingreso y salida de las que se desempeñen con mayor o menor eficiencia.
Si estas categorías son avaladas por algún grado de consenso global, habrán constituido, en la percepción colectiva, una nueva jerarquía de poder aunque la cuantificación del poder no tenga participación en la configuración de la jerarquía. Y si ello ocurre, esa jerarquía estará sustentada en la discrecionalidad de quien establece qué economía se desempeña mejor que la otra.
Es más, teniendo el alto grado de falibilidad que estas mediciones suponen (los organismos multilaterales más importantes corrigen al alza o a la baja varias veces por año el desempeño de las economías de sus Estados miembros), las nuevas jerarquías tendrán una equivalente dimensión de inconsistencia e inestabilidad definida por un banco o grupo de bancos.
Ello sería marginal si estas categorías se emplearan sólo con propósitos de ilustrar las oportunidades de negocios (situación que favorece a países como el Perú que esperan mayor participación externa ya no para crecer sino para desarrollarse). Pero si, como es posible, tales categorías adquieren una dimensión política en la percepción colectiva (aunque ese factor no se incluya en la medición) el grado de competencia interestatal inducida por esa percepción podría incrementarse. Y si toda competencia política genera fricción y la jerarquía establecida atrae consideraciones estratégicas, la fricción se incorporará de facto en la organización de las nuevas categorías.
Por ello es imprescindible que los organismos políticos multilaterales y, especialmente, los nacionales procedan a cotejar estas jerarquías (y otras, como las de competitividad, etc.) estableciendo sus propias jerarquías de capacidades nacionales y se dispongan a actuar en consecuencia teniendo en cuenta el tipo de alineamiento y de inserción que hayan escogido o les corresponda. Si además de ello un país como el Perú puede sacar provecho de la calificación del BBVA, bienvenido sea.
En tiempos de cambio sistémico y de crisis financiera el termómetro del cambio ciertamente puede corresponder a los bancos, pero no debe confiarse sólo en ellos teniendo en cuenta que éstos actúan, como es natural, en función del interés corporativo prescindiendo del interés nacional o del comunitario. En tanto las percepciones sobre las capacidades sistémicas que aquéllos instalan no corresponden necesariamente a la de los Estados y organismos multilaterales que privilegian el interés público, éstos deben producir sus propias mediciones si desean disminuir los riesgos de su tránsito por el cambio de un sistema en otro.
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