La decisión norteamericana de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba (asunto que compete al Ejecutivo de ese país) y lograr el fin del embargo (materia que compete al Congreso) es, después de medio siglo, el acontecimiento estratégico más importante en la relación entre la primera potencia y América Latina.
Ello no implica, sin embargo, equivalencia con el derrumbe del Muro de Berlín que liberó a Europa del Este por la sencilla razón de que Cuba sigue siendo una dictadura dinástica sostenida por un potente Partido Comunista que priva a los cubanos de libertades fundamentales.
Este resultado, que ha implicado promesas norteamericanas de normalización sin haber recibido a cambio promesas cubanas de apertura, ha sido anunciado de manera sorpresiva en contraste con su extensa negociación (18 meses en Canadá). Ese contraste se expresa también en la unilateralidad con que el Presidente Obama anunció, a principios de su gobierno, procurar un cambio en la relación con la isla (no un cambio de régimen); y en la progresiva pérdida cubana de capacidades propias (aunque no de influencia).
De ello se concluye que la política de aislamiento diplomático y el bloqueo económico a Cuba ha sido para Estados Unidos más una carga estratégica (que la ha impedido una relación más fluida con la región) que un castigo económico para Cuba (que ha podido aprovisionarse en el resto del mundo). Por tanto, este cambio no ha se basado en el súbito “coraje” del Presidente Obama sino en el cálculo de oportunidad y forma con que debía llevarse a cabo la coordinación con la dictadura cubana.
Nos encontramos entonces frente a una decisión de carácter realista en el que la libertad no tiene aún nada que celebrar. Y sin embargo, la mayoría de norteamericanos y de latinoamericanos celebran. ¿Por qué?.
Los primeros porque desean deshacerse de la “hipoteca cubana” que, en los viejos tiempos, casi produjo una guerra mundial (1962) y exportó violencia subversiva a la región, y que en tiempos contemporáneos limitó el conjunto de su relación con América Latina.
Y los segundos, porque la mayoría tiene la sensación de que se ha iniciado el desagravio a “uno de los nuestros” sin recordar que el castrismo nos agredió, desestabilizó y fragmentó sistemáticamente. Y porque la minoría cree que Fidel ha vencido culminando otra gesta gloriosa en medio de la miseria, la falta de libertades y de una realidad de la que sólo se escapa arriesgando la vida.
Si desde esa altura moral, Cuba se ha dado el lujo de declinar su retorno a la OEA cuando éste le fue franqueado en el 2009, hoy pueden esperarse tres cambios: una recomposición hemisférica que quizás deberá afrontar demandas de cambio sustantivo, una parcial apertura cubana cuya plenitud aguardará la flexibilización post-castrista empujada menos por el PC que por la sociedad cubana y una mayor disposición norteamericana a involucrarse en una América Latina ya incorporada a una sistémica competencia de poder en la que Cuba no está en el lado liberal.
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