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Alejandro Deustua

Crisis en Occidente Desarrollado

9 de octubre de 2024



Una crisis de gobernabilidad ha emergido en casi todo el Occidente desarrollado. La crisis de liderazgo y el malestar social son allí tan evidentes como los esfuerzos para contener electoralmente a las fuerzas del descontento. Ese esfuerzo de contención refleja tanto la incapacidad de resolver las crecientes demandas ciudadanas capturadas por partidos de derecha de diversos grados de radicalismo como la debilidad progresiva de los liderazgos y de los partidos de gobierno.


La fractura social en Estados Unidos y Europa tiene muchas explicaciones. En la primera potencia éstas abarcan múltiples factores (inseguridad familiar y ciudadana, desigualdad económica, problemas étnicos y de inmigración) que estimulan a algunos a afirmar que Estados Unidos está hoy más dividido que a mediados del siglo XIX (Chatham). En ese marco, la ilegitimación del contario llega al punto de polarizar las percepciones de bienestar.


Así,  mientras los representantes demócratas exhiben la buena estadística económica (altos niveles de empleo, reducida inflación en proceso de consolidación, moderado y continuo crecimiento económico, de inversión y consumo y un mercado bursátil batiendo récords) (Deloitte), representantes republicanos -con el candidato Trump a la cabeza- se esmeran en resaltar lo mal que le va al ciudadano. Y si la data del instituto Pew mostraba a principios de enero que sólo el 26% de los estadounidenses consideraba que la economía marchaba mejor, la suma de los que afirmaban que ésta se mantenía igual y los que sentían mejoras arrojaba una mayoría de 67%  (sólo 33% sostenía que estaban peor). A pesar de ello el candidato Trump encabeza las encuestas.


Hoy, este problema de disociación y polarización perceptiva se ha transformado a una contienda de capacidades cognitivas entre dos candidatos de avanzada edad sin reemplazo a la vista. Al respecto, es claro que el reciente debate presidencial ha expuesto al presidente Biden de manera preocupante para todos. Como es evidente, ese problema no es súbito. Sin embargo, el presidente y sus asesores afirman lo  contrario a lo que todo el mundo ve y se aferra a la candidatura aduciendo que es el único que puede derrotar a Trump.


De otro lado, el candidato Trump tampoco mostró dotes intelectuales impecables en el debate mientras que su incapacidad para abordar temas complejos se evidenció en su excesiva afición por versiones ultrasimplificadas de la realidad (MAGA). Éstas van mucho más allá que su posición aislacionista y proteccionista. No sólo añaden fragor a un mundo fragmentado sino que su consideración se basa en formulaciones megalómanas: será él quien, personalmente, termine con guerras entre beligerantes arraigados, triunfará en contiendas entre grandes potencias y registrará en la historia que él no instigó la televisada insurrección en Washington.


Que la contienda presidencial de la primera potencia se lleve a cabo entre dos candidatos con serios problemas de edad y divorciados de la realidad es un riesgo para la comunidad internacional.


En Europa, de otro lado, una insensatez distinta ha sido el factor detonante de la crisis de gobernabilidad que afrontan especialmente las principales dos potencias de la Unión Europea. Unos comicios parlamentarios que debieran renovar sólo el brazo legislativo de la unión política regional han sacado a flote las intensas divisiones nacionales en Francia y Alemania. Aunque el incremento de la bancada de la denominada extrema derecha europea no pudo destronar a la de los partidos de centro, aquélla generó una hecatombe en Francia y el serio debilitamiento de la coalición de gobierno alemana.


Para “clarificar” el escenario el presidente Macron  convocó sorpresivamente a elecciones parlamentarias anticipadas en su país. Luego de que en la primera vuelta triunfara la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, el partido del presidente (Ensemble) y el Nuevo Frente Popular (NFP) de izquierda llegaron a extremos para evitar un eventual control del gobierno por el heredero del viejo partido del fascista Jean Marie Le Pen. En medio de la conmoción republicana, el NFP dispuso el retiro de los candidatos que no tenían posibilidad de triunfo para evitar dispersar el voto. De ello resultó el triunfo del NFP en segunda vuelta mientras Ensemble, aún perdiendo cuota parlamentaria, alcanzó el segundo lugar y nadie logró la mayoría absoluta con la que se podría haber formado gobierno con la probada disfuncional figura de la “cohabitación”. El resultado no asegura la estabilidad del gobierno del presidente Macron quien, para disminuir riesgos, mantiene al Primer Ministro  Gabriel Attal mientras pueda proponer a uno nuevo en medio de las manifiestas fisuras del NFP. La política exterior francesa se resentirá y en consecuencia también la versión de Macron sobre la “autonomías estratégica” europea y del apoyo a Ucrania. Debido a los excesos del trasnacionalismo europeo, sus elecciones parlamentarias han terminado debilitando a uno de sus pilares nacionales fundamentales.


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