Consecuencias de la Presencia Terrorista en PaĆses Vecinos
- Alejandro Deustua
- 9 feb 2007
- 3 Min. de lectura
El gobierno de Bolivia ha tenido hasta, hace poco, un asesor presidencial de origen peruano solicitado por el Ministerio Público del Perú por la comisión de actos terroristas.
El gobierno de Bolivia tiene el derecho a la duda sobre la materialización del delito por el imputado asesor. Pero lo que no puede hacer es poner en tela de juicio los indicios que han motivado, de parte peruana, una orden de captura de ese agente que puede evolucionar a una solicitud de extradición. Ni los tratados bilaterales ni la relación de integración profunda admitirĆan una denegación boliviana sobre esa eventual solicitud con la excusa de que el denunciado es un refugiado polĆtico. Pero, al margen del desenlace de estos hechos, lo que el caso muestra no se reduce a la vulnerabilidad del gobierno boliviano a influencias originadas en lo que normalmente se define como amenazas globales. Lo que muestra es el resultado de polĆticas de denegación de presencia terrorista en territorio boliviano cuando el terrorismo campeaba en el PerĆŗ.
En efecto, durante el apogeo de la lucha antiterrorista en el PerĆŗ el gobierno de Bolivia negó sistemĆ”ticamente la presencia de terroristas del MRTA y de Sendero Luminoso en su territorio (especialmente en El Alto). Esa polĆtica de denegación de una realidad patente se basó en el intento de no complicar al gobierno boliviano en el conflicto interno peruano y, probablemente tambiĆ©n, en la necesidad boliviana de no ser identificado como un Estado que brindaba protección a agrupaciones terroristas.
Si el gobierno boliviano hubiera tomado las acciones preventivas contra esos grupos la polĆtica denegatoria de su presencia habrĆa tenido sentido y relevancia. Lamentablemente esas acciones no se llevaron a cabo o, si se realizaron, fueron extremadamente dĆ©biles. Como consecuencia de ello, los terroristas que buscaban refugio en El Alto no sólo se mimetizaron con la población local sino que algunos de sus miembros se organizaron luego en bandas criminales que perpetraron delitos armados de gran escala en La Paz. El crimen organizado y violento se arraigó en Bolivia para luego transnacionalizarse.
Esta debilidad es la misma que el PerĆŗ pudiera estar mostrando hoy en la frontera con Colombia. AsĆ, mientras autoridades loretanas aseguran que hay presencia de las FARC en esa parte del PerĆŗ, el gobierno lo niega otorgĆ”ndole a esa afirmación una dimensión menor y a los hechos, una recurrencia no sistemĆ”tica. Las consecuencias de esa polĆtica son, hasta hoy, motivo de una buena relación bilateral de seguridad peruano-colombiana que implican a las fuerzas armadas y policiales de ambos lados de la frontera. Ello, sin embargo, puede cambiar en el futuro si se comprueba la hipótesis de una presencia mĆ”s sostenida de las FARC en territorio peruano dinamizada por los vĆnculos que establece el narcotrĆ”fico en la zona. MĆ”s aĆŗn cuando la hipótesis incorpora un amplio escenario de realización que, proyectĆ”ndose a lo largo de la ceja de selva peruana, llega hasta el valle del Huallaga y el VRAE (es mĆ”s, algunos estiman que la presencia de agentes del narcotrĆ”fico colombiano protegido por las FARC se extiende hasta Bolivia).
El PerĆŗ no debiera seguir el ejemplo boliviano en esta materia si no desea toparse con una realidad de desborde o spillover manifiesto en alguna localidad peruana favorecida por el proceso de descentralización (especialmente en aquellas zonas, como en el VRAE, donde la autoridad polĆtica se sustenta en el movimiento cocalero que, ciertamente, tiene contacto con agentes del narcotrĆ”fico).




