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  • Alejandro Deustua

Complejidad Emergente en el Medio Oriente

Aunque el asalto por marinos israelíes a un convoy de procedencia turca que pretendía llegar a Gaza es ciertamente un problema humanitario, es también el producto de la irresponsabilidad de organizaciones civiles turcas que buscaron desafiar a un Estado en el plano militar.


Si los efectivos israelíes se excedieron en el uso de la fuerza aunque están preparados para actuar con prudencia, los organizadores de la “flotilla de la libertad” (incluido el gobierno turco que permitió su partida de puertos de ese origen) procedieron irresponsablemente y con dolo al buscar –y lograr- la reacción violenta israelí.


De esta manera el inveterado conflicto palestino-israelí, que pasaba por un período de marginalidad mediática por la prevalencia de los conflictos en el Asia Central (Afganistán, Irak, Pakistán), se ha reposicionado en el centro de la atención pública gracias a una penosa interacción de acciones de cuestionable finalidad y de nuevos y peligrosos actores (la militancia “civil” turca).


Ello muestra que los derechos que, en un escenario ideal, deberían respetar las partes para superar el conflicto regional más antiguo del mundo seguirán confrontados en su perversa dinámica de suma cero. Y lo harán, como usualmente, sin horizonte de solución a la vista a pesar de la existencia de un conjunto marcos institucionales y de Estados interesados en su solución.


En efecto a pesar de las hoy menguadas acciones del poderosísimo Cuarteto (Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la ONU), de los diferentes procesos negociadores (el último de los cuales cuajó en el hoy frustrado acuerdo del 2005 sobre movimiento de personas y acceso entre Israel y la Autoridad Palestina), de los esfuerzos de los enviados especiales norteamericano y del propio Cuarteto (George Mitchell y Tony Blair, respectivamente) y de las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que se ocupan de una solución pacífica, palestinos e israelíes siguen atrincherados en sus respectivas posiciones.


En efecto, la acción israelí sobre la desafínate flotilla turca y la de los “activistas” que tomaron como pretexto una causa humanitaria se dan precisamente contra las disposiciones de la resolución 1860 del Consejo de Seguridad. Esta, adoptada en el 2009, dispone, de un lado, la no obstaculización del flujo de la ayuda humanitaria en Gaza y la creación de corredores viables (es decir, no de “militantes”) a estos efectos, y del otro, condena todas las formas de violencia y terrorismo en la zona, dispone un cese del fuego estable, llama a una negociación de paz y demanda a la reconciliación entre palestinos.


Como es evidente, la acción israelí contra la flotilla y el bloqueo marítimo de la franja de Gaza impide la distribución de la asistencia en pertrechos no bélicos que la población de ese territorio palestino necesita. Pero, como es evidente también, Gaza sigue gobernada por el Hamas, organización que no ha depuesto el llamado a la destrucción de Israel, que lo ataca esporádicamente con misiles rudimentarios y que practica el terrorismo en el área. En estos hechos reales justifica su acción el Estado israelí.


De otro lado, la reconciliación palestina parece tan lejana como el rompimiento de 2007 del acuerdo de “unidad nacional” eventualmente alcanzado entre Al Fatah (que gobierna Cisjordania) y Hamas (que gobierna Gaza).


Mientras ello ocurra y Al Fatah no cambie de posición, el inflexible gobierno israelí no negociará con este último grupo y mantendrá el bloqueo a pesar de que éste atenta contra la libre navegación en el área, hecho que la Resolución 242 del Consejo de Seguridad intentó prevenir en 1967.


Pero en tanto el resto de lo mandado por esa Resolución (como ocurre también con las resoluciones 1515, 1397 y 338) no se ha implementado en la zona (al margen de la “paz justa y duradera” reclamada, no se ha producido ni el retiro pleno de las fuerzas israelíes de territorio ocupados (Israel se ha retirado de Gaza y de la Cisjordania pero no lo hará de Jersualem), ni se ha concretado el derecho israelí a vivir en paz y en fronteras seguras, ni la solución justa de los refugiados palestinos se ha producido (y parece, más bien, lejana), ni la situación de beligerancia palestina ha concluido (es más, existe el riesgo de una nueva intifada).


A ello se agrega, las complicaciones del contexto inmediato, esta vez azuzado por la disposición iraní a acabar con Israel y, más recientemente, por la redefinición de la posición turca (que ha mutado de la aproximación responsable con Israel al alejamiento impulsado por nacionalistas e islamistas) y la posibilidad de que ella fragmente la débil unidad de los miembros de la OTAN en la materia y otorgue un rol mayor a Rusia.


En consecuencia la “solución integral” que supone la existencia de dos Estados (uno israelí y otro palestino), colindado con fronteras seguras y desprovistos de amenazas no sólo no tiene posibilidades de realización mediata sino que parecen ingresar a una fase de alejamiento para retornar, quizás luego, a una fase de aproximación ya típica del círculo vicioso del Medio Oriente.


Pero si ello ocurre lo hará esta vez peligrosamente enmarañado en la complejidad de la recomposición de fuerzas sistémicas externas de la que forman parte otras potencias emergentes (como Turquía y Brasil). Si éstas no desean producir un conflicto mayor, quizás sea hora de que su nuevo status se oriente a buscar una solución presionada antes que a favorecerse con nuevos balances de poder o de prestarse a la manipulación por “nuevos actores” no estatales en el área.



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