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Alejandro Deustua

Chile: El Programa de Gobierno de la Dra. Bachelet

Luego del triunfo de Michelle Bachelet con 47% de los votos contra el 25% de Evelyn Matthei, los chilenos deberán esperar hasta mediados de diciembre para formalizar, en segunda vuelta, el triunfo de la primera (y hasta marzo de 2014 para su asunción al poder).


Como se sabe, la insuficiente mayoría obtenida en el Congreso por Nueva Mayoría sobre la Alianza por Chile reclamarán negociación para procurar cambios constitucionales y otras reformas sustantivas (especialmente en educación y redistribución tributaria).


Ésta no será tersa si se considera que Nueva Mayoría ha ampliado la antigua Concertación –que llevó a Bachelet a su primera presidencia- a partidos de izquierda más extrema como el Partido Comunista que, junto con otros más pequeños deben su renacimiento al movimiento de protesta estudiantil que puso en jaque al gobierno del Presidente Piñera.


En otras palabras, las reformas de la agenda de gobierno de la Presidenta Bachelet probablemente combinará el debate parlamentario con la presión en las calles. Si la participación de las nuevas generaciones en la política es necesaria, ese estilo de movilización puede generar algo más que ruido político en Chile (y en la región) a partir del 2014.


A esa primera contradicción (que implica que el triunfador pudiera extralimitar sus métodos superando la disposición conciliadora de su líder político) se añade la que indica que el incuestionable progreso chileno a los largo de la última generación ha generado también insatisfacción.


El lugar común que intenta explicar esta segunda contradicción se resume en el malestar con la inequidad social y en el incremento de las expectativas de clases emergentes en relación a los servicios públicos que éstas desean disfrutar. Si esta contradicción reflejara crisis, ésta es una de crecimiento como dirían ciertos políticos peruanos.


En este rubro, sin embargo, las percepciones se alejan de los hechos. Más allá del disgusto con las instituciones (que es mayor en otros países) esa brecha indica que existe un factor de irracionalidad en el comportamiento político chileno.


En efecto, mientras que en 1992 (a pocos años de recuperada la democracia) en Chile el índice Gini aplicado a Chile era de 55.52 puntos, en el 2010 había éste ha bajado a 52 puntos luego de un repunte en el año 2000 (Banco Mundial). Es decir, la desigualdad, que es lo que el Gini mide, ha bajado en Chile aunque siga siendo alta.


Y mientras que en 1990 la pobreza acosaba al 38.4% de la población chilena (y la indigencia a 12.8%), en el 2011 la pobreza había descendido a 14.4% (y la indigencia a 2.8%) en Chile según el PNUD. Éstas cifras coindicen con la estadística nacional del CASEN bajo el gobierno del Sr. Piñera.


Si la pobreza bajó 24 puntos bajo gobiernos democráticos de la Concertación (de lo que el primer gobierno de Bachelet formó parte) la brecha de pobreza se sitúa ahora ligeramente por encima del 0.5% del PBI.


En consecuencia no debieran ser estos hechos los que fundamentan esencialmente la intención de cambios radicales en Chile. Otros de carácter subjetivo pueden están más relacionados con las percepciones que desatan esa necesidad.


La percepción relevante en esta materia está referida a la satisfacción con la vida personal y con la sociedad en que se vive. Y según el PNUD “los chilenos están cada vez más satisfechos con sus vidas, pero (son) críticos con su sociedad” (Ibidem).


¿Cómo explicar esta tercera contradicción que implica que los ciudadanos reconozcan satisfacción personal creciente pero también creciente insatisfacción social? El PNUD no explica al respecto el choque entre las expectativas crecientes y su frustración pero sí clasifica a los ciudadanos vinculados a ellas: los “satisfechos y conformes, los satisfechos y descontentos, los insatisfechos y conformes y los insatisfechos y descontentos” (Ibidem).


Resumiendo estas cuatro categorías, el PNUD sostiene que “la mayoría considera que hoy su vida es mucho mejor que hace 10 años (55%) y el promedio de satisfacción con la vida, en una escala de 1 a 10, es de 7.3”. El problema, entonces, no parece ser tanto la desigualdad material (que se ha reducido) sino la desconfianza con las instituciones, la desigualdad de oportunidades y el concepto de “bienestar subjetivo”.


Así, “mientras el 90% del grupo ABC1 se encuentra muy satisfecho con su vida y el 56% del grupo E declara lo mismo”, “las oportunidades que el país entrega a las personas…en ciertos ámbito, como seguridad humana y participación” merecen “nota roja (4.1) (5).


Ésta parece ser la razón fundamental de la radicalización de la candidata Bachelet más allá de lo que su antigua ideología pudiera indicar. En este marco, su programa de gobierno traduce equivocadamente la baja “satisfacción subjetiva” como desigualdad (que el Banco Mundial dice que se ha reducido). Y la receta indica que, para corregirla, es necesario “incluir para crecer” (6).


No es éste, por tanto, un asunto de deficiencia económica estructural sino de distribución.


En efecto, la economía chilena (como la de Perú Colombia y Uruguay) está bien gestionada. Aún así, el crecimiento chileno se ha moderado. Más específicamente, Chile crecerá este año 4.4% y 4.5% el próximo cayendo de 5.8% y 5.6% en el 2011 y 2012, respectivamente (FMI).


Sin embargo el desempleo continúa por debajo de su tasa natural revelando estrechez en el mercado laboral y niveles salariales (Idem) que favorecen el incremento de la demanda a pesar de la caída de las exportaciones (fuertemente correlacionadas con el menor precio del cobre).


Ello debería contribuir a aliviar el malestar aunque implique una tendencia al incremento del déficit en un contexto de fuerte decrecimiento de la inversión extranjera (-26% en el 1er semestre del 2013 en relación al 1er semestre del 2012 según la CEPAL).


Este descenso de los flujos hacia Chile ha ido acompaño del decrecimiento de la inversión chilena en el exterior (-71% en el 1er semestre en relación al mismo período del año anterior)(Idem) compensando en algo la brecha de financiamiento.


De otro lado, la recuperación post-crisis ha sido superior a la de Brasil y la de la inversión en su conjunto también. Chile sigue siendo una economía confiable y con una fuerte inserción internacional (que, por los precios de los commodities, tiene el costo de la vulnerabilidad).


Antes de la crisis, el sector externo chileno constituía el factor más dinámico del desarrollo según autoridades de los gobiernos de la Concertación. Y después de la crisis el peso de las exportaciones en el PBI sigue siendo alto (38% del PBI en el 2010 y 2011 aunque en el 2012 la relación cayó a 34% del PBI). Si se agregan las importaciones, se entenderá que la inserción chilena en el escenario global es vital para esa economía.


Sin embargo llama la atención que el programa de gobierno de la candidata Bachelet no reconozca ese factor y que lo redefina confundiendo el proceso de globalización (que no ha dejado de ser una realidad) con las formas que ha venido adoptando.


Esta es la cuarta contradicción chilena (subrayada esta vez por las políticas que propone emprender la Dra. Bachelet). En ella se privilegiará el UNASUR y el CELAC menos por razones de vecindad –que es la cuestión fundamental- que por un diagnóstico procesal del fenómeno global: el fracaso de “las dinámicas de la globalización” que estimulan la formación de grandes bloque regionales.


Tenemos la impresión de que el programa de la Sra. Bachelet confunde la globalización, de la que Chile se ha beneficiado tanto y a la que continúa tan ligado, con el deterioro del multilateralismo (que el fracaso de la Ronda Doha ejemplifica tan notoriamente). Teniendo en cuenta que Chile ha sido electo como miembro no permanente del Consejo de Seguridad para el período 2014-2015, una visión más optimista de esa forma de política exterior basada en propuestas que aún no han sido expuestas le vendría bien al vecino y a la región.


Especialmente a esta última donde el nacionalismo antiglobal se ha acentuado y donde el consenso liberal sobre los valores que deben regir los órdenes internos (como la democracia representativa) se ha quebrado.


Es más, en ese quebrantamiento el programa de la Sra. Bachelet ve una diversidad provechosa. Esa parece una aproximación conformista y de convivencia declarativa con el arraigo nacionalista y propenso a un muy rudimentario y peligroso realismo político basado en un primitivo balance de poder. Esa aproximación posterga el esfuerzo eficiente por la integración (por lo demás, difícil de proponer en el UNASUR si no se disponen de reglas comunes para la convergencia económica y política).


De otro lado, el programa en cuestión considera que la relación con los vecinos está sesgada por el economicismo en un contexto de ideologizado.


Ello es cierto. Pero a lo primero contribuyó activamente la Concertación en procura de integración impulsada por las élites empresariales. En lugar de reemplazar lo que existe (o de sugerirlo) sería mejor mejorar ese proceso en el nivel nacional y regional distinguiendo entre integración y cooperación e incluyendo más visiblemente a actores relevantes como las pymes.


Ello es de especial importancia cuando la Alianza del Pacífico brinda el escenario latinoamericano de integración más viable y moderno basado en intereses complementarios intra y extra –regionales. Éste no ha sido diseñado en una mesa de negociación sino que ha emergido de visiones y prácticas conjuntas de los respectivos órdenes políticos y económicos locales y regionales.


De otro lado, frente a la realidad de la emergencia de nuevos escenarios de defensa en el Norte y Oriente de Suramérica (es decir, los escenarios ideologizados a los que se refiere la propuesta), el programa de la Sra.

Bachelet sugiere superar los mecanismos de disuasión para pasar a la cooperación. Ello es loable como expectativa idealista, pero poco creíble en la práctica. En esa materia como en otras la región avanzará selectivamente. Por ello es necesario que el programa de la Sra. Bachelet se preocupe más por los que pueden avanzar con Chile y menos por los que desean quedarse atrás.



(2) PNUD: Comunicado de Prensa Santiago, 23 de agosto de 2012

(6) Programa de Gobierno de Michelle Bachelet 2014-2018



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