Chile: De la Protesta Social a una Nueva Constitución
- Alejandro Deustua
- 24 may 2021
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Hace dĆ©cada y media (16 aƱos en realidad) el presidente Lagos promulgó importantes reformas a la Constitución chilena de 1980. Se trataba de reformas institucionales que, segĆŗn Lagos, suponĆan un cambio radical de la Carta elaborada durante la dictadura pinochetista.
El presidente chileno sostuvo entonces que su paĆs podĆa contar con āuna Constitución que ya no nos divideā¦que es democrĆ”tica⦠porque no da lo mismo que las futuras leyes de la RepĆŗblicaā¦. se discutan y aprueben en un Senado Ćntegramente elegidoā¦.(en lugar de) un Senado integrado por senadores designados o vitaliciosā (como lo era Pinochet al dejar la presidencia).
AdemĆ”s, los cambios implicaban dejar de reconocer a la Fuerza Armada chilena como āgarante de la institucionalidadā, el fortalecimiento de la capacidad fiscalizadora del Congreso, la reestructuración del Tribunal Constitucional al tiempo que se reducĆa el perĆodo presidencial de 6 a 4 aƱos entre otras modificaciones.
Posteriormente la presidente Bachelet intentó realizar aún mÔs cambios que no fueron reconocidos por el conjunto social.
Hoy Chile acaba de elegir a los integrantes de una Convención Constitucional que, a la luz de la consolidación de una mayorĆa de independientes y representantes de la izquierda, suman mĆ”s de los dos tercios requeridos para aprobar las nuevas normas constitucionales. De otro lado, la agrupación de la derecha Vamos por Chile no alcanza el tercio necesario lo que indica que su rol no serĆ” determinante sino apenas āsuavizadorā de las reformas.
En este escenario lo esperable es que la nueva Constitución modifique lo establecido en los capĆtulos económico y social que las reformas polĆticas del expresidente Lagos no desearon abarcar. AquĆ©llas probablemente tengan como eje la modificación del rol socio-económico del Estado que, de āsubsidiarioā, pasarĆ” a disponer de mayores capacidades reguladoras.
Aunque una buena mayorĆa chilenos es optimista respecto del cambio de las normas que regirĆ”n el orden interno, se debe tener en cuenta que, a pesar de la importancia de lo que estĆ” en juego, la participación electoral no llegó al 50%. En principio, ese minoritario nĆŗmero de votantes voluntarios no parece suficiente para otorgar legitimidad a la nueva Carta Magna. Pero Ć©sta situación serĆ” corregida mediante el referĆ©ndum aprobatorio en el que participarĆ”, de manera obligatoria, la totalidad del electorado chileno.
A este nuevo escenario se llegó a través de un largo proceso caracterizado por la protesta sistemÔtica de movimientos sociales cuyo origen puede ubicarse en el 2006 cuando estudiantes secundarios, reclamando por una mejor educación pública, llegaron a forzar su ingreso a la sede del Ejecutivo chileno. De allà en adelante la movilización social en Chile se fue extendiendo mientras el gobierno no alcanzaba a solucionar las controversias internas mediante la negociación.
Asà en 2011 la protesta ya se desarrollaba en diferentes circunscripciones territoriales contra la desigualdad social y en 2018 la movilización regresó a las aulas, esta vez universitarias, de la mano del movimiento feminista que protestaban por el maltrato general a las mujeres a propósito de un caso de violación.
Y, tal como ocurrió en el gobierno de Dilma Rouseff en el 2013, cuando un incremento del precio del transporte urbano desató protestas plurales e indefinidas a lo largo del Brasil, un incremento del precio del boleto del metro santiagueño dispuesto por el presidente Piñera en 2019 movilizó primero a los estudiantes para extenderse rÔpidamente a otros sectores.
Pero esta vez hubo una diferencia en el movimiento: la ampliación indefinida del contenido de la protesta y la violencia que la instrumentó. Ćsta llegó a extremos vandĆ”licos incrementando el malestar general por lo que se consideró uso excesivo de la fuerza en el esfuerzo para contenerla. A pesar de que el presidente PiƱera retiró la medida, la protesta violenta se extendió copando el nĆŗcleo de cohesión chileno (Santiago, Concepción y ValparaĆso) y escalando las demandas hasta la exigencia de una nueva Constitución.
El presidente PiƱera convocó entonces (2020) a un plebiscito para que la población decidiera, por la vĆa democrĆ”tica, si efectivamente deseaba una nueva Constitución. Y, si la respuesta era afirmativa, en quĆ© forma se realizarĆa Ć©sta (a travĆ©s del Congreso o de una Asamblea autónoma). El electorado votó mayoritariamente por una nueva Constitución y por su redacción a travĆ©s de una Convención Constitucional.
Desde nuestro punto de vista aĆŗn falta precisar las causas del movimiento que llevó al compromiso de un nuevo contrato social teniendo en cuenta que la gran mayorĆa de los organismos internacionales y de las instituciones nacionales que monitorean desarrollo chileno, habĆan destacado el inmenso progreso económico y social de esa comunidad en el marco de una economĆa de libre mercado y de democracia representativa considerada casi ejemplar. Tal fue el Ć©xito del āmodelo chilenoā llegó a ser considerado uno de las dos referencias socio-polĆticas en AmĆ©rica latina siendo la otra la del totalitarismo cubano.
HabĆa razón para ello pues, luego del golpe de Pinochet y el establecimiento posterior del neoliberalismo, los gobiernos de la Concertación (cuyos integrantes han sido barridos del reciente mapa electoral chileno) habĆan producido las mejores referencias regionales en materia crecimiento económico (global y per cĆ”pita), de reducción de la pobreza, de bienestar medido por Ćndice de desarrollo humano y de reducción de la desigualdad (Banco Mundial). Tal perfomance no podĆa venir sino de gobiernos bien arraigados y de una gran eficiencia administrativa.
Sin embargo, las causas del malestar económico y social eran multidimensionales y en proceso de expansión. Entre ellas se cuentan el descontento con el sistema previsional (pensiones inferiores al sueldo mĆnimo vital y, cuya gestión, enriquece a administradores privados), la asimetrĆa en la provisión de salud (80% de la población que sólo puede optar por el sistema pĆŗblico no accede a un servicio de calidad), el transporte pĆŗblico (a pesar de la referencia externa, el metro de Santiago no presta un servicio adecuado), la privatización del servicio de agua potable (la población no acepta que la gestión del agua, considerada como un bien pĆŗblico, estĆ© concentrada en el sector privado priorizando el lucro), la educación (la calidad de la educación pĆŗblica es pĆ©sima, dicen los protestantes, mientras que la privada concentra los niveles de excelencia) y la corrupción (casos de concertación de precios, de implicancia en esquemas inapropiados por familiares de gobernantes y hasta casos de malversación de fondos en la Fuerza Armada y de Carabineros (BBC).
Este contraste entre la estadĆstica internacional y local de un lado, y el malestar social y/o la frustración generalizada de expectativas en Chile debe ser aĆŗn esclarecido.
Especialmente cuando el impacto del cambio de orden polĆtico en ese paĆs va a afectar a la región desproveyĆ©ndola de un anclaje liberal que se irradió, para bien, en parte de SuramĆ©rica, que constituyó un acĆ”pite importante entre los esquemas de integración de gran potencial (la Alianza del PacĆfico) y que ahora estimula la creciente insatisfacción social en el Ć”rea con tendencias al cambio mĆ”s o menos radical que no excluye la violencia.
Por lo demĆ”s, no se puede afirmar que el cambio constitucional en Chile provenga de un acuerdo electoral para pactar un nuevo contrato social en un escenario estable. Ese cambio se origina en movimientos sociales que no han actuado en Chile pacĆficamente ni dentro de marcos institucionales. Su formato democrĆ”tico es, felizmente, un canal importante de procesamiento pero no el foro donde las contiendas ciudadanas se resuelven adecuadamente. Ello no mejora de la calidad de la democracia representativa en la región.




