América Latina (un término introducido por los franceses) y Europa (el nombre de un continente cohesionado por una avanzada experiencia de integración) ciertamente tienen temas fundamentales qué discutir pero eventualmente optan por banalidades.
Una agenda interregional apropiada debería incluir capítulos como la erosión de las respectivas representaciones políticas, el desafío civilizacional del extremismo islámico, nuestro status económico luego de un eventual acuerdo de integración euro-norteamericano, la implicancia latinoamericana del desafío ruso en el Este europeo, las consecuencias de un GREXIT o de un BREXIT o la creciente y vital importancia de las relaciones interestatales.
Y si la Unión Europea es el régimen responsable del 20% del PBI y del 15% del comercio globales, el 2º inversionista mundial y el 1er donante de Ayuda Oficial al Desarrollo detrás del cual se agrupan los agentes responsables de más del 50% de la inversión extranjera en el Perú y un principalísimo destino de las exportaciones peruanas (16% y un poco más), quizás deberíamos estar hablando también con países como España, Alemania, Italia, Holanda y Bélgica sobre temas agropecuarios, pesqueros, metalúrgicos, textileros, de innovación y, bueno, de la visa Shengen.
En lugar de ello, sin embargo, latinoamericanos y europeos deseamos conversar, sin la práctica de principios comunes, sobre comunidades inexistentes y de agenda vacías resumidas en la vaguedad de “sociedades prósperas, cohesivas y sostenibles” sin dar cuenta de la situación de crisis en que viven. Por lo demás, el albergue de postergadas negociaciones entre Ecuador y parte del MEROCUSUR con la Unión Europea no requiere de una cumbre.
Es claro que los latinoamericanos buscamos mejores relaciones con Europa, pero quizás la CELAC no sea el instrumento para lograrlo. Un mecanismo de rápida y oportunista gestación, que deseó tramitar la rápida evolución del Grupo de Apoyo, al Grupo de Río, a la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) y a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en ausencia de cimientos de sólida integración (CAN-MERCOSUR, p.e.) y de principios e intereses convergentes (como lo prueba el ALBA en América y Europa) no es un instrumento regional representativo.
Por lo demás, América Latina no forma siquiera un “bloque” (menos con los países del Caribe que obedecen a otros intereses) si tiene como único instrumento eficaz a la Alianza del Pacífico (que comienza a debilitarse) y no puede, por tanto, participar adecuadamente en una nueva configuración interregional.
Europa y América Latina se merecen más que este engañoso artilugio y nuestra región, una representación más seria. Bajo las actuales condiciones, sus miembros quizás deban hoy privilegiar las relaciones bilaterales, promover la integración con mercados libres y democracias hemisféricas y reconstruir a pulso un mercado regional que represente algo más que un ínfimo 20% de intercambios intrarregionales.
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