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  • Alejandro Deustua

Brasil, Mandato de Continuidad y de Cambios Sectoriales

El triunfo en segundo vuelta del Presidente Luis Inacio Lula da Silva (61% vs 39%) ha sido sólido e incontestable. A pesar de los escándalos de corrupción y de la menguada división electoral del país (el sur rico votando por la oposición y el norte pobre por el oficialismo), es evidente que Lula ha consolidado un liderazgo fuerte y ha obtenido un claro mandato de continuidad al tiempo que sus conciudadanos han depositado en él expectativas razonables de incremento del bienestar. En un contexto internacional económicamente favorable, la posibilidad de que Brasil se fortalezca con un renovado apoyo interno debiera brindar a Suramérica nuevas posibilidades de cohesión y de proyección externa. Y debiera permitir al Perú incrementar las posibilidades de realizar mejor los contenidos de la asociación estratégica con esa potencia regional.


Para ello Lula cuenta internamente con la posibilidad de fortalecer aún más su liderazgo político si el diálogo nacional al que ha convocado cuaja (el PSDB concurrirá al llamado y posiblemente el liderazgo del PFL también) a pesar de la resistencia de las bases partidarias.


Por lo demás, la buena perfomance económica contribuirá a sustentar ese rol siempre que la satisfacción razonable de la expectativa general –el mayor crecimiento y una distribución sustentable de la riqueza- efectivamente fortalezca al gobierno. El punto de partida es bueno: los superávits primario y de cuenta corriente (4.9% y 1.8% el PBI) son señal de un manejo prudente y previsor, la recaudación (20% del PBI) revela solidez fiscal constituida en torno al gravamen del incremento de mayores utilidades, la concurrencia de la inversión extranjera en US$ 12550 millones muestra confianza externa (aunque un estudio de la UNCTAD señalaba un decrecimiento de ese flujo financiero), la desvinculación del FMI para efectos del servicio de la deuda externa (51% del PBI) ha incrementado la confianza nacional y las exportaciones, que han ascendido a US$ 118 mil millones, han consolidando una balanza comercial ampliamente favorable. Estos resultados debieran hacen sitio a un mayor crecimiento (la duplicación del 2.5% en el 2005), a la mejora del índice de desempleo (el desempleo abierto ha descendido a 9.8%) y al decrecimiento de la inflación (del nivel actual de 5.7%) y de las altísimas tasas de interés (aunque a la baja, se encuentran en 15.25%). Aunque no se sabe muy bien cómo se procederá al respecto, Lula se ha comprometido con una política económica responsable (mitigando la incertidumbre por las críticas al ortodoxo ex-ministro Palocci y por el anuncio de renegociación de la deuda con los estados federados, lo que promovió la venta de papeles brasileños) y con un adecuado aprovechamiento las ventajas del contexto externo (que, a pesar de su justo discurso inconformista, no podrá contribuir a deteriorar como lo hace su socio Hugo Chávez).


Su política exterior, por tanto, no cambiará nominalmente si desea aprovechar el entorno económico (del que depende para duplicar las exportaciones brasileñas), salvo para mejorar las condiciones de inserción en un escenario complicado económicamente por la desaceleración norteamericana, estratégicamente por problemas mayores de inestabilidad y desorden y regionalmente por la descohesión suramericana. La mutación marginal de la política exterior puede esperarse, si Brasil desea potenciar un liderazgo extraregional y suramericano debilitado en los últimos años y al que Lula sostiene, inverosímilmente, que no aspira como rol (el País, Montevideo). Al respecto las complicaciones serán mayores, sin embargo. En el ámbito multilateral, la aspiración brasileña de contribuir a la reforma del Consejo de Seguridad para “democratizarlo” (con el “Grupo de los 4”) mediante su incorporación como miembro permanente no parece de cercana realización (por lo menos no hasta que culmine la administración Bush). Y aunque el objetivo de lograr un nuevo orden mundial, que ahora emerge desordenadamente, no dependerá de su política exterior, la posibilidad de que obtenga algún éxito en un relanzamiento de la ronda Doha en el ámbito de la reducción de los subsidios a las exportaciones y producción agrícolas sí tiene posibilidades de éxito. Ello dependerá, sin embargo, de la flexibilidad de los desarrollados y de las concesiones de apertura que esté dispuesto a realizar el G20 que el Brasil colidera. Por lo demás, en un calendario cercano de negociaciones interregionales con la Unión Europea (que implica tanto a América Latina como al MERCOSUR), Brasil perdería proyección si, complementariamente, no da pasos de aproximación con Estados Unidos. Al respecto, el obstáculo es la propia orientación de la política exterior brasileña bajo el gobierno de Lula. En efecto, aunque para aproximarse a Estados Unidos Brasil no tiene que alinearse con la primera potencia, así pareciera entenderlo el Canciller Amorim. Esa posición ciertamente puede ser matizada. Por lo demás, la aproximación a la primera potencia contribuiría a regenera parte de la cohesión que Suramérica y el MERCOSUR han perdido. En efecto nadie puede negar que los principales países andinos desean asociarse a los centroamericanos para potenciar la relación con la primera potencia sin erosionar su calidad suramericana. Ello mismo ocurre con los países pequeños del MERCOSUR –Uruguay y Paraguay- que desean compensar en el mercado norteamericano lo que el MERCOSUR no ofrece y sí traba. Si Lula está al tanto de estas disconformidades, dará los pasos consecuentes y distensionará la relación con la primera potencia.


Ello pasa por recuperar el liderazgo que Venezuela le ha arrebatado en el ámbito regional y en la proyección extraregional suramericana que Chávez ha complicado enormemente. La gran mayoría de los países suramericanos ganarían en estabilidad y reducirían los niveles de fricción si Lula deja de considerar a Chávez como “un socio trascendente” como si el rol desestabilizador del gobernante venezolano no estuviera claro para la mayoría. Por lo demás, estamos seguros que ello le será reclamado por los partidos de oposición si el diálogo interno que Lula busca cuaja. Es con este Brasil fortalecido, pero que debe hacer cambios políticos, con el que el Perú puede aspirar a hacer realidad una asociación estratégica que debe acelerar el paso de una interdependencia hasta ahora demasiado morosa.



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