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  • Alejandro Deustua

Brasil: Elecciones en Belindia

Hace década y media, Helio Jaguaribe divulgó en Lima el nuevo apodo del Brasil. El Estado más grande de Latinoamérica era en realidad la sumatoria de dos partes, una rica pero no plenamente desarrollada y otra pobre pero no completamente abandonada. “Belindia”, una mezcla de las realidades geográficas y económicas de Bélgica e India podía ser una buena descripción de su país según el politólogo brasileño. El público limeño tomó con simpatía esta caracterización y, con trivialidad, también la olvidó.


Pero la realidad de “Belindia” se ha expresado con furia en las recientes elecciones brasileñas del 26 de octubre añadiendo extraordinaria agresividad a una campaña sucia y signada por el miedo.


En efecto, el miedo inducido por el PT entre el electorado del norte brasileño (el que más depende de los programas sociales elaborados por el partido de Lula), ha sido cuasi religioso. Así, el candidato de los ricos del Sur (como antes había lo había hecho la evangelista Sra. Silva) aprovecharía la elección para empobrecer más a los más desamparados y también a las recientemente emergidas clases medias. A ese demonio había que combatirlo con fiereza antes que con ideas.


De otro lado, en candidato opositor, Aecio Neves, agregó combustible al fuego al vulnerar los límites del machismo local. En efecto, Neves atacó a Dilma Rousseff con bastante más que con un pétalo de rosa. Si lo que pretendía era mostrar la mala gestión de “Belindia” por Presidenta y candidata del PT, su artillería verbal terminó arrollándola cuando ésta podía caer bajo el peso de su mala gestión económica, su tolerancia de la corrupción y su incapacidad para mejorar los fundamentos brasileños. En Brasil ni en ninguna parte de América Latina se vence a una señora –y menos a una Jefa de Estado- por knock-out demoledor en un debate. Neves se olvidó de este principio fundamental.


El resultado fue el triunfo de la Sra. Rousseff por 51.64% sobre 48.36% en una definitiva segunda vuelta. El estrechísimo triunfo del cuarto gobierno del PT es el más corto desde los años 80 del siglo pasado cuando la atención se concentró en la transición democrática mientras los militares dejaban el poder en manos del PMDB.


Así, a la realidad estructural de la división brasileña, la extremada agresividad de la elección añadió polarización política y supuración de un mal nacional conocido: la corrupción. Por lo demás, si bien el PT ha gobernado uno de los Estados democráticos más grandes del mundo (y el segundo a nivel hemisférico), la descomposición del poder, su clientelismo y su cuestionable gestión económica traducida en la práctica en falta de oportunidades, gran gasto fiscal (popularmente graficados en los US$ 11 mil millones gastados en el Mundial de fútbol) y progreso insuficiente definido por expectativas crecientes, han sellado la factura roja de ese gobierno.


Ello no era inevitable como sí lo fue el shock externo generado por la caída de los precios de los commodities que puso fin a un ciclo de crecimiento (éste, respaldado también por las exportaciones, promedió 4% en la primera década del siglo). Como también ocurrió con las diversas demandas de las clases medias emergentes que hicieron su aparición beligerante en el 2013 mediante una sucesión de protestas de múltiples y desorientados propósitos y que tuvieron como único denominador común un potente conglomerado juvenil que requería más y mejores servicios.


El gobierno de la Sra. Rousseff no pudo enfrentar adecuadamente ninguno de los dos desafíos. En la campaña electoral se refugió, en consecuencia, en el clientelismo generado por los programas sociales para salvar su candidatura primero y luego ganar la elección.


Este atrincheramiento fue desesperado porque el gobierno de Rousseff está en recesión técnica (dos trimestre contractivos sucesivos), con una perspectiva de crecimiento a fin de año de apenas 0.3% según el FMI que, aún contrastando fuertemente con la proyección de 1.4% de la CEPAL, es ínfimo para las necesidades nacionales y externas de la potencia suramericana.


Con una inflación que ya bordea el 7% (6.5% con tendencia ascendente), un déficit de cuenta corriente de -3.7% (demasiado alto para un país exportador que requiere de términos de intercambio positivos), otro fiscal (que impedirá alcanzar la meta de un superávit primario de alrededor de 1.5%) y una deuda pública creciente (57% que ya ha sido degradada por Standard & Poor’s y que puede serlo por Moody’s), Brasil no sólo pierde calificación en términos de grado de inversión sino como potencia emergente que contribuye a la estabilidad económica global.


Esta situación contrasta con la gran capacidad brasileña de absorber inversión extranjera directa (US$ 64 mil millones en el 2013 lo que representa el 50% de Suramérica) gracias a su inmenso mercado. Pero ésta no está libre de volatilidad ni de competencia externas en momentos en que los capitales regresan a Estados Unidos. Así mientras la inversión extranjera representó 2.9% del PBI el año pasado el banco Itaú espera que en el 2014 esa tasa se reduzca en los próximos dos años a 2.2% del PBI.


En ese contexto, la pérdida de confianza que ya se registraba en el Brasil, ha explotado con la reelección de la Sra. Rousseff con el Bovespa cayendo -2,7% al día siguiente (luego de recuperarse de una descenso mucho mayor) mientras que las expresiones de optimismo del actual ministro de Hacienda Guido Mantega tiene efectos contraproducentes en el sector financiero.


Al respecto, la Sra. Rousseff ha prometido medidas para atajar la incertidumbre antes de la toma de posesión el 1 de enero próximo. Sin embargo, no ha enunciado ninguna de ellas ni mucho menos ha adelantado el nombre del reemplazante del Sr. Mantega mientras los periódicos brasileños especulan en torno a nombres propuestos por el ex -presidente Lula y cuyo origen inmediato es el sector público y no el privado.


De otro lado, las medidas para disminuir la incertidumbre no son las que provienen del discurso unificador postelectoral de la Sra. Rousseff como tampoco lo sería la orientación de sus potenciales medidas para reactivar la economía. Al respecto, la hipótesis de trabajo consiste en que, si el PT se cierra sobre sí mismo, cualesquiera que éstas sean, el Estado no depondrá su disposición intervencionista. Al respecto debe tomarse en cuenta que el Ejecutivo brasileño dispone de un gabinete de 39 ministros que, de partida parece un obstáculo serio a la reforma del Estado.


Si esta rigidez se mantiene, complicará un cambio de modelo económico que no se sustente sólo en la demanda sino en la inversión, una reforma tributaria que no esté dirigida al mantenimiento del gasto corriente, la autonomía del Banco Central (a la que la Sra. Roussef se resiste), la sustitución del PT y de sus miembros por servidores civiles en el manejo de programas sociales, la lucha contra la corrupción (que implica la reforma de las empresas públicas –especialmente de ese monstruo que parece emplear el modelo Pémex del PRI mexicano de los 70s y que se llama Petrobrás- y la independencia real del Poder Judicial en sus más altas instancias, además de la limpieza del Congreso.


Esto último será mucho más difícil de realizar porque si bien el PT no tiene mayoría parlamentaria, en el Congreso están representados 28 partidos que complicarán la gobernabilidad (al respecto, un caso típico es el del PMDB aliado del PT pero del que han surgido muchos votos para el PSDB del Sr. Neves).


Si estas reformas no se producen -o se realizan a cuenta gotas- la voceada aproximación brasileña a Estados Unidos (que esa potencia estimula a través del Departamento de Estado para incrementar la cooperación bilateral) puede ser insuficiente. Especialmente si se mantiene como asesor de relaciones internacionales de Planalto el Sr. Marco Aurelio García cuya gestión ha contribuido activamente a la fragmentación hemisférica y a la regional en tanto Brasil trató con guante blanco a los países del ALBA (especialmente a la Venezuela de Chávez y a la dictadura castrista) y fomentó el ingreso de la primera al Mercosur.


En el campo externo, además, el gobierno de la Sra. Rousseff tendrá que redefinir sus prioridades en torno al establecimiento de instancias superiores y colectivas de poder como los BRICS por la sencilla razón de que la mayoría de sus miembros están seriamente afectados por la desaceleración aunque en circunstancias distintas.


En efecto, la transición del cambio de modelo chino hacia el incremento de la demanda interna no es compatible con tasas de crecimiento muy altas si China no desea darse de bruces con un serio problema inflacionario. De otro lado, la situación de Rusia ha sido afectada importantemente afectada por las sanciones económicas occidentales y por la muy fuerte caída de los precios de petróleo (que también afecta al Brasil). De ese conjunto, sólo India parece, de momento, bien encaminada en tanto el Sr. Modi se comprometa más con las reformas de apertura de mercado.


En consecuencia, Brasil requiere mejorar sus relaciones con Estados Unidos, la Unión Europea y Asia, quizás definir a una nueva aproximación hacia los acuerdos de libre comercio debido al bajo flujo comercial global en el marco de la frustración de los acuerdos de Bali y a reorientar la política exterior con su socio venezolano para mejorar su relación con Suramérica.


Si ello no ocurre, y Brasil decide persistir en las líneas trazadas por Marco Aurelio García (que también ha erosionado la institucionalidad de Itamaraty), ello tendrá impactos negativos en la inserción externa brasileña y también en América Latina.


Finalmente, la Sra. Rousseff no podrá dejar de atender las demandas de mejores servicios públicos (educación, salud, seguridad, vialidad) reclamada por las clases medias que le fueron enrostradas en el 2013. Y éstas son esencialmente juveniles, cuyos miembros no están partidarizados pero pueden organizarse con relativa rapidez y generar inestabilidad como ocurrió ese año en Brasil pero también en otras partes del mundo (aunque de manera más radical y violenta y cuyo resultado más patético claramente el del Norte de África y el Medio Oriente).


Por ello mantener las bajas tasas de desempleo que hoy ostenta (4.9% en octubre) tiene importancia estratégica. Pero esa tasa es engañosa (el desempleo juvenil en América Latina es del orden de 16% según la OIT y de 13% en el Brasil del 2013). Satisfacer esa necesidad nacional requiere de reformas que no pueden sustentarse sólo en el gasto público salvo que el gobierno desee evolucionar hacia el corporativismo peronista.


“Belindia”, entonces, existe en Brasil. Además de caracterizarse por una división geográfica Norte-Sur, ésta entidad presenta una división económica, social y geopolítica de trascendencia internacional que requiere bastante más que un discurso de unidad de la Presidenta reelecta.


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