Bolivia: Confrontación Interna y Responsabilidad Internacional
- Alejandro Deustua
- 31 ago 2007
- 5 Min. de lectura
Aunque el cambio de orden interno de los Estados compete naturalmente a su soberanĆa, Ć©sta ha encontrado siempre los lĆmites que impone la sobrevivencia de la entidad polĆtica y el impacto que su puesta en riesgo tiene sobre el entorno.
En un escenario de mayor interdependencia, estos lĆmites debieran estar hoy mejor establecidos por los regĆmenes internacionales que esos Estados precarios han suscrito. En el caso de que aquĆ©llos no funcionen (p.e., la Carta DemocrĆ”tica de la OEA), tales lĆmites pueden ser expresados por los Estados cuya estabilidad es afectada como consecuencia del deterioro de la capacidad de sobrevivencia de la entidad en cuestión. Ese riesgo se ha incrementado fuertemente hoy en Bolivia. En consecuencia, sus vecinos deben poder hacer conocer su preocupación.
Que se sepa, este derecho, que tambiĆ©n es una obligación, no ha sido adecuadamente ejercido hasta hoy por PerĆŗ, Brasil, Argentina, Paraguay y Chile en relación al incremento de las fuerzas de fragmentación que incuba Bolivia desde hace media dĆ©cada por lo menos. Si ello no ha ocurrido, el derecho en cuestión debiera realizarse en tanto las regiones vecinas a Bolivia (en el caso del PerĆŗ, las regiones del sur) sufren la influencia de la extraordinaria polarización interna en ese paĆs mientras el conflicto interinstitucional impide en Ć©l cumplir con mĆnimos estĆ”ndares de gobierno, la apertura frentes de conflicto externo complica la relación hemisfĆ©rica y las lĆneas de bĆ”sico aprovisionamiento internacional de ese paĆs bordean la crisis.
Bajo estas condiciones debilitantes del Estado boliviano y generadoras inestabilidad en el centro geopolĆtico suramericano, los Estados vecinos estĆ”n en la obligación no sólo de realizar las recomendaciones pertinentes sino de protegerse de las posibilidades de desborde y hasta de incentivar en el paĆs vecino una polĆtica exterior mĆ”s orientada al fortalecimiento de sus capacidades de interacción antes que a los grandes diseƱos estratĆ©gicos que hoy pretende.
Especialmente cuando el antiguo antagonismo entre las regiones orientales y occidentales del paĆs ha devenido en una polarización que pone en cuestión la unidad polĆtica de Bolivia disolviendo en la confrontación localista la capacidad de intermediación de partidos, de autoridades locales y la del propio gobierno. El consecuente incremento de la voluntad de confrontación es lo que ha vuelto a poner en evidencia, en una versión aĆŗn mĆ”s iracunda, el reciente paro de seis departamentos (Santa Cruz, Beni, Tarija, Pando, Cochabamba y Chuquisaca) movilizados contra el gobierno central.
Aunque el motivo de la movilización haya sido la "protección de la democracia", el hecho de que su detonante sean los excesos en que incurren las instituciones convocadas por el Ejecutivo para "refundar el Estado" indica claramente un creciente espĆritu de rebelión y de división polĆtica frente a los fundamentos de la proclamada "refundación".
En efecto, la protesta no ha sido dirigida sólo con el gobierno sino contra la Asamblea Constituyente y contra lo que ella tiene de inoperativa (mĆ”s de un aƱo de incapacidad normativa) y de excesiva (el espĆritu de cambiarlo todo en función de intereses regionales que ahora desean mudar la sede de los poderes del Estado -La Paz- a la capital constitucional -Sucre- aunque ello remueva las bases de una antigua guerra civil). Pero tambiĆ©n lo ha sido contra el abrumador partido oficialista que, en el Congreso, desea juzgar a cuatro jueces del Tribunal Constitucional por prevaricato que, con anterioridad, se pronunciaron cuestionablemente por la "destitución" a miembros de la Corte Suprema afines al gobierno.
De esta forma el conjunto de las instancias del poder republicano han procedido a neutralizarse unas a otras mientras que el Presidente ejerce el poder sin mƔs contrapeso que el de las fuerzas emergentes precariamente organizadas por origen territorial (los departamentos confrontados) y social (los movimientos campesinos y obreros confrontados con las organizaciones urbanas y partes de las clases medias).
En ese clima de confrontación y desgobierno, el Ejecutivo no hace demasiados esfuerzos para corregir la tendencia a la anarquĆa. En lugar de ello, ha preferido antagonizar ahora a los representantes diplomĆ”ticos destacados en Bolivia y al gobierno de Estados Unidos aduciendo una supuesta orientación subversiva de la cooperación internacional. Para radicalizar esa denuncia, el gobierno ha preferido usar canales pĆŗblicos y heterodoxos (el Ministro de la Presidencia en lugar del Ministro de Relaciones Exteriores) con el propósito de dramatizar popularmente la amenaza de una eventual declaración de persona non grata.
Comprensiblemente, la denuncia de injerencia a través de la cooperación económica no ha incluido al flagrante intervencionismo que realiza el gobierno de Venezuela a través de su Embajada en La Paz. Ello no ha hecho sino confirmar la participación de Venezuela en el clima de confrontación que vive Bolivia mientras el gobierno boliviano sigue haciendo público alarde de su alianza con ese Estado.
Si es evidente que todo gobierno estÔ en la obligación de orientar la cooperación internacional en función de sus propias potestades, también es claro que la búsqueda de confrontación con Estados Unidos y de cautelar, a la vez, el rol de Venezuela en Bolivia, tiene un objetivo de radicalizador que, mÔs allÔ del peso de la cooperación internacional en el PBI boliviano (quizÔs el mÔs alto de la región), el Ejecutivo boliviano percibe como conveniente.
Estas tĆ”cticas polarizantes van, por lo demĆ”s, acompaƱadas de una pĆ©sima gestión del recurso cuya nacionalización brindó legitimidad original al gobierno del seƱor Morales: el gas. Ello es evidente en la muy pobre gestión de YPFB que, debiendo intervenir en toda la cadena de producción y comercialización, del recurso, no parece saber bien cómo hacerlo. Ello ha resultado en una pĆ©rdida de reservas probadas (de 29 trillones de pies cĆŗbicos a 19 TPC) y en la incapacidad de cumplir adecuadamente con obligaciones de aprovisionamiento externo con el Brasil (una planta en CuiabĆ” y el mercado de Sao Paulo). Algo parecido podrĆa pasar con el gas que se exporta a la Argentina en tanto los ductos para esos efectos no soportarĆan los volĆŗmenes contratados.
En tanto la venta de gas natural domina la estructura de las exportaciones bolivianas, la complicación de las mismas impactarĆ” seriamente en los ingresos. Ello podrĆa generar graves problemas en una economĆa que, a falta de inversión, sobrevive gracias a los altos precios internacionales de las materias primas en un contexto crecientemente inestable.
Bajo estas condiciones cualquier negociación que implique una alteración sustancial de la inserción externa boliviana es inviable. En efecto, si para tratar razonablemente el asunto de la mediterraneidad boliviana se requiere un Estado bien establecido, la ausencia de ese requisito bĆ”sico harĆ” de la negociación correspondiente un instrumento poco fiable y de su resultado, una nueva frustración. De allĆ que los anuncios del gobierno boliviano sobre la inminencia de un acuerdo para dotar a su Estado de un mejor acceso al mar no sean creĆbles o sea escasamente sustentables. En lugar de favorecer esas declaraciones, los paĆses involucrados deberĆan reclamar condiciones bĆ”sicas de trato que, en este caso, se resumen en estabilidad y cohesión nacionales en el interlocutor.
Sin embargo, la precariedad de esas cualidades en Bolivia son de tal grado hoy dĆa que el conjunto de los gobiernos americanos deberĆan demandĆ”rselas con urgencia con el compromiso de asistir a su establecimiento si el gobierno boliviano cambia de curso. La gravedad de la situación asĆ lo reclama. Y si se desea una excusa al respecto, siempre se puede citar la intervención del representante del Vaticano en el PerĆŗ que, el 28 de julio, demandó a un gobierno mejor posesionado una serie de medidas orientadas a mejorar la equidad y la estabilidad nacionales en nombre de la comunidad internacional.




