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  • Alejandro Deustua

Asia no Basta para la Recuperación del Comercio Mundial

El decepcionante último reporte del Departamento de Trabajo de Estados Unidos confirma que la desaceleración del crecimiento norteamericano, consensualmente asumida para el segundo semestre, está en marcha. Aunque el reporte destaca que la tasa de desempleo norteamericana se mantiene en 9.5% ésta incorpora una corrección hacia abajo de las cifras de junio (NYT).


Si el malestar reemplaza a la esperanza y la incertidumbre se incrementa en el primer importador mundial (al punto de renovar escenarios marginales de una segunda recesión), parece claro que el consumo no va a crecer sustantivamente este año en esa potencia. Y que, por tanto, ese mercado, siendo el mayor, no recuperará el dinamismo necesario para incrementar la tasa de crecimiento del comercio mundial.


Éstas no son buenas noticias para los países en desarrollo aunque muchos de cuyos agentes y comentaristas se entusiasman por el hecho de que el conjunto de las economías emergentes hayan devenido, de esta manera, en la nueva locomotora de la economía global. Y tampoco lo son para los que tienen en Estados Unidos su primer comprador (algún vecino ya ha cerrado un par de oficinas de promoción).


Al respecto se debe empezar a considerar el hecho de que las ganancias de poder de las economías emergentes en la estructura del sistema internacional no irán de la mano de la posibilidad de asegurar la perfomance global porque éstas no tienen aún capacidad de arrastre confiable y seguro.


Y además debe evaluarse la evidencia de que el crecimiento del comercio mundial en el 2010, mucho del cual es atribuido a estas locomotoras, no compensará las inmensas pérdidas del 2009. En efecto, estas pérdidas, medidas en términos de volumen luego de un revisión que cayó por debajo de las peores expectativas (inicialmente, -9%), llegaron en el 2009 hasta -12.2% consolidando la peor caída desde la Segunda Guerra Mundial según la OMC (1). Si bien, para este año se proyecta un crecimiento de 9.5% en el flujo de los intercambios, se requerirá por lo menos un año más a esta tasa (y que el crecimiento del PBI global de 2.9% no sufra contratiempos) para recuperar el nivel de la precrisis.


Pero si la desaceleración norteamericana no contribuye en los términos en que debiera a ese fin, el resultado global no puede ser bueno aunque la OMC proyecte el crecimiento del comercio de los países en desarrollo de este año en 11.9% (que, siendo bueno, no supera la tasa de pérdida del 2009 y no compensa suficiente el menor incremento de los desarrollados que, a pesar de que sus flujos son de lejos los mayores, crecerá 9.5%).


Si el buen ánimo de los países del sur deviniera del hecho de que sus ventas se colocarán crecientemente en el Asia, los que lo promueven debieran quizás repensar su entusiasmo. En efecto, los beneficios del mayor comercio pueden ser erosionados por algo más grave que los costos de la transición a un nuevo mercado: la renovación en él de un escenario Norte-Sur en el que la antigua dependencia del Norte se transfiere a la de algunos de los países del Pacífico consolidando, en el siglo XXI, una estructura exportadora reiteradamente basada en las materias primas (como es el caso de los suramericanos de esa cuenca).


Esta renovación de la trampa estructural primario exportadora debe ser compensada por la diversificación productora sostenida en el mercado interno y en las más selectivas exportaciones a nuestros socios regionales (es decir, de la integración comercial básica, hoy atenuada por razones políticas e ideológicas) y las que probablemente puedan obtener en nuestros clientes desarrollados. De lo contrario, la simple recuperación cuantitativa de las exportaciones impulsada por el Asia no generará demasiado desarrollo. Y mucho menos lo hará en el corto plazo si se tiene en cuenta que la recuperación del comercio en términos de valor será mucho más costosa que en términos de volumen. En efecto, la OMC ha cuantificado la contracción del comercio global en dólares del año pasado en -23%. En ella, al revés de lo que ocurre con la medición del comercio por volumen (-12.2%), los países en desarrollo han perdido más que los países desarrollados.


Así, si Estados Unidos perdió en divisas -18% y la Unión Europea -23%, África perdió -32%, los países de la Comunidad de Estados Independientes (CIS) -36% y América Latina -24% (sólo Brasil perdió -23%).

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Si, según la OMC, estas cifras pueden presentar distorsiones por las diferencias de tipo de cambio y por la incidencia en ella de productos tan dominantes como el petróleo (que hizo perder a los exportadores de crudo entre -33% y -36% en el 2009), esa explicación no es un consuelo.


Especialmente cuando se constata que en las cifras por volumen (las que arrojan menos pérdida de comercio) los bienes durables impactan más en el comercio de los países desarrollados y mucho menos en los países en desarrollo sencillamente porque éstos los producen menos (y, por tanto, sus menores pérdidas cuantitativas no reflejan sus mayores pérdidas por valor agregado, productividad y competitividad).


Ello no va a ser compensado por un mayor comercio con Asia bajo los patrones actuales. En consecuencia, nuestro comercio intra-regional y la de nuestros mercados sofisticados deben crecer más. Ello implica que las trabas al comercio que imponen la países como Venezuela (y su irracional corte con Colombia) o Bolivia o las que ocurren entre Brasil y Argentina deben superarse.


De otro lado, más allá de los acuerdos de libre comercio, Estados Unidos debiera preocuparse de que así fuera y de que su mercado siga siendo atractivo para nuestras exportaciones, lo que lo ayudaría a recomponer sus beneficios en la región. Como debieran hacerlo la Unión Europea o Japón o Corea del Sur si, en época de austeridad, pudieran invertir en la región lo que no pueden hacer en sus lugares de origen (en el primer caso) o lo que quizás no desean hacer en su inmenso y más cercano vecino (en el segundo caso).



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