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  • Alejandro Deustua

América Latina y la Unión Europea: Una Asociación Estratégica y Occidental

28 de abril de 2006



Según información periodística el Parlamento Europeo acaba de pronunciarse a favor de que la Unión Europea abra negociaciones de asociación política (incluyendo un tratado de libre comercio) con la Comunidad Andina aún en el caso de que Venezuela se retire del grupo. En el mismo acto, el Parlamento Europeo ha apoyado el mismo curso negociador con Centroamérica y el Mercosur, organización con la que la UE debe retomar conversaciones ya avanzadas en ese sentido. El objetivo: culminar hacia el 2010 un acuerdo general de asociación entre América Latina y la Unión Europea. Si esta recomendación es recogida por la Comisión y el Consejo europeos, lo que se propone la UE sería lograr, dentro de un mismo proceso interregional, algo que en el hemisferio americano va progresando por partes: un acuerdo político y una zona de libre comercio que semejarían lejanamente al sistema interamericano y cercanamente al ALCA.


De concretarse esta decisión, ésta tendría una dimensión estratégica revolucionaria en el sistema internacional en tanto implicaría ya no la expansión de Occidente sino la consolidación política y económica de las agrupaciones que, además de Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelandia, componen, con mayor o menor intensidad, esa civilización.


Es evidente que ese destino no implicaría la conformación de una unidad en tanto cada parte mantendría su identidad jurídica, política y económica. Por lo demás, los acuerdos de asociación que promueve la Unión Europea son instrumentos que emplea esta agrupación para vincular a socios periféricos que no forman parte de esa unión económica y política regional.


Pero la organización complementaria entre regiones que se regirían formalmente por los mismos principios y valores, que unificarían sus respectivas zonas de libre comercio y que emplearían de manera más sistemática mecanismos de la consulta y concertación política (y, eventualmente, de seguridad), generarían poderosísimas fuerzas de cohesión que, sin llegar a la alianza, sí conformarían progresivamente una entidad compartida.


Si esta entidad complementa efectivamente la relación especial que mantienen Estados Unidos y la Unión Europea (en el caso de ciertos países) y si, como se ha planteado anteriormente, ambas potencias logran conformar en el futuro un acuerdo de libre comercio entre ellas superando las barreras que la ronda Doha desea abatir (o si las negociaciones comerciales multilaterales logran abrir esencialmente todo el comercio entre esos bloques), la noción de Occidente habrá adquirido una nueva fisonomía. Como parece claro, ello fortalecerá los principios liberales de las complicadas democracias latinoamericanas, vigorizará sus mercados e incrementará la predisposición de las partes a actuar bajo mecanismos de seguridad colectiva que hoy Latinoamérica intenta renovar sólo en el ámbito hemisférico.


Este escenario de asociación –no de unificación- tendrá limitaciones propias de su condición primaria y de una práctica compleja. Pero a pocos escapa que ese destino implica la ampliación del núcleo liberal que hoy está en el centro del sistema internacional. Si algunos países latinoamericanos deciden apartarse de él estarán marginándose de un curso de progreso de carácter sistémico. Eso los llevará a asociarse de manera disminuida con potencias lejanas y, quizás, rivales. Si sus gobernantes así lo deciden, los que los sucedan seguramente los rectificarán.

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