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  • Alejandro Deustua

América: ¿A Mayor Fragmentación Mayor Aproximación?

8 de Diciembre de 2006



Luego de los incuestionables triunfos electorales de Hugo Chávez en Venezuela y de Rafael Correa en Ecuador, la brecha que separa a los gobiernos liberales de los antisistémicos se ha incrementado en el hemisferio americano. Para minimizarla los representantes de estos gobiernos han recurrido a gestos de reconciliación antes que a reacciones que hubieran intensificado las tendencias fragmentadoras generadas por esa división. Así, en el ámbito hemisférico Estados Unidos ha reconocido de buenas maneras el triunfo de Chávez, en el ámbito regional la Comunidad Suramericana de Naciones replanteará (aunque equívocamente) el llamado a la unidad regional y en el ámbito bilateral, el Perú ha sugerido la posibilidad de una reaproximación con Venezuela y ha reducido la incertidumbre con el Ecuador. En el caso de Estados Unidos, el Departamento de Estado ha señalado una inicial innovación en la región al expresar formalmente su disposición a buscar “oportunidades de trabajo conjunto” con el régimen chavista luego de congratular el triunfo del presidente “bolivariano”. Ello ha implicado, inicialmente, el reconocimiento de Venezuela como un gobierno democrático a pesar de que los fundamentos de la democracia representativa estén francamente en cuestión en ese país. Como es evidente, el cambio de actitud del gobierno norteamericano no se produce en el vacío. El más amplio marco de ese cambio puede reconocerse en el proceso de replanteamiento estratégico de los principales desafíos de seguridad que la primera potencia afronta (especialmente en el Medio Oriente). Así, si las diferentes alternativas al uso de la fuerza que orientará la conducta del nuevo Secretario de Defensa norteamericano (Robert Gates) supondrán un mayor rol global del Departamento de Estado (lo que incluye a la región), la diplomacia norteamericana no sólo deberá ser más activa sino mostrarse dispuesta a trabajar con Estados no afines. En tanto ello implicará un mayor énfasis pragmático (aunque no necesariamente “realista”) en los escenarios de mayor fricción, es evidente que esa disposición se trasladará a escenarios menos complejos en tanto éstos tiendan a ser influenciados, aunque fuera marginalmente, por el escenario mayor. Esta actitud indica también en la autoridad norteamericana una no declarada preocupación por el nivel de “antinorteamericanismo” implícito en la pérdida de aceptación general de la política exterior de la primera potencia.


Sin embargo, a pesar de las nuevas vulnerabilidades estadounidenses, parece evidente que, en la percepción ajena, ello no implica convicción en torno a una eventual merma de sus capacidades. De allí que gobiernos “antiimperialistas”, como el de Irán o Cuba, hayan mostrado una nueva disposición a negociar con Estados Unidos. Esa tendencia involucra también al régimen chavista.


Y, en tanto el Departamento de Estado probablemente considere que el recorte del margen de acción militar implica la necesidad de ampliar el margen de acción diplomático, la yuxtaposición de percepciones sobre oportunidades de trato con opositores es ahora más evidente (aunque ello asuma una baja intensidad en la complementariedad de intereses). El gobierno de Venezuela ha comprendido esta situación y, sin abandonar sus intereses de largo plazo, ha incidido, de manera preliminar e incierta, en un cambio de actitud frente a Estados Unidos.


Ese cambio puede proyectarse también en el ámbito regional Así, en la inminente cumbre de la Comunidad Suramericana de Naciones la crítica de Chávez a los frágiles procesos de integración subregional (como la CAN) se mantendrá, pero su agresividad probablemente disminuya (salvo que se insista en plantear temas contenciosos como el de definición de una “nación suramericana”) Por cierto que ello obedece también a la alarmante pérdida de consistencia de socios sobre los que mantiene abierta influencia (el caso de Bolivia).


Ello ha abierto la posibilidad a que el Perú intente, con alguna posibilidad de éxito, una aproximación a Venezuela. Y también a que Chávez a responda en consecuencia. Sin duda que esa actitud ha sido influenciada fuertemente por factores subjetivos como la frivolidad (el fácil paso del insulto a la expresión de confraternidad aprovechando el cambio de circunstancias políticas internas) y la indisposición de los gobernantes comprometidos a incrementar la carga de riesgos que están dispuestos a asumir internacionalmente. Aunque, para muchos, ésta sea la razón principal de la probable reaproximación entre Perú y Venezuela, el hecho es que la influencia del contexto juega aquí un rol principal. De otro lado, si la dimensión contextual supone también una alteración de la orientación ideológica de los gobiernos latinoamericanos (los denominados de “izquierda” han ganado posiciones), la especificidad de los intereses nacionales juegan, en algunos casos, un rol mayor. En el lado de las convergencias, éste es el caso del Perú y el Ecuador cuyos líderes están priorizando, en apariencia, el gran avance de la relación bilateral ocurrido desde 1998 sobre las diferencias que, entre otros puntos, generan la mayor o menor aproximación con Estados Unidos y Venezuela. Ello ha sido confirmado por la anunciada visita del presidente electo Rafael Correa al Perú con el propósito de consolidar la relación bilateral.


Si la confluencia de estos factores no implica la superación de una realidad regional fragmentada sí explica, de momento, los intentos gubernamentales de atenuar su aspereza. Sin embargo, en tanto ésta no ha mostrado aún toda su dimensión mientras que la estructura que la fundamenta se mantiene, el nivel de alerta de los gobiernos regionales para actuar como corresponda no debe debilitarse.

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