3 de diciembre de 2021
Cuando en setiembre pasado el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, recibió al presidente Castillo en Washington exhibió, en una batería de elogios, las intenciones previas de la misión de observación electoral interamericana: aprobar, mediante una rapidísima y antelada certificación, los comicios peruanos.
En esa oportunidad la OEA prescindió de toda cautela para evaluar un cuestionado triunfo castillista en segunda vuelta por un margen de apenas 0.25% logrado sobre la base de un voto extraordinariamente precario (19%) en primera vuelta. Para la OEA Castillo era, en ese entonces, el campeón de la estabilidad política, de la lucha contra la corrupción, de los derechos del pueblo y de las comunidades indígenas en un país heterogéneo y diverso.
Deslumbrado hasta el tuétano por Castillo, Almagro pasó entonces a elogiar al “primer campesino” que gobernaría el Perú con experiencia nativa, al líder capaz de cerrar las brechas de la desigualdad, al bolivariano de gran vocación hemisférica y al hombre “inteligente”. En consecuencia, la OEA le prestaría todo el respaldo.
Dos meses más tarde Almagro ha realizado una “visita oficial” al Perú. Y no obstante ser recibido por un país unido sólo por la escasísima aprobación presidencial (25%), regido por autoridades ineficaces e ignorantes de sus responsabilidades, instituciones raídas y una sociedad que es un ejemplo de incertidumbre, descontento e inseguridad ciudadana, el Secretario General de la OEA se ha desbordado nuevamente en elogios al disminuido presidente.
En efecto, su particular percepción de las cualidades del “mandatario” se ha expresado nuevamente sin mesura: Castillo actúa como el presidente de “todos los peruanos”, trabaja “con todas las fuerzas políticas”, es un extraordinario conocedor de las dinámicas sociales y está plenamente comprometido con la lucha contra la corrupción. Y para subrayar esas apreciaciones, Almagro ha “certificado” sus elogios.
La abismal diferencia entre los que Almagro dice ver en Castillo y la realidad que desmiente cada una de sus apreciaciones constituye un caso digno de estudio por los académicos que indagan sobre esa brecha en procesos decisorios.
Especialmente si, como colofón de sus expresiones, el Secretario General ha hecho mención a la Carta Democrática con cuyos preceptos el gobierno dice estar esencialmente ligado a pesar de no invocarla en los casos del autoritarismo boliviano y de la dictadura venezolana.
Al respecto cabe recordar que las disposiciones cautelares con que se ha organizado la Carta en defensa de la democracia representativa no pueden aplicarse en el caso de un gobierno que, con su comportamiento, la violente cotidianamente.
En este marco cabe preguntar por qué Almagro expresa tan incondicional apoyo a la imagen y al gobierno de Castillo cuando el Secretario General de la OEA fue tan riguroso en la evaluación del fraude electoral orquestado por Evo Morales (censura que no impidió que el MAS llegase nuevamente al poder) y cuando no pocas veces se ha jugado el puesto para llamar la atención internacional sobre barbarie de la dictadura de Maduro.
Si la emotiva ingenuidad mostrada por Almagro en la evaluación del gobierno peruano no es coherente con el rigor con que el Secretario General ha indagado a los gobiernos de Morales y Maduro, ¿debemos concluir que tras ese juicio se encuentra el interés norteamericano cuyo presidente ha convocado a una “Cumbre por la Democracia (9-10 de este mes) en la que gobernantes y miembros del sector privado indagarán sobre los problemas que la aquejan haciendo del Perú, quizás, un caso a tratar?
O que, a juicio del Sr. Almagro -y de quienes apoyan esa excentricidad- el Perú debe probar, de cualquier manera, que puede ser gobernado por militantes de izquierda de proveniencia económica no privilegiada?
Como ambas eventualidades carecen de fundamento serio (y pueden referirse, más bien, a un experimento), tal vez Almagro vea en el instrumento constitucional de la vacancia una herramienta que debe censurarse. ¿Prefiere Almagro entonces poner al Estado sobre la sociedad y sus ciudadanos que viven sin horizonte razonable? Tal actitud sería extraordinariamente irracional y desconocedora de la realidad del “impeachment”.
Como irracionales son las expresiones del representante de Cancillería en la OEA que opina que los peruanos debemos darnos cuenta que la antipatía por Castillo se debe a que el Perú no hemos aprendido a convivir en pluralidad cultural (y étnica) mostrando claro desprecio por el mestizaje.
Si éste fuera el caso, la Cancillería habría devenido en un poderoso actor de política interna que, en esa calidad, debiera merecer la aprobación de Castillo (25%) y que se ha desligado del republicano carácter institucional que le es tan caro y tan frecuentemente vulnerado.
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