A pesar de la desaceleración de la perfomance global (3.5% este año vs. 3.9% en el 2011), el FMI sostiene que la tendencia a la recuperación es fuerte aun de cara a significativos riesgos puntuales (pero no sistémicos).
Este anuncio es alentador para el mundo, pero especialmente para América Latina en la que la desaceleración (3.7% este año frente a 4.5% en el 2011) se da en un marco de persistencia de buenos precios para las exportaciones de materias primas, financiamiento barato y demanda interna fuerte.
Sin embargo, la magnitud de los riesgos de impacto global (una nueva crisis del euro, una recesión norteamericana –de probabilidad hoy menor-, el fuerte incremento del precio del petróleo -que desaceleraría más la economía e incrementaría los precios, especialmente de los alimentos- y su vinculación a tensiones geopolíticas –especialmente en el Medio Oriente-) impide que los gobiernos puedan bajar la guardia. Ni siquiera en América Latina donde el riesgo mayor se identifica con el del retorno de la inflación por sobrecalentamiento económico.
Esta alerta del FMI a las señales de incremento de los precios implica una disposición al ajuste benigno (retiro de políticas de estímulo -que algunos ya realizan o incrementos de la tasa de interés) en el marco de incremento de déficits de cuenta corriente (por incremento de las importaciones superiores a las ventas), de laxitud crediticia (lo que requiere de mayor supervisión) y de tendencias a la formación de burbujas (el caso de los mercados de bienes raíces, por ejemplo) por incremento de los precios de activos.
En relación a los riesgos globales, este llamado de atención parece optimista para la región. Todos esperamos que esa percepción sea correcta teniendo en cuenta la fuerte vulnerabilidad de la economía global, el spillover de la incertidumbre europea (que, sin embargo, puede resultar favorable si el diseño de políticas de crecimiento atenúa el impacto recesivo del ajuste crudo como no ocurrió con América Latina durante década perdida), las necesidades de recapitalización del sistema bancario del Viejo Continente, el riesgo allí de un recrudecimiento del problema de la deuda soberna, el impacto de un ajuste norteamericano posterior a las elecciones de noviembre y el incremento de la tensión geopolítica ya no sólo en el Medio Oriente sino en el Asia. A esa lista de problemas, se debe agregar el riesgo en América Latina de la volatilidad monetaria producto de una reversión del flujo de capitales (que el FMI considera), de la apreciación antiexportadora de las monedas (que el FMI considera menos) y del debilitamiento de los términos del intercambio (que contrasta con la generalización positiva del FMI). Este último es el caso del Perú en febrero pasado, cuando los términos de intercambio fueron negativos (-0.8%) debido a un incremento excepcional de las importaciones de bienes de consumo (39.1%) y fuerte una caída de las de bienes de capital (1.2%) lo que afectó a la industria que apenas creció 0.2% en el primer bimestre. Y en lo que hace a la apreciación monetaria, ya no son sólo las economías grandes de la región (como la brasileña, que ha acusado el impacto al punto de cuestionar las políticas monetarias laxas de los países desarrollados clamando contra un guerra cambiaria) sino a las medianas que quedan comprometidas (como la peruana en la que el sol se ha apreciado señalando un récord de 15 años).
Si los gobiernos responsables de la región toman las medidas adecuadas para mitigar estos problemas, el diagnóstico optimista del FMI será más verosímil. Como sería menos cuestionable su afirmación de que la desaceleración económica es saludable en tanto las economías estarían retornando a su potencial. Si para generar desarrollo y eliminar la pobreza el Perú requiere de un crecimiento de al menos 6%, crecer este año 5.8% no es malo pero tampoco suficiente a pesar de que la proyección indique que se trata, salvo por Guyana (5.9%) de la mejor perfomance regional este año.
Por lo demás, no es consuelo que la tendencia estructural de este crecimiento sea considerada sólida (siempre que el contexto lo permita) si la brecha de América Latina (3.7% de crecimiento este año) con el Asia (7.3% este año) continúa ensanchándose y, por tanto, erosionando la calidad de nuestra inserción especialmente cuando el motor del crecimiento se asienta hoy en las economías emergentes. Este problema debe ser confrontado en la región como un desafío sistémico aun en el marco del beneficio agregado que reciben las economías que mantienen un fuerte vínculo económico con las desarrolladas que crecen (el caso norteamericano, siempre que éste no revierta).
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