Sin apelar a tremendismo alguno, quizás sea necesario remontarse hasta 1933 para encontrar un régimen totalitario que fue legitimado por la vía electoral. Ese fue el régimen nazi que, con Hitler autoimpuesto como Canciller, derrotó a socialdemócratas y comunistas sólo para llevar a Alemania hacia la destrucción de Europa y a la suya propia.
En América Latina la vía electoral para establecer el socialismo nunca pretendió ser originalmente totalitaria (Allende, aunque luego fue rebasado por sus partidarios). Los regímenes dictatoriales de derecha (Stroessner, Somoza), de otro lado, se perpetuaron en el poder luego de asumirlo a través del golpe de Estado (sólo después emplearon las elecciones para consolidarse) mientras que la izquierda comunista (Castro) lo hizo través de la revolución violenta.
Este 2 de diciembre los venezolanos han evitado, "por ahora", que su país fuera el escenario inaugural y extraordinario de un gobierno totalitario y pretendidamente socialista llevado al poder por la vía de las urnas. Y también han impedido, de momento, que la región ahondara la fragmentación que padece y que ésta se agudizara de manera no demasiado impredecible.
En efecto, la vocación expansionista y hegemónica de la Venezuela de Chávez (y su asociación con Cuba que, eventualmente se perfiló como una eventual confederación), expresada contenciosamente en su proyección sobre Suramérica, Centroamérica y el Caribe, requería de una base de poder nacional incontestable. Y, a falta de otro método disponible, ésta debía sustentarse en la aprobación popular de la reelección indefinida, en el control de todo el aparato del Estado y del denominado "poder popular", en la discrecionalidad en la organización ciudadana y territorial a través de la cancelación de libertades y de la organización de comunas, de la subordinación de la propiedad privada a la "comunitaria" y formas afines y del control de la Fuerza Armada y de las milicias organizadas para desarrollar la "guerra popular". Una diferencia de apenas 1% en el voto ha evitado, circunstancialmente esa tragedia. Aunque la diferencia fue mayor y Chávez decidió negociarla según la información disponible, la victoria del "no" se debió fundamentalmente al ausentismo electoral (alrededor del 40%) que evitó que antiguos y desencantados partidarios chavistas (según algunas fuentes, hasta 3 millones) legitimaran el proyecto totalitario de quien sigue siendo su líder. Ello muestra la precariedad del resultado. Ciertamente la correlación de fuerzas ha cambiado en Venezuela, la oposición se ha mostrado más organizada, los estudiantes la han innovado vitalmente desempeñando un rol catalizador que los líderes políticos no habían logrado, el "chavismo" se muestra más autocrítico y dividido y las Fuerzas Armadas han dejado de ser incondicionales del Presidente.
Sin embargo, afirmar que Venezuela se encuentra al comienzo del fin de un régimen dictatorial, desestabilizador y abiertamente hostil en la región es todavía aventurado. En efecto, Chávez ha reconocido su derrota como un acontecimiento pasajero que debe ser revertido. Y su "autocrítica" no ha supuesto la deposición de la aspiración totalitaria sino su reconsideración para otro momento en tanto, según su percepción, la población de su país "no está aún madura" para el socialismo. Si para él, el error ha sido uno de marketing político ("no supo vender el modelo") su corrección reclama, por tanto, la cabeza de sus asesores electorales antes que el abandono de una propuesta que todavía aguarda a ser impuesta.
Para seguir en esa línea, o rectificarla, Chávez estará en el cargo hasta el 2013. Por ahora, sus partidarios podrán replantearse propuestas y doctrina de manera genuina. Pero con seis años por delante, Chávez no anunciará aún un cambio real de curso, salvo por algún acontecimiento imprevisto. Por ello la oposición ha hecho bien en llamar cautamente al oficialismo a la reconciliación. Ella sabe que está lejos de conquistar el poder y que, más bien, puede seguir padeciéndolo con perspectivas confrontacionales que no desea. De allí que para la Venezuela oficialista en condiciones de deterioro, sus aliados externos sean más importantes que nunca. Asumiendo que la sobrevivencia política de Evo Morales depende aún de la asistencia venezolana, aquella situación es replicada por el líder boliviano que sigue defendiendo la ilegal aprobación de una Constitución también de carácter autoritario. Mientras lo siga haciendo, Chávez seguirá siendo un factor de poder en el centro suramericano. Y quizás también en el sur, especialmente después de que el señor Kirchner, ya de salida, lo ha respaldado calificándolo de "gran demócrata" (ese saludo no parece precisamente una invitación al retiro).
De otro lado aunque Nicaragua no sea una fuente de poder determinante en Centroamérica, ésta funciona todavía como un anclaje chavista en esa región. Bajo el amparo ideológico de Castro (que a pesar de la aparente transición en la isla, desea reclamar un heredero en Suramérica) esa masa crítica de Estados no desea perder su arraigo (aunque los misionarios cubanos en Venezuela tengan listas las maletas para el caso de que la oposición en ese país pierda eventualmente la compostura).
Lo logrado por ésta en el referéndum del 2 de diciembre es, sin duda, un enorme avance para la reconquista de la democracia en ese país y para la estabilidad regional. Pero siendo todavía insuficiente, los latinoamericanos no deben cantar victoria. La imposición del totalitarismo por la vía electoral no es un mecanismo depuesto.
Comentarios