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  • Alejandro Deustua

Uruguay: Revolución Sistémica y Orden Democrático

Si la toma de posesión del nuevo presidente del Uruguay Tabaré Vásquez formaliza el cambio del sistema político en la República Oriental también implica el surgimiento de un nuevo orden interno que busca el consenso antes que la confrontación. En consecuencia, quienes deseen ver en esa elección una revuelta deberán revisar su posición si pretenden para el primer gobierno de izquierda en el Uruguay el éxito conseguido hasta hoy por sus socios del Cono Sur. Especialmente si la región es también testigo de que el quiebre de la estructura bipartidista vigente en la República Oriental desde 1830 por el Frente Amplio, Encuentro Progresista y Nuevo Espacio no acarrea el costo de la violencia –y quizás tampoco el del sectarismo- por varias razones. Primero, porque la fuerza emergente no es un partido sino un frente integrado por una amplia gama de militantes de centro izquierda en la que predominan los demócratacrisitianos, socialdemócratas y otros representantes de la izquierda moderada sobre los guerrilleros tupamaros de los 60. Segundo porque los viejos partidos no han sido arrasados como ha ocurrido en la región andina. Y tercero porque la nueva fuerza pretende gobernar para todos los uruguayos, no contra algunos de ellos, y lo hará de acuerdo a un entendimiento formal establecido antes de asumir el poder. Por lo demás, el Frente que encabeza el presidente Vásquez no es una entidad oportunista surgida de la coyuntura electoral como ha ocurrido entre nosotros con las fuerzas del neoliberalismo radical (p.e. el fujimorista) . El Frente Amplio tienes tres décadas de vigencia política en el Uruguay y varias campañas electorales a cuestas. Su líder es, a mayor abundamiento, el político con la mayor y más sostenida popularidad entre los uruguayos y que, como Intendente (o alcalde) de Montevideo (una ciudad donde habita alredor del 50% de la población) , conoce los beneficios de la gobernabilidad que surge del entendimiento entre fuerzas dispares. Y entre éstas se encuentra los “partidos tradicionales” -el Blanco y el Colorado- que mantienen considerable respaldo electoral (el partido Blanco obtuvo el 34% de los votos y el Colorado 10.4%) mientras su organización está intacta. Es más, el desgaste que puedan sufrir como oposición minoritaria estará compensado por las dificultades que tendrá el oficialismo en mantener la unidad en el ejercicio del gobierno donde el radicalismo del “ala tupamara” (que será el sector a observar) tenderá que ser balanceada por los moderados frentistas eventualmente asistidos por los partidos tradicionales. Aunque ello no será fácil para un gobierno de izquierda que se inaugura en el poder , el esfuerzo se verá aliviado por el compromiso presidencial de dirigir un gobierno nacional antes que partidario cuya moderación en materia económica y política exterior se han comprometido ya con Blancos y Colorados. Tal entendimiento será puesto a prueba desde el principio en tanto el presidente Vásquez –como el presidente Kirchner- ha incorporado entre sus prioridades la de “cerrar las heridas de la dictadura”. Si ello transita de la investigación de los delitos de lesa humanidad a la punición de los mismos será asunto que tendrá que contar con el apoyo de las fuerzas la oposición para que su secuela no fracture al gobierno. De otro lado, la natural tentación redistributiva de un inaugural gobierno de izquierda probablemente será contendida por la prioridad que reclama la estabilidad en proceso de consolidación luego de la gravísima crisis económica del 2002 y por las perspectivas de crecimiento para este año bajo los parámetros actuales (5% por lo menos). A ello contribuirá la necesidad de convergencia con los socios y vecinos principales –Brasil y Argentina-, los requerimientos de estabilidad del MERCOSUR para consolidar el bloque y negociar externamente y la conciencia de que la peor crisis que afectó al Uruguay en la historia reciente no provino sólo del mal manejo “de la derecha” sino de la dimensión de la crisis brasileña (que contrajo las exportaciones) y argentina (que demolió el turismo y produjo fuga de capitales) y la del cierre de los mercados pecuarios europeos por problemas sanitarios (la crisis de las “vacas locas” que arruinó la exportación de carnes). Por lo demás, el presidente Vásquez sabe que la vulnerabilidad uruguaya derivada del peso en la balanza comercial de las exportaciones agropecuarias, de las importaciones de Argentina y Brasil (50% entre los dos), de la sensibilidad del sector servicios (turismo y banca) y de los problemas de deuda externa no permite al Uruguay innovar unilateralmente sin arriesgar graves consecuencias. De allí que el entendimiento interno con las otras fuerzas políticas y el implícito externo establecido con inversionistas (Brasil, España, p.e.) y organismos multilaterales tenderá a ser será respetado. El énfasis redistributivo y de equidad se dará dentro de este marco. De otro lado, si la apertura hacia Cuba como primer acto de gobierno en el sector externo no puede ser minimizado deberá considerase al respecto también el carácter simbólico del acto. La mitología cubana sigue siendo, lamentablemente, una referencia obligada para izquierda en la región. Pero aunque la influencia cubana, impulsada con beligerancia creciente por el gobierno venezolano, tiende a crecer en Suramérica, ésta será contrapesada por la disposición uruguaya a trabajar, con la independencia que implica la asociación con Brasil y Argentina, con Estados Unidos (según conversación telefónica entre los presidente Bush y Vásquez hecha pública oportunamente). Ésta disposición será potenciada en no poca medida por el peso del mercado norteamericano en las exportaciones uruguayas (el primer destino de las ventas uruguayas con 19.8% del total) y por la reaproximación brasileño-norteamericana con vistas a reanimar las negociaciones comerciales entre el MERCOSUR y Estados Unidos (2001) y eventualmente el ALCA. Si ello ocurre, la integración suramericana bajo viejas y excluyentes influencias “bolivarianas” dejará de ser un coto de la izquierda recalcitrante para renovarse en el contexto del incremento de la vinculación con Occidente. En ese proceso, el contacto económico con la Unión Europea probablemente se incrementará mientras que el compromiso uruguayo con los requerimientos multilaterales de la ONU de mantenimiento de la paz sólo dependerá de las condiciones de su financiamiento. La revolución ocurrida en el sistema político uruguayo será una señal de progreso si se mantiene lejos de los tupamaros termocéfalos, de la experiencia fratricida chilena y del arrasamiento del sistema de partidos que la subregión andina ha padecido. Hasta hoy esa señal se emite con fuerza desde el Cono Sur.

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