La operación de rescate de la señora Ingrid Betancourt, de tres ciudadanos norteamericanos y once soldados y policías constituye un logro extraordinario para Colombia. Si éste se basa en el uso legítimo de la fuerza contra una amenaza letal como el terrorismo su dimensión es humanitaria, estratégica y política.
Sin embargo, la condición para que ese triunfo sea adecuadamente apreciado se requiere el reconocimiento de que las FARC han sido golpeadas donde son más fuertes: el empleo del secuestro como instrumento terrorista (aunque sólo en la dimensión en que lo permite el rescate de un símbolo político como la señora Betancourt).
Desde la perspectiva humanitaria, las fuerzas del orden de Colombia han probado una vez más que cuando la coacción es ejercida conforme a la ley y al interés público, ésta contribuye también a reinstalar los derechos humanos allí donde éstos son sistemáticamente violentados. Consecuentemente, el Estado colombiano ha probado que el abandono voluntario de un instrumento propio de la soberanía estatal como el legítimo uso de la fuerza retroalimenta la disposición antihumanitaria de quienes no valoran la vida ajena.
Así, la exitosa operación colombiana, que en apariencia no ha generado bajas que lamentar, ha probado a los narcoterroristas de las FARC, y a quienes los apoyan, que la implementación de los derechos humanos requiere de la disposición del Estado a hacer uso de todas sus facultades para imponer la vigencia de esos derechos cuando éstos son vulnerados como ha ocurrido brutalmente en Colombia por cuatro décadas. Como en otras partes, las víctimas no sólo pueden ahora dar fe de ello sino que, probablemente, variarán (o debieran hacerlo) su comprensible disposición a buscar sólo una solución excluyentemente negociadora.
La operación de rescate tiene también una gran connotación estratégica. Lo sobresaliente en ella es el debilitamiento adicional de las FARC en un escenario en que el Estado colombiano ha encadenado una serie de éxitos golpeando a la cúpula de la agrupación narcoterrorista, ganando territorio y obteniendo información de gran valor.
El punto de partida más visible al respecto ha sido la eliminación de un mando principal (Raúl Reyes) seguido del fallecimiento del líder histórico (Manuel Marulanda). Ello fue precedido de cuantiosas deserciones y continuado por la obtención de valiosa inteligencia (la computadora de Reyes) y de importantes ganancias territoriales que han consolidado la iniciativa de las fuerzas armadas colombianas.
Luego del rescate de los rehenes, aquéllas pueden hoy reiterar el ofrecimiento de negociaciones pero desde una consolidada posición de fuerza como la han hecho ya el Presidente y el Ministro de Defensa colombianos.
Pero además, el éxito obtenido fortalece la mano del Estado colombiano frente a líderes de países vecinos que deseaban el reconocimiento del estado de beligerancia para las FARC. El rescate permite la denegación definitiva de esa eventualidad, descoloca a gobernantes como los señores Chávez y Morales, recupera para Colombia una centralidad estratégica que le quiso ser arrebatada por Venezuela y debiera impulsar a Ecuador a mejorar la relación con su vecino. Este resultado no debiera ser debilitado por potencias extraregionales especialmente interesadas en el caso de la señora Betancourt.
Más allá de ello, el mayor logro estratégico es el reposicionamiento democrático de Colombia y el incremento de la percepción de terceros sobre el carácter narcoterrorista de las FARC. Tal situación beneficiará a los amigos de Colombia (como el Perú), a sus aliados (como Estados Unidos) y debiera contribuir a agregar estabilidad a la debilitada subregión andina.
En términos políticos ello implica una mayor legitimidad para el gobierno de Colombia y para el presidente Álvaro Uribe en particular. Este hecho fortalecerá su posición frente al cuestionamiento de su segunda elección y frente a Estados que, por diferentes razones, no son afines a su mandato. Su gestión como gobernante y su filiación democrática quedan hoy fortalecidas gracias al empeño por reincorporar a la vida civilizada a quince rehenes y por extraer de la barbarie a un símbolo político como Ingrid Betancourt.
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