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Alejandro Deustua

Un Docudrama Insuficiente y Parcial

La historia, como es evidente, es un factor determinante del carácter de las naciones, de los Estados y de las relaciones internacionales. Y la guerra, en tanto confrontación zenital de vida o muerte entre esos múltiples estamentos, ciertamente es un hecho que contribuye a definir la historia.


Pretender para ella el olvido político o una peyorativa denominación administrativa ("la agenda del pasado") es, por tanto, tan irreal como culturalmente torpe. Las naciones fuertes, es decir las que superan con éxito económico, político y social, el cataclismo bélico, no olvidan su pasado cualquiera que hubiera sido el resultado del conflicto. Las naciones más exitosas son las que asumen, resuelven o administran sus diferencias con el enemigo una vez cruzada la frontera de la victoria o de la derrota y, en consecuencia, generan interacciones enriquecedoras y honorables con el adversario.


Éste es el caso extremadamente reciente de los países de la Unión Europea en un continente donde la guerra fue una de las corrientes de expresión nacional o de poder más frecuente a lo largo de un par de milenios. Pero también lo es el de escenarios menos sofisticados, como el mexicano-norteamericano en el que el triunfador de una guerra de conquista desarrolló luego vínculos de interacción y de asociación con el vecino aceptables para él.


En el primer caso, el progreso reciente es resultado del establecimiento de un vínculo de seguridad colectiva (la OTAN) frente a un enemigo común y de un mecanismo avanzado de integración (la unión política y económica). En el segundo, el progreso se debe apenas a una intensísima relación de interdependencia económica y social.


En ninguno de los dos casos ha habido olvido (es más la guerra sigue siendo una fuente de inspiración cultural de múltiples facetas). Y en los dos, la guerra ha sido motivo expreso de políticas de aproximación para no repetir los hechos que condujeron a ella al tiempo de sustituir las diferencias por oportunidades sin postergar las ventajas o condiciones estratégicas de cada Estado.


De allí que en Europa o América del Norte un producto cultural o político equivalente a "Epopeya", probablemente no cause mayor incomodidad o preocupación y más bien sí curiosidad. ¿Por qué "acá" (es decir, en Perú, Chile y Bolivia) tiende a ocurrir lo contrario en el ámbito público o privado?.


Por muchas razones. Pero sobre todo, porque la desconfianza remanente es el resultado directo de la ausencia de interdependencia intensa, de integración creativa y de asociaciones de seguridad, explícitas o implícitas, cuya traducción en bienestar compartido presente una alternativa a la conciencia nacional de cada Estado. Bajo estas condiciones la competencia es o tiende a interpretarse irremediablemente como conflicto antes que como intercambio y el uso político de la historia resulta en práctica corriente.


El resultado es peor cuando esa práctica es conducida por el Estado. Este es el caso del docudrama "Epopeya" que presenta el punto de vista del Estado chileno sobre la Guerra del Pacífico matizado con la opinión verbal de historiadores, de mayor o menor abolengo, de los países involucrados.


En efecto, en tanto presentado y producido por la TV estatal chilena, "Epopeya" no puede ser observado fuera de Chile como un producto cultural chileno sino como un instrumento de política cultural oficiosa u oficial. De allí derivan sus defectos: la glorificación de la guerra que el título expresa, la justificación de la misma (el incumplimiento de un tratado cuya dimensión fiscal fueron 10 centavos), el tratamiento autocomplaciente de la desmesura entre la causa bélica y su efecto (la guerra de conquista y de alteración sustancial de la geopolítica de la zona), el establecimiento por una de las partes de la agenda del debate ad hoc, el sentido de advertencia.y así. Todo esto, que no es un caso de "libre expresión", es observable en el primer capítulo de la serie.


No es éste, por cierto, un instrumento de política oficial u oficiosa al que haya recurrido sólo el vecino. La TV peruana también produjo en su oportunidad un docudrama, hoy más o menos olvidado, sobre el mismo tema con propósitos parecidos. Lo mismo ha ocurrido en Bolivia recientemente.


Ello sería, sin embargo, intrascendente si se pudiera obviar el cálculo estatal, el malestar o la alerta que pueda producir la políticamente interesada difusión de este material fílmico. Para que el resultado sea otro, las partes debieran quizás producir material involucrando los tres puntos de vista.


Pero ello no alcanzará para modificar las conductas más allá de lo que la inercia de la modernidad ya permite mientras no se aborde la solución de los problemas sustanciales del pasado (que no son una "agenda" administrativa) y se postergue la construcción de interdependencia y de asociaciones de claro beneficio compartido aún en el marco de la competencia.


Es claro que la promoción política de confianza ayudará a mejorar la relación entre los tres países interesados en la medida en que el intento no sea producto de esfuerzos unilaterales e inevitablemente parcializados como "Epopeya". Pero nada reemplazará a la interacción creadora de riqueza y seguridad conjuntas por la decidida voluntad de los Estados involucrados. Ese es el desafío.



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