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  • Alejandro Deustua

Solidaridad Plena (Y Meditada) con Francia

El terrorismo islámico ha golpeado el corazón de Francia y atacado uno de los valores principales que esa República ha contribuido a institucionalizar universalmente: la libertad de expresión. Ello es suficiente para que Occidente y los que pertenecemos de manera sui generis a él expresemos nuestra solidaridad plena con el Estado francés y reiteremos nuestra voluntad de combatir ese tipo de extremismo religioso.


De diferentes maneras y por su dimensión global esta solidaridad ha sido ya expresada al Presidente de Francia por el Presidente y el Secretario de Estado norteamericanos, la Canciller de Alemania, el Primer Ministro del Reino Unido, el Rey de Marruecos, el Secretario General de la ONU, las cancillerías peruana, turca, libanesa, iraní, catarí, el gobierno de Arabia Saudita y los más influyente líderes islámicos de Francia, Reino Unido y Egipto (BBC, Bloomberg), entre muchos otros.


Sin embargo, si la condena más o menos universal de los hechos no deja dudas sobre la dimensión de los mismos es probable que no ocurra lo mismo con sus motivos. Debido a la complejidad trasnacional de esta problemática, el Secretario de Estado Kerry se ha apresurado a aclarar que la condena de su gobierno y el de su aliado francés –que alberga a la población musulmana mayor de Europa- es contra el terrorismo (en este caso islámico) y no contra el Islam como civilización.


Ello es más fácil de plantear que de esbozar como escenario de lucha antiterrorista.


Primero, porque ocurre en un contexto de creciente amenaza islámica de naturaleza radical cuyo centro es el denominado Estado Islámico (antes llamado ISIS o ISIL) nacido del vacío de poder creado por dos Estados fallidos (Siria e Irak), de la guerra multidimensional consecuente y del enfrentamiento religioso entre sunitas y chiitas en el Medio Oriente y el Golfo Pérsico.


En ese escenario geopolítico es difícil determinar la identidad y militancia de las partes en tanto quien condena al terrorismo puede ser también quien lo financia. Esa ambigüedad depende de las circunstancias y de las mutantes alianzas surgida de la desaparición del orden estatal en esa zona del mundo cuya anarquía –expresada in extremis en el Estado Islámico- amenaza lo que queda de los viejos absolutismos del área. Con el agravante de que antes que nacional, el sustento de poder de los mismos es la extrema concentración de la riqueza y la manipulación religiosa que éstos practican.


La dimensión externa del extremismo que emana de ese desorden es furiosamente antioccidental y su manifestación tiene dos pilares: el convencional (la ambición nuclear iraní hoy menguada en la mesa de inciertas negociaciones) y la no convencional (que emplea, además de la milicia bárbara, a individuos cuya prueba de militancia es eventualmente su propia muerte glorificada por el ataque terrorista). Muchos de estos últimos “lobos solitarios” provienen físicamente de países occidentales (como Francia) donde no han podido asimilarse y a los que, sin embargo, están retornando para sumarse a una incierta fuerza de ataque. Es en base a estos últimos que el Estado islámico ha llamado a una yihad en Europa.


Aunque aún no se conoce la identidad de los criminales que asesinaron a los miembros de Charlie Hebdo y a los encargados de su protección se puede asumir, como hipótesis inicial, que los responsables han sido esos militantes diligentemente preparados (tanto que no han sacrificado sus vidas como suele ocurrir con este tipo de terroristas). En lo inmediato es a éstos a los que hay que identificar, cazar, enjuiciar y condenar. En el largo plazo, poner en orden el Medio Oriente es la tarea pendiente que, precedida de siglos de confrontación, queda por resolver.


El segundo escenario de esta lucha antiterrorista es la defensa de las libertades que dan sentido a Occidente. Enunciar el bien común a proteger -la libertad de expresión y la libertad de culto- es también aquí más fácil de plantear que de llevar a cabo. Especialmente tratándose de un área en el que los intereses y valores en conflicto de Occidente y del extremismo islámico se yuxtaponen.


Por lo demás, si entre nosotros no hay homogeneidad de entendimiento sobre ciertos valores (p.e. el significado de los símbolos nacionales -que en algunos Estados se defienden con la ley y la fuerza mientras que en otros cierta laxitud es permitida al respecto- o la validez de la democracia representativa que es hoy cuestionada en América Latina) la lucha es mucho más difícil. En ella no es infrecuente que se opongan valores con intereses.


Veamos un par de casos extrarregionales. En el de Salman Rushdie, en el Reino Unido –y en el conjunto occidental- hubo unanimidad sobre la necesidad de proteger al literato contra las amenazas de fundamentalistas religiosos iraníes a finales de los 80 del siglo pasado. Sin embargo, las razones para proceder no fueron claras. En no poca medida allí se complementaban, con peso bien distinto, la necesidad de bloquear la ofensiva de los ayatolas con los derechos que correspondían a Rushdie para escribir un texto considerado en el Islam como anti-islámico.


Algo parecido ocurrió en el 2005 cuando la sensatez del periódico danés Jyllands-Posten de publicar caricaturas de Mahoma fue cuestionada. Al final se protegió el derecho del periódico a esa publicación más en función de la defensa de la libertad de expresión cuando ésta fue amenazada por la sharia que por el derecho en sí mismo.


Hoy, los miserables asesinos de los miembros de Charlie Hebdo han llevado a cabo su amenaza sin que las víctimas dieran un paso atrás en la expresión de sus ideas que incluían las formas cómo éstas se expresaban (al fin y al cabo, eran caricaturistas).


Frente a un hecho tan brutal, no cabe hoy otra actitud que solidarizarse con las víctimas y defender el derecho de libre expresión sin cortapisas. Especialmente cuando, al revés que en los dos casos anteriores, el extremismo islámico, sintiéndose quizás más fuerte y menos confrontado, considera que tiene más libertad de acción.


Sin embargo, los que creemos que los símbolos religiosos y nacionales deben respetarse, creemos conveniente que quienes ejercen su derecho a la libre expresión lo hagan midiendo las consecuencias de sus actos quizás menos en términos de lo que pueda ocurrirles físicamente que en términos de la ofensa cultural que pudiesen generar. Especialmente cuando el islamismo radical desea fomentar el conflicto civilizacional. Finalmente Occidente no es una civilización absolutamente laica sino una de claros orígenes judeo-cristianos cuyos valores religiosos también requerimos defender.


Más allá de lo expresado, sin embargo, hoy nuestro deber como ciudadanos de Estados que se pretenden civilizados y occidentales es cooperar en el combate al terrorismo, incluyendo el religioso. Ese compromiso no se satisface ahora sólo con declaraciones diplomáticas.


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