11 de julio de 2023
Las visitas oficiales del Secretario de Estado norteamericano a China y la del Primer Ministro indio a Estados Unidos realizadas en junio pasado sentaron las bases para una reaproximación estratégica entre rivales sistémicos en el primer caso y de asociación entre socios asimétricos, en el segundo.
De esta manera la más cautelosa orientación de una nueva polaridad internacional y la organización de un nuevo balance de poder global se han dinamizado. Ello debería contribuir a reducir el riesgo de la persistente inestabilidad internacional.
La iniciativa norteamericana liderada por el Secretario de Estado Blinken y continuada por la Secretaria del Tesoro Yellen, reabrió un diálogo de alto nivel que había sido interrumpido desde el año pasado. Ello se debió a acciones unilaterales norteamericanas orientadas a restaurar el status de incuestionable primera potencia activadas por Trump y al empuje chino para lograr centralidad y eventual superioridad sistémica en el largo plazo.
En términos académicos el problema sistémico llegó a resumirse en el planteamiento histórico de que el desplazamiento de una gran potencia por otra no ocurría sin una confrontación bélica directa entre ellas (olvidando que la Guerra Fría terminó “pacíficamente”). Y en términos económicos se planteó el requerimiento de “desacoplamiento” de China para atajar la creciente dependencia de las importaciones norteamericanas de ese país y evitar la sustracción de tecnología en los procesos de intercambio.
En ese marco, el Presidente Biden definió a China como el desafío sistémico y geopolítico más significativo de los Estados Unidos mientras que la Estrategia de Seguridad Nacional de esa potencia precisó que el desafiante asiático es el único competidor con capacidad de redefinir el orden internacional, consolidar una esfera de influencia en el Indo-Pacífico y convertirse, en el proceso, en el líder global.
La necesidad de “competir” para evitar este resultado se complicó por la aproximación sino-rusa transformada en “amistad sin límites” a propósito de la guerra en Ucrania y referida escenarios múltiples. La independencia de Taiwán (que Estados Unidos no apoya al reconocer la existencia de una sola China), la inestabilidad en el mar del sur de China y el desafío irracional de Corea del Norte devinieron en factores de dirimencia de poder con rápida capacidad de ignición y de transformar la competencia en conflicto. Todo esto ocurría en una situación de progresiva falta de comunicación entre las partes con tendencia a convertir a cualquiera chispa en factor detonante.
Por tanto, la necesidad de restablecer el contacto directo al más alto nivel era imprescindible. Tanto como transitar de los planteamientos de desacoplamiento económico a los de atenuación de riesgos de dependencia (“derisking”). En junio último ello consistió en esclarecer los problemas existentes, las prioridades de cada uno y las oportunidades reales de cooperación (especialmente en el ámbito global).
Ello requería establecer la posición de cada parte en una extensa agenda: drogas (fenatilo), desafíos globales (medio ambiente, salud), obstáculos al comercio, competencia desleal, estabilidad macroeconómica, derechos humanos, la base china en Cuba. Las conversaciones al respecto continuarán.
El diálogo, sin embargo, no ha resultado en una especie de “detente” ni en solución concreta para ninguno de los temas tratados. Así lo comprobó la Secretaria del Tesoro Yellen que participó en prolongadas conversaciones sobre proteccionismo, auto-restricción de exportaciones sensibles, tratamiento a las empresas norteamericanas o asistencia a los países en desarrollo sin lograr avances significativos. Pero en el lenguaje oficial, un “cierto balance” en la aproximación a los problemas fue establecido.
En total contraste, el Primer Ministro Modi logró con el presidente y el Congreso norteamericanos bastante más que un recibimiento entusiasta en Washington. No obstante el ostentoso pasado no alineado de India, de sus significativas importaciones de petróleo y armas rusas a pesar del régimen de sanciones impuesto, del ejercicio del nacionalismo hindú a costa de la población musulmana y de la restricción de ciertas libertades, Modi abrió una “nueva era” de cooperación con Estados Unidos.
Aunque no enfatizó su rivalidad estratégica con China ni su capacidad nuclear, su potencial demográfico (el país más poblado del mundo) y económico (crece más rápido que China), la afinidad democrática (a pesar de las consideraciones “iliberales” mencionadas) y su avance tecnológico fueron exhibidos en términos de capacidades para ejercer un importante rol estabilizador en su área de influencia a pesar de ser una potencia media.
Esa capacidad es necesaria para atajar la proyección militar territorial china, asegurar que el Indo-Pacífico no admita dominación por esa potencia y articular la cooperación con potencias occidentales en el marco de seguridad del QUAD (asociación militar entre India, Estados Unidos, Australia y Japón).
Sobre esas bases la asociación indo-norteamericana articuló un amplio programa de cooperación (asuntos de seguridad -aunque Modi enfatizó su preferencia por una salida diplomática a la guerra en Ucrania-, económicos, tecnología avanzada y exploración espacial).Ello se expresará en intereses complementarios en los ámbitos multilateral (reforma del Consejo de Seguridad de la ONU -que incluiría a India-), global (medio ambiente y cambio climático) y político (incluyendo conversaciones sobre Asia, Medio Oriente y África).
Es claro que América Latina y el Perú debieran prestar la mayor atención a estas nuevas mutaciones sistémicas y de escenarios de balance de poder. No sólo porque la región no aparecen explícitamente incorporada a la agenda de diálogo entre las potencias mencionadas sino porque su irrelevancia estratégica se acentúa (la agenda sino-norteamericana no hizo mención siquiera de la supuesta preocupación norteamericana por la excesiva presencia económica china en el área).
Si la burocracia multisectorial a cargo de nuestra política exterior cree que debemos darnos por bien servidos con un eventual acuerdo de libre comercio con India y una relación minera y portuaria privilegiada con China, la realidad da muestras de postergación creciente en la evolución sistémica y estratégica de hoy. Para una participación adecuada en el nuevo sistema internacional en ciernes una red de acuerdos de libre comercio no es suficiente.
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