La sexta cumbre entre América Latina y el Caribe y la Unión Europea se realizará en medio de la mayor crisis económica europea desde la vigencia del euro.
Aunque ésta ha sido contenida mediante la acción conjunta de Estados, instituciones regionales y organismos globales con aportes cercanos a un millón de millones de dólares, el éxito de la operación no puede medirse en el corto plazo.
Y menos si el plan implica ajustes en el punto focal (Grecia) que, además de resultar allí en una fuerte recesión, ha impulsado políticas fiscales contractivas que van progresando en la Unión Europea. La interacción de grandes déficits y deuda externa ha vuelto a elegir el camino de la disciplina que la unión monetaria había abandonado para recuperar su credibilidad y la del euro.
El éxito en esa tarea implicará un recorte general del gasto, proyecciones de crecimiento probablemente recortadas y la contención de los especuladores institucionales que no abandonarán el ataque al euro. Como resultado, se puede esperar una reducción de la capacidad importadora europea y una reducción de los flujos de inversión hacia el exterior.
Es en este contexto en que los acuerdos de libre comercio cuyas negociaciones han culminado (los de Perú y Colombia) se declararán oficialmente concluidas (no habrá suscripción de acuerdos definitivos), al tiempo que se relanzan las negociaciones con Centroamérica y se intenta retomar el proceso negociador con el MERCOSUR (nuevamente complicado, entre otros motivos, por la decisión argentina de proteger su mercado de alimentos).
En este marco los beneficios esperables de los acuerdos que puedan entrar en vigencia dentro de un tiempo (los de Perú y Colombia cuando concluya el proceso de revisión legal), tendrán que agregar a su impacto moderado el largo plazo como umbral de expectativas.
Por lo demás, son esos plazos los que el acuerdo de asociación requiere para adquirir su verdadera dimensión estratégica. Mientras tanto, es prudente negociar medidas complementarias al acuerdo de libre comercio para mitigar las probables complicaciones de acceso al mercado europeo bajo las actuales circunstancias y la reducción de la inversión extranjera esperada.
Para ello quizás debiéramos mirar el origen del mercado europeo y la decidida iniciativa franco-alemana que lo cimentó: la Declaración Schumann que forjó la CECA en torno a dos commodities: el carbón y el acero.
A la luz de la persistente concentración de nuestras exportaciones en materias primas, de su carencia de valor agregado y de la importancia otorgada, hoy, a la innovación tecnológica y al desarrollo sostenible por latinoamericanos y europeos, sus representantes debieran actualizar, en Madrid, la Declaración Schumann en América Latina.
Así, en lugar de esperar a que los flujos se reactiven en un marco incierto, la presencia en la región de empresas europeas en actividades contemporáneas herederas del carbón y el acero (p.e, las energías renovables y la siderurgia) pueden forjar mejor el vínculo estratégico que la crisis y la diplomacia burocrática no sólo se demorarán en establecer sino que corren el riesgo de hacerlo bajo los viejos patrones norte-sur.
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