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  • Alejandro Deustua

Rusia, el Cáucaso y Zonas de Influencia

La reciente visita del Presidente Putin a Irán se ha focalizado en el intento de redefinir con los países ribereños del Mar Caspio el carácter estratégico de esa región rica en hidrocarburos y en intentar con el anfitrión un régimen de control nuclear que no pase por más sanciones de la ONU o de cualquier otra entidad.


Aunque la reunión no tenga semejanza alguna con la que celebraron allí Churchill, Roosevelt y Stalin en 1943 como quisiera destacar la prensa remembrante en torno una de las conferencias cruciales en la definición de los términos de la postguerra, la reunión caucásica del Presidente Putin sí tiene la pretensión de establecer un nuevo orden en la zona fuertemente ligado al ejercicio del poder.


En primer lugar, las reuniones de Teherán están destinadas a evidenciar que Rusia desea volver a ser una gran potencia y que, al respecto, reclama un reconocimiento como tal. Ello ha dejado de ser un planteamiento estratégico para dar paso a una situación en proceso de confirmación como lo ha reconocido el presidente francés Nicolás Sarkozy luego de su visita a Moscú.


Ello implica para Rusia la necesidad de dejar en claro en Teherán que el gran árbitro del Cácuaso no será Estados Unidos, que mantiene acuerdos bilaterales de carácter militar con países del área como Azerbaiján, y tampoco Irán, que depende de ella para realizar sus aspiraciones nucleares.


Aunque las reuniones en la capital iraní no han concluido en grandes acuerdos sí han logrado compromisos que deniegan el uso militar de la zona a terceras potencias y rechaza por anticipado el empleo del uso de la fuerza externa en ella. Ese entendimiento no es sólo una llamada de atención a Estados Unidos o a ciertos países de la Unión Europea sino una toma de posición que confirma el posicionamiento central de Rusia en el área.


Y como toda gran potencia debe tener influencia global, el presidente Putin se ha ocupado de dejar en claro que la coerción multilateral o de terceros países sobre Irán para que éste deponga el empeño de constituirse en una potencia nuclear no pasa sólo por la disposición rusa a proveer o denegar los recursos requeridos a tales efectos sino por su arbitraje sobre la capacidad sancionadora del Consejo de Seguridad de la ONU y de la Unión Europea.


Y como Rusia no desea sanciones adicionales a Irán, estas medidas probablemente no serán adoptadas salvo que la Organización Internacional de Energía Atómica, el foro que Irán y Rusia prefieren para tratar el caso, disponga que la potencia islámica está claramente empeñada en actividades de ilegal enriquecimiento nuclear. Ello no ocurrirá, sin embargo, mientras la OIEA pueda realizar inspecciones en Irán que, lamentablemente, nunca serán plenas si ese Estado tiene algo que esconder.


Aunque las consecuencias de esa alternativa se manifiestan ya en el incremento de la alerta norteamericana frente a la emergencia de un Irán militarmente nuclear, la consolidación del poder multilateral ruso, el segundo objetivo de la visita del presidente Putin, se habrá consolidado en este caso. Para que éste sea legítimo, sin embargo, Rusia deberá impedir que Irán efectivamente devenga en la potencia que todos en Occidente temen. Bajo las actuales circunstancias ese emprendimiento es hoy de más dudosa realización.


En tercer lugar, Rusia desea definir con sus interlocutores caucásicos los términos de división de los recursos energéticos de la zona de manera que la distribución le sea favorable o que no implique para esa potencia pérdidas estratégicas. Lo primero requiere definir fronteras marítimas las que, luego del desmoronamiento soviético de 1991, quedaron en situación ambigua. Lo segundo supone denegar el libre acceso a los recursos de la zona a terceras potencias vetando, por ejemplo, la construcción de ductos que alimenten a la Unión Europea sin un cierto control ruso.

En este caso estamos frente a una cuarta variable de la construcción del poder ruso: la reorganización de zonas de influencia sustentadas fundamentadas en evidentes cimientos geopolíticos.


Aunque parezca lejana, esta situación no nos es ajena. Pero por el momento lo es menos por la implicancia que ésta tendrá en el sistema internacional que por su capacidad de poner en relieve dos variable de poder que son determinantes de nuestra política exterior y que el Perú se niega hoy a reconocer.


La primera es la apelación creciente a la Convención del Mar por potencias que deberán definir sus límites marítimos (y los correspondientes a la plataforma continental) en tanto éstos conciernen a renovados intereses geopolíticos que reclaman reconocimiento internacional. Así, mientras Rusia quizás recurra a la Convención para entenderse con sus interlocutores caucásicos, el Perú, una potencia menor, no desea hablar del asunto para solucionar una controversia marítima con otra potencia menor.


La segunda consiste en la realidad de que la emergencia de nuevas potencias está generando en ellas el deseo de establecer zonas de influencia. Ello está ocurriendo en nuestra región con Venezuela en términos extremadamente adversos para el Perú. Pero el gobierno, ni los vecinos, no desean hacer nada al respecto todavía. A la luz de las circunstancias este comportamiento tiene que cambiar.



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