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  • Alejandro Deustua

Perú y Estados Unidos: Un Acuerdo Estratégico

9 de diciembre de 2005



Si los congresos del Perú y Estados Unidos lo permiten, el acuerdo de libre comercio suscrito con la primera potencia innovará cualtitativamente la inserción externa del país. Aunque los beneficios se perciben hoy como fundamentalmente económicos, éstos deberán medirse también por el progreso que generará una mayor interdependencia hemisférica y por el significado estratégico de la misma.


Por lo demás, si la dispersión de las proyecciones positivas oscila entre lo probable (600 mil empleos anuales) y lo imposible (un PBI de US $ 207 mil millones en 12 años) y el horizonte de los impactos negativos se esboza entre lo real (el impacto en el sector agrícola) y lo catastrófico, la evaluación del costo-beneficio deberá armonizar primero los modelos relevantes de medición.


El primero entre ellos es el del sentido común. Este dice que si las exportaciones a Estados Unidos representan para el Perú 33% del total (29% del cual son manufacturas) con un crecimiento de 412% en 12 años acelerado en el actual ciclo expansivo, es claro que bajo un régimen contractual de acceso libre puede esperarse un considerable incremento de los ingresos en momentos de expansión y una menor caída en momentos de contracción. El saldo de largo plazo tenderá a ser positivo cuya traducción en bienestar dependerá de las políticas de distribución nacionales.


De otro lado, los beneficios derivados del incremento de la interdependencia (multiplicidad de flujos y de interacciones) podrán atenuar los condicionamientos estructurales existentes (la especialización primario-exportadora). Si Estados Unidos es la locomotora del comercio intrahemisiférico (representa el 40% de las exportaciones de la CAN) y si sus beneficios asocian interdependencia diversificada con progreso (incremento de oportunidades), el acuerdo debe ser bienvenido. Especialmente cuando se considera que el comercio interandino, luego de 35 años de articulación de un “mercado de valor agregado” apenas representa el 10% del total de la CAN, mientras que el comercio con Mercosur es menor y sigue siendo tipo “norte-sur”.

Por lo demás, si se considera que el comercio intraregional (70% en la Unión Europea, 40% en el Asia) es fundamental para el progreso en escenarios de creciente integración vertical derivada del comercio intrafirmas, se entenderá que los costos de no incrementar la dinámica intrahemsiférica es suicida para países pequeños como los nuestros. Más aún cuando la competencia interegional se incrementará en el futuro (especialmente con el Asia) desviando recursos que debieran orientarse a nuestros países. Para afrontarla es fundamental, además, establecer mecanismos de cooperación interegional (como la que se negocia con la Unión Europea) sobre la base de asociaciones seguras (como la norteamericana) cuyo compromiso supone la expansión de mercados cuya cohesión depende también de la identidad de valores políticos arraigados en más amplios espacios democráticos. En este marco, se entenderá que la vinculación comercial con Estados Unidos es también un activo de seguridad que amplía el horizonte andino (tal como sucedió con la expansión europea). Ese horizonte abarcará mañana al Brasil y a la Argentina tal como fue contratado hemisféricamente en 1994. Por ello no cremos en la divisón de América Latina entre una del Pacífico y otra del Atlántico (y menos cuando Suramérica es esencialmente “continental”) como resultado del incremento de la relación intrahemisférica. El proceso excluirá sólo a los que, como el régimen venezolano, así lo decidan por razones ideológicas y disfuncionales pretensiones geopolíticas. Pero para que este proceso tenga éxito, deberá fortalecer a sus Estados miembros. Por ello será necesario compensar en el camino las asimetrías remanentes y no ceder la capacidad de regulación política. Para ello, la implementación del TLC será tan importante como su negociación.

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