Los intereses nacionales primarios del Estado no cambian según se altera la conducción del gobierno. Éstos se mantienen por la naturaleza del interés –cuya temática concierne a las calidades propias de la unidad política- y, por la conducción que ejerce el Jefe de Estado sobre la política exterior.
En consecuencia, la sustitución del Presidente del Consejo de Ministros no altera ningún compromiso primario del Estado y tampoco lo pone en duda.
Pero si el cambio del Premier es frecuente, la consistencia del conjunto de las políticas de gobierno, entre las que se encuentra la política exterior, puede debilitarse. Si bien el Primer Ministro Juan Jiménez estuvo en el cargo durante quince meses (lo que ciertamente no es un récord) el titular del cargo ha cambiado ya cuarto veces en lo que va del gobierno.
Frente a esta realidad que produce inestabilidad en la gestión, la particular condición institucional de la Cancillería es un factor de consistencia que tiende a garantizar la estabilidad de “su sector” (salvo en aquellos casos en que ésta registre un súbito punto de inflexión como ocurrió en 1968, 1975 y 1992).
Pero esa cualidad no es condición suficiente para lidiar con la complejidad multisectorial de los intereses externos cuya variedad e intensidad se ha intensificado grandemente.
En algunos casos ello ha ocurrido por decisión propia de la Cancillería, como sucedió con el súbito traslado de la competencia sobre las oficinas comerciales en el exterior al Ministerio de Comercio Exterior.
En otros casos, no ha sido la diversidad de intereses burocráticos lo que ha dificultado la coordinación de la política exterior sino los vacíos de información que se producen con las actividades en el exterior del Jefe de Estado cuyo trato corresponde, obviamente, a la Presidencia de la República.
Pero esa circunstancia también obliga al Primer Ministro (quien es el encargado de coordinar las funciones del resto de las reparticiones con sitio en el gabinete). Y ciertamente incumbe a la Cancillería porque toda acción del Jefe de Estado en el exterior es una acción de política exterior cuya conducción y facilitación debe proporcionar esa institución.
El caso de descoordinación más reciente al respecto ha sido el de la ausencia de información oportuna de un encuentro del Presidente con un el Jefe de Estado de un país amigo al retorno de la Cumbre de la APEC.
Por ello resulta indispensable aclarar las capacidades de coordinación y, eventualmente de control, de una política exterior de orígenes burocráticos diversos. Sin restar capacidades requeridas por el Primer Ministro para coordinar al gabinete, ni las de los sectores para lograr beneficios públicos y mucho menos las del jefe de Estado para dirigir la política exterior, clarificar los ámbitos de coordinación es una buena idea.
Y si esa idea es buena, deber ser buena también la propuesta de que la coordinación de la política exterior recaiga más claramente en Cancillería tanto para tratar intereses sustantivos del Estado como para el mejor manejo de cuestiones secundarias como son las de información adecuada a los destinatarios que deben recibir esa información (como lo es el Congreso en los casos que corresponda).
En el primer caso (el que requiere un alto nivel de coordinación que, cuando, se trata de intereses primarios, debe derivar en un control eficiente por Cancillería según condiciones ad hoc), es conveniente que el gobierno se plantee la materia como una que corresponde a la seguridad de la interlocución.
En efecto, conforme se complica la variedad sectorial de los intereses nacionales, se intensifica también la variedad de interlocutores sectoriales externos que, sin exigencias elementales de control y coordinación, pueden comprometer al Estado en las respectivas áreas de competencia malogrando la conveniencia estatal de ese compromiso.
Estos casos serán especialmente difíciles de tratar cuando la eficiencia del trato intersectorial con terceros llevada por la especialización de funciones conlleve impactos en otros sectores y en la política exterior que maneja la Cancillería bajo la dirigencia del Presidente.
Pero la dificultad coordinadora no debe implicar minimizar el riesgo del resultado inconveniente. Este riesgo debe ser evitado. Y si lo es, las ganancias en resultados estarán a la vista.
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