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  • Alejandro Deustua

Macron y su Política Exterior

En un escenario global inestable en el que el autoritarismo y populismo remergen en los Estados nacionales, el triunfo de Emmanuel Macron ha sido un bálsamo para Francia, la Unión Europea y el mundo.


En efecto, el creciente empuje del Frente Nacional de Le Pen ha sido contenido por segunda vez (Chirac lo logró en el 2002), la integración europea ha recibido un nuevo aliento de reforma anti Frexit y el proteccionismo (Brexit, Trump) ha sido derrotado de momento en Europa.


Este logro, sin embargo, no oculta la fractura de la ciudadanía francesa: detrás de los dos tercios de los votantes que eligieron a Macron está también el 25% de los votantes que se abstuvieron. Si a ellos se suman a los que votaron en blanco y la fractura que incrementa Le Pen (34% de los votos emitidos), el desafío fragmentador al que deberá responder Macron es inmenso.


Además, deberá esperar hasta después las elecciones legislativas de mediados de junio para definir el sustento parlamentario que le permitirá gobernar activa o pasivamente, que determinará la cercanía o lejanía del Primer Ministro y que evidenciará el apoyo a la política exterior (probablemente resumido en falta de consenso).


El escenario económico tampoco será un campo de rosas. Para empezar, una reconfortante estabilidad parece aún lejana cuando el prometido recorte fiscal de 60 mil millones de euros sigue siendo menor frente al 56.2% del PBI francés que absorbe el gasto público. En ese contexto, la propuesta reducción de impuestos, parece lógica en un país con uno de los mayores niveles impositivos de la OCDE. Pero si no impulsa la economía por encima del 1.3% proyectado por el FMI ese flujo difícilmente tendrá un efecto de sustantiva reducción de la brecha fiscal (y menos para alcanzar el ya mítico 3% que alguna vez se impuso normativamente la Unión Europea).


Peor aún cuando el descontento social que alimenta la fractura francesa se nutre del desempleo que alcanza 10.1% (vs 3.9% en Alemania) y 24% para los menores de 25 años. La atención social del socio-liberal Macron va a seguir requiriendo dinero público.


Al rescate, en consecuencia, deberá venir la inversión privada. Ésta, ya cortejada por él siendo Ministro de Economía del Presidente Hollande y con el horizonte europeo más claro, puede dejarse atraer con mayor ductilidad. De momento, sin embargo, los inversionistas bursátiles han decido dormir la siesta, tomar ganancias y reducir el nivel especulativo del mercado.


Sobre el particular, debe tenerse en cuenta que si bien el crecimiento de la eurozona se basa en mejores fundamentos, éste se mantiene en niveles menores al promedio de los países desarrollados (1.9%/2%% según el FMI). Como se sabe, entre crecimiento y el nivel de inversión hay una fuerte correlación y aquél pudiera ser aún insuficiente.


Por lo demás, al crecimiento hay que agregar productividad e innovación tecnológica. Tanta que Macron ha convocado a los nerds de Sillicon Valley para que se instalen en Francia donde no experimentarán la barrera nacionalista que los ataja en Estados Unidos. A ellos les ha dicho, como atractivo metafórico, que Francia es “su nación”.


Esta pequeña frase publicitaria es indicativa de que si bien Macron no es un trasnacionalista y sabe qué es el Estado (lo debe haber aprendido en la ENA y en el Ministerio de Economía), no parece tener claro qué implica la noción comunitaria de “nación” en un país que cuya cultura es fundamento de ese concepto (como lo es su historia para el concepto de Estado-nación). Ésta no es una divagación sociológica sino un fundamento de política exterior.


Sin duda que Macron tiene ideas varias sobre ella cuya gestión le tocará liderar: su confianza en la Unión Europea y en la necesidad de reformas institucionales para acercarla a la “gente”; su convicción de que Rusia debe ser un más constructivo interlocutor de Europa por necesidad y de Francia por historia (pero sin olvidar que debe cumplir el acuerdo de Minsk sobre Ucrania si desea dejar de ser sancionada); su convicción de que Francia debe volver a ser, con Alemania, el gran estabilizador y dinamizador de la integración europea; su aspiración a que la capacidad de defensa europea sea más importante que la que brinda la OTAN sin excluirla; y su compromiso en la lucha contra el terrorismo externo (que implica un rol militar extracontinental) e interno (que supone un incremento de las capacidades institucionales para derrotarlo) son todas políticas que muestran un entendimiento de la problemática.


Pero Macron no es un estudioso de la política exterior y tampoco un practicante. Para salvar ese vacío cuenta con un conjunto de asesores respetados y solventes (desde los ex -Primeros Ministros Dominique de Villepin y Jean-Pierre Raffarin y el ex -Canciller Hubert Vedrine) hasta los operativos Aureliene Lechevalier (su asesor principal en la materia), Juan-Claude Couseran (ex –jefe de Inteligencia), Jean-Yves Le Darian (Ministro de Defensa de Hollande) y el Embajador en Estados Unidos Arnaud (Politico).


Pero aún así, Macron quizás no cuente con una visión propia del mundo ni de su política exterior como conjunto. Decir al respecto que el programa de En Marche lo comprueba por su desorden puede ser un argumento simple pero no irreal (el Programa está dividido en varios fragmentos: Europa, Ecología, Inmigración, Mar, Ultra mar, Seguridad, Defensa e “Internacional”).


Entre ellos, sin prioridad ni distinción alguna, destaca el acápite “Internacional”, que el Brookings Institution asume como el marco de la política exterior francesa arraigada en tres pilares: apertura, independencia y ambigüedad (que es una característica, no un pilar). Esto es un error de Brookings puesto que En Marche anuncia una política exterior basta y que quisiera definirse más bien en la tradición gaullista y mediterránea de Francia, en el poder independiente y en su fundamento europeo (así lo señala el Programa).


Ello implicaría el recurso a factores tradicionales pre-globalistas de la política exterior francesa. En efecto, la tradición gaullista se basó en la idea de poder, en una Europa extensa e internamente accesible y en el rol de “tercera fuerza” entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Ese escenario, salvo el segundo, ya no existe.

Y cuando Mitterand llevó al poder por primera vez al Partido Socialista la política exterior gaullista se había extinguido dejando a Francia transitar en el menos glorioso campo económico. Sólo la reunificación alemana recuperó un rol para Francia al condicionarla a la profundización de la integración europea. Esto fue la unión monetaria llevada de la mano por Kohl y Mitterand.


En consecuencia, difícilmente pueda existir un consenso gaullista-mitterandista como quisiera el Programa porque los fundamentos estratégicos en que se basaron esos líderes han cambiado sustancialmente y porque la 5ª República hoy no se asemeja en lo mínimo a la que emergió en 1958.


Por lo demás, entre las múltiples características que definirá el gobierno de Macron sobresale la erradicación del sistema tradicional de partidos (ni el partido gaullista original ni sus variaciones subsisten como factores de poder ni el Partido Socialista hace honor hoy al protagonismo que logró con Mitterand). En medio del desorden partidista el consenso necesario para una política exterior potente no parece hoy tener cimiente.


Y sin embargo En Marche relanza como referencia temática principal la idea de “potencia”: Francia como potencia independiente, humanista y europea. Que un liberal enfatice la necesidad del poder (que es la base de una potencia) parece tan contradictorio como el entrevero nacionalista y globalista de Macron. Esa contradicción está pendiente de explicación (o de aceptar el hecho elemental de que la globalización y el Estado se necesitan mutuamente).


Como “potencia independiente” En Marche no se refiere a una potencia autárquica sino a una convocante, que es abierta y liberal. Y en la que, sin embargo, la capacidad propia de disuasión nuclear, de una fuerza armada y de diplomacia potentes además de la gestión apropiada de los cuatro niveles de protección (la fuerza propia, los tratados europeos, la OTAN, y el sistema de Naciones Unidas) son requerimientos indispensables. Especialmente en un período en el que la necesidad de interlocución se ha ampliado debido a la incertidumbre que caracteriza al sistema (y que la elección del Sr. Trump ha contribuido a incrementar según Macron).


La “potencia humanista” se define, en cambio, como la disposición a enfrentar los “desafíos del mundo” que, de acuerdo a las implicancias del Programa, no sólo no son globales sino también pocos. Así, la acción diplomática requerida se aplicará a la crisis de refugiados, las consecuencias de la guerra siria, la acción colectiva para la estabilización de Libia, la defensa general de los principios humanitarios, el cambio climático (que tiene un foco de preocupación en la renuencia norteamericana) y la promoción de políticas de desarrollo (que requieren recuperación del status francés y el cumplimiento del compromiso de los países desarrollados con la contribución de 0.7% del PBI). Una mezcla de status protector en los ámbitos bélico, humanitario y de atención parcial al Tercer Mundo califica esta calidad de potencia.


Finalmente, la “potencia europea” se define en relación a tres cuestiones: el status de Francia en Europa, el destino de la Unión Europea y la mayor realización de políticas comunitarias. Ello debería lograrse en torno a la reconstrucción del “eje” franco-alemán como dinamizador y estabilizador europeo (especialmente en el marco del Brexit), reformas estructurales en Francia (especialmente la reforma fiscal) y la mayor capacidad de defensa europea. El refuerzo de las convenciones democráticas europeas, la creación de un presupuesto para la eurozona (una de las medidas de gobernanza más polémicas) complementadas por un incremento de negociaciones comerciales comunitarias, de transición a energía limpias y de protección de las fronteras completan el Programa.


Esta versión de potencia regional considera un eventual desenganche con los Estados Unidos y el incremento de los “desafíos de defensa” como estímulo de una política exterior comunitaria y de defensa más activa.


Como se ve, el intento de racionalizar este gran conjunto de políticas en torno de la idea de “potencia” no ayuda mucho cuando en el camino se desarrollan líneas de trabajo vinculadas explícitamente al poder del Estado y al balance de poder, al liberalismo político y humanitario, a la interdependencia, a la preocupación global y a los regímenes comunitarios.


La atención que Macron presta a su política exterior es, sin embargo, loable. Tanto como su aspiración a confirmar para Francia el status de potencia. Pero para ello necesita una visión de Estado, sistémica, geopolítica y estratégica de largo plazo y mayor alcance de la que hoy carece y que deja por fuera inmensas partes del mundo (entre ellas, claramente América Latina). Ello indica que la dimensión del status al que el Presidente Electo Macro aspira es el de una potencia global menor dependiendo de las capacidades de su fuerza nuclear pero que actúa como una potencia regional mayor.

Fuentes.:

-En Marche.

-Brookings: Macron’s foreign policy.

-Politico: Emmanuel Macron’s foreign policy doctrine(s).

-Forein Policy: France’s foreign policy is too powerful to work.


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