El plan anticrisis lanzado ayer por el gobierno para mantener el crecimiento y el empleo es, ciertamente, una buena medida: ésta no sólo procura el compromiso del sector privado con el sostenimiento de la perfomance nacional en tiempos de crisis sistémica sino que es funcional a los esfuerzos que realizan las mayores economías desarrolladas y de la región al respecto.
En efecto, estas medidas (a las que deben sumarse las monetarias realizadas por el Banco Central) no sólo responden al interés nacional sino que están en consonancia con los acuerdos generales logrados por el G-20 y ratificados por la cumbre del APEC de noviembre último.
Aunque bajo las graves circunstancias que vivimos el requerimiento de mayor coordinación global no es todavía adecuadamente satisfecho, las medidas adoptadas son una seña más de la dirección común en que se han empeñado los Estados que desean extraer a la economía internacional de la compleja recesión en que ha, parcialmente, encallado.
Sin embargo, estas medidas nacionales deberán reforzarse más adelante para evitar ya no sólo una recesión atípica, que será más profunda de lo previsto en el 2009 según el Banco Mundial, sino la creciente languidez de la coordinación internacional (la falta de consenso en la Unión Europea y en el Asia es ya visible) y la transformación de esta carencia en una mayor fragmentación que podría evolucionar hacia crecientes fricciones nacionalistas.
El caso de los peligros derivados de la fragmentación internacional es ya patente en la falta de empeño colectivo con la Ronda Doha o en la pérdida de velocidad en la realización de ciertos intereses globales como es el caso de los Objetivos del Milenio. Según la CEPAL, ya en setiembre (en la vísperas del desmoronamiento de Wall Street), los avances de algunos de los índices cruciales referidos a estos objetivos -la reducción de la pobreza al 50% hacia el 2015- no estaban en línea con la meta anticipada. Aunque en América Latina el nivel de pobreza del 2008 (33.2%) mejorará sobre el del 2007 (34.1%), la evolución ha perdido empuje (el total de pobres en la región asciende a 188 millones).
Por lo demás, el avance hacia objetivos como la reducción de la desnutrición (25% de los niños de países en desarrollo son desnutridos), mayor cobertura de salud (50% de la población de estos países carecen de un acceso adecuado) o la disminución de la marginación urbana (un tercio de la población de los países pobres o de medianos ingresos viven barrios marginales) mantiene un curso insatisfactorios (ONU, Reporte de los Objetivos del Milenio, 2008).
Ello contrasta con los avances logrados en matrícula primaria y paridad de género en escuelas primarias (90%), reducción de la mortalidad por enfermedades como el sarampión (80%), acceso al agua potable (aunque muchos millones viven en áreas que acrecen del recurso) y ampliación de la cobertura de telefonía celular.
Pero bajo condiciones de menores ingresos por exportaciones, remesas y de inversión extranjera, es evidente que esa situación empeorará en el 2009. Más aún cuando el Banco Mundial acaba de corregir fuertemente hacia abajo la perfomance global de ese año (0.9%) agravada por una excepcional contracción del volumen del comercio internacional (-2.1% ) como resultado de la caída de la demanda en los países desarrollados (éstos podrían decrecer -0.1% en el 2009 vs. 2.5% en el 2008), la desaceleración de los países en desarrollo (4.5% vs. 6.3% este año) y la carencia de locomotoras económicas (China crecería sólo 7.5% en el 2009 vs. 9.4% ahora).
Revertir este ciclo recesivo en el menor tiempo posible es, es ya no sólo indispensable por razones económicas, sino por intereses sociales y de seguridad. En efecto, el esfuerzo reactivador no debe orientarse sólo a lograr que los países centrales recuperen la capacidad de crear riqueza de manera compartida con las economías emergentes, sino a fomentar condiciones elementales de estabilidad social en todos los Estados y evitar la involución estructural en los menos desarrollados. Especialmente si las fuerzas centrífugas que estos pasivos generar se traducen en conflicto interno con una tendencia perversa a incrementar, sustantivamente, los niveles de fricción internacional.
Si, en consecuencia, las políticas de estímulo fiscal y monetario que cada Estado adopta son bienvenidas, la necesidad de su reforzamiento multilateral es cada día más evidente e indispensable.
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