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Alejandro Deustua

La Nueva Amenaza Coreana

09 de Octubre de 2006



El ensayo nuclear que Corea del Norte ha realizado constituye una amenaza y un serio revés para la comunidad internacional. Pero muestra también, a inicios del siglo XXI, cómo la fenomenología de la emergencia del poder va enturbiando el escenario global alterando la estructura del sistema y cuestionando la jerarquía establecida a través de tácticas que se consideraban superadas.


El desafío norcoreano constituye una amenaza porque establece una nueva potencia nuclear y hostil en los escenarios regional y global que no tiene vocación de equilibrio, que es contraria a la no proliferación y que es (o era), además, un “Estado paria”. Ello ha sido logrado con poco costo para el Estado trasgresor y con grave daño para los demás.


En efecto, mientras las principales potencias, la OIEA y el Consejo de Seguridad se esforzaban por evitar que Irán adquiriese la capacidad de producir energía nuclear con fines militares, Corea del Norte ha progresado hacia la calidad de potencia sin demasiados problemas desde que en julio llevó a cabo una nueva prueba misilera, incluyendo vectores de largo alcance, sobre el Pacífico y vulnerando la soberanía del Japón. La relativa facilidad con que ese Estado ha llevado a cabo su objetivo después de que el Consejo de Seguridad de la ONU le advirtió que no lo hiciera prueba no sólo su voluntad de alcanzar un nuevo status de poder hostil sino la incapacidad de las potencias mayores y del derecho internacional público para contener a ese Estado. Al respecto se dirá que la India y otras potencias nucleares que se mantienen al margen del Tratado de No proliferación son referencias que mitigan la vocación ilegal de la nueva potencia coreana . Pero el status de la India como potencia nuclear proviene de la Guerra Fría mientras que su calidad de estado democrático, la apertura de su economía y su comportamiento externo le otorgan credibilidad razonable. Por lo demás el gobierno hindú, en el marco de la competencia, acata las limitaciones del balance de poder.


El de Corea del Norte es en cambio un gobierno totalitario, capaz de literalmente hambrear a su pueblo, que ha empleado la falsificación de moneda y el lavado de dinero como forma de financiamiento, que vendió y compró clandestinamente tecnología nuclear y al que, como es evidente, la alteración del equilibrio de poder le importa un pepino porque tiene poco que perder. Su comportamiento externo es, además, militarmente agresivo y diplomáticamente chantajista.


Lo primero queda confirmado no sólo porque para ese Estado la Guerra de Corea no ha terminado (y, en efecto, le tregua de 1953 no ha evolucionado a la suscripción de la paz con Corea del Sur) sino que, a diferencia de su vecino austral, entiende su supervivencia sólo como supervivencia del régimen. Lo segundo está a la vista desde que, luego de adquirir tecnología nuclear básica a fines de los 80, ha “negociado” con quienes pretendían inhibirlo a base del chantaje. Lo hizo en 1993 cuando amenazó retirarse del TNP, lo volvió a hacer a principios de siglo para apresurar a Estados Unidos en el aprovisionamiento de reactores nucleares de uso pacífico y lo ha vuelto a hacer ahora para “confrontar la amenaza norteamericana” luego de varias rondas de negociaciones con el grupo de los 6 (Corea del Sur, China, Japón, Rusia y Estados Unidos además del Estado totalitario). Para quienes piensan que la proliferación de armas de destrucción masiva es un invento imperial, he aquí una demostración de lo contrario. Con dos agravantes. Primero, Corea del Norte ha alterado la estructura de poder global (su incorporación al “club nuclear” lo corrobora) poniendo en cuestión, una vez más, la eficacia del poder de los Estados Unidos y la capacidad hegemónica de dos grandes potencias: China y Rusia. El caso será quizás más grave para China cuya insuficiencia para controlar a un Estado al que protege por las razones que fueran muestra la debilidad aparente de su predominio.


Segundo, la adquisición del arma nuclear por Corea del Norte tiende a generar una nueva carrera armamentista en Asia y alterará el balance existente en esa y en otras regiones.


En efecto, el primer afectado por la potencia comunista es Corea del Sur cuya política de aproximación (la denominada “rainbow policy” debe llegar a su fin). Esa potencia tendrá que fortalecer su capacidad militar y sus alianzas, especialmente con Estados Unidos en el entendido de que esa alianza no será suficiente a la luz de las complejidades específicas que emergerán en la región.


Otro gran afectado será Estados Unidos cuyas garantías de seguridad a Corea del Norte y Japón tendrán que incrementarse mientras diversifica e intensifica los frentes de compromiso estratégico (el tripartito “eje del mal” se ha vuelto una realidad de debilitante sobre -extensión).


Por lo demás, la renovada vocación de seguridad del Japón sufrirá un gran impulso innovador. Si esa potencia económica dudaba sobre la necesidad de completar su calidad de superpotencia económica con la cualidad militar, hoy esas dudas se habrán despejado. El agregado de un Japón con fuerte capacidad militar en el Asia y en el mundo ciertamente alterará la estructura del poder mundial (incorporará a un actor influyente en la misma), especialmente si la capacidad que adquirirá no será sólo convencional.


Mientras ello ocurre, para preservar su status China deberá dar muestras renovadas y efectivas de control en el área si su rol desea ser percibido con tranquilidad por los demás. De cambiar el curso intentando con Corea del Norte una suerte de alianza, China revertiría la relativa credibilidad que aquella potencia ha obtenido en Occidente.


Algo similar podría ocurrir con Rusia que, con menor influencia, querrá asegurarse la suficiente para prevenir mayor injerencia externa en un vecino al tiempo que balancea el poder de los demás.


Entre esos otros se encuentran la India y Pakistán cuyas relaciones de equilibrio y desequilibrio cíclico podría incrementarse hacia el lado de la inestabilidad.


Finalmente, América Latina no se quedará al margen de esta serie de encadenamientos por la sencilla razón de que éstos serán útiles para los que deseen alterar rápidamente el balance regional. Este es el caso de Venezuela que no sólo ha incrementado sus lazos con Irán sino que ha deseado hacerlo también con Corea del Norte. En el futuro es previsible que en Suramérica el activismo estratégico venezolano se intensifique. Pero si esas son las consecuencias de balance de poder de la innovación estructural coreana, las derivaciones diplomáticas y multilaterales son tanto o más graves. Para empezar, la autoridad del Consejo de Seguridad ha sufrido otro revés luego de que Corea del Norte no escuchara su “enérgico llamado” (más aún, cuando aquél no provino de una Resolución ad hoc sino de una exhortación cuasi-epistolar). Por lo demás, si las medidas que el Consejo adopte sobre este caso no se incluyen en el Capítulo VII, comprobaremos que la debilidad de la seguridad colectiva, de la que el multilateralismo en la ONU, es tributaria se ha erosionado adicionalmente.


Ello ya se anuncia en tanto las iniciativas para que el Consejo convenza a Corea del Norte de regresar a las negociaciones de los 6 van ganado sitio. Los que pretenden diluir la responsabilidad del Consejo en ese ejercicio no desean dar cuenta de que el objetivo principal de ese grupo negociador –prevenir la adquisición de armamento nuclear por Corea del Norte- ha fracaso estrepitosamente. Como es claro, ello no habla bien de otra forma de multilateralismo: el plurilateralismo.


Aunque no lo deseemos –y como lo muestra el desafío coreano-, los miembros de la comunidad internacional pronto tendrán que volver a pensar, realistamente, en función de un sistema internacional para que la comunidad internacional pueda progresar. Peor si se acepta tal cual el hecho consumado generado por Corea del Norte y se trata a ésta, como puede ser, como una potencia con la que se puede negociar.

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