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  • Alejandro Deustua

La Inversión Extranjera en América Latina: Algo Más Que Mercados

Aunque la economía mundial crecerá este año alrededor de 3.2% (vs. 3.6% en el 2006 según la ONU) (1), América Latina lo hará en torno al 5% (vs 5.5% el año pasado según el FMI) (2). Sin embargo, a pesar de estas expectativas optimistas, la región crecerá menos que el promedio de los países en desarrollo (5.9% según la ONU) y ciertamente menos aún que el Asia si se considera la consistente perfomance china de dos dígitos y la algo menos dinámica actividad de la India.


Si ello implica que el crecimiento latinoamericano sigue retrasándose en relación a sus equivalentes regionales, también indica que ese menor dinamismo anuncia progresiva pérdida de participación en la economía mundial. Ello no es necesariamente malo si la región mejora en términos absolutos, pero es inaceptable en los términos relativos de una inserción cada vez más periférica.


Esta realidad corrosiva de nuestra influencia y status global tiene como referencia antagónica al Asia que ha devenido en un nuevo centro de poder económico (el caso de Europa del Este, teniendo especificidad, es uno de extensión de la Unión Europea). Ciertamente esa realidad innovadora cuestiona las condiciones estructurales del sistema internacional (incluyendo los muy primarios sugeridos por la antigua propuesta centro-periferia del ex-presidente Fernando Enrique Cardoso).


En consecuencia cualquier aproximación al Asia, como la que ocurre hoy en APEC, debería tener en cuenta esta pérdida de posicionamiento latinoamericano como factor decisorio y como contrapartida a las afinidades que se derivan de la apertura de mercados y de las oportunidades de integración.


Ese requerimiento es especialmente necesario si se tiene en cuenta que América Latina ha sido desplazada como principal destino de inversión extranjera directa entre los países en desarrollo desde que ocupó ese sitial en las postrimerías de la Segunda Guerra mundial.


De manera parcial, esta realidad ha sido, por fin considerada por la CEPAL. En efecto, si en términos contemporáneos esta organización reporta un crecimiento de inversión extranjera directa (FDI) hacia la región de 1.5% en el 2006, también registra que este hecho se produce en un contexto de incremento de la FDI global del orden del 34.3% el año pasado. Ello indica que la región ha perdido participación real de -8% en ese mercado financiero sólo en el 2006.


La referencia preocupante debe ser aquí menos el flujo entre los países desarrollados que ha copado US$ 800 mil millones de un total de US$ 916 mil millones el año pasado (concentrados especialmente en el ámbito intraeuropeo y transatlántico) en tanto esa asimetría corresponde a la estructura financiera pre-existente al actual estado de cosas (aunque, precisamente por ello, debiera cambiar).


La referencia estructural que debe llamar la atención son los países en desarrollo en su conjunto hacia los que fluyeron el año pasado US$ 368 mil millones de los cuales sólo US$ 72 mil millones se enrumbaron hacia América Latina y el Caribe. Es decir, mientras que a mediados del siglo pasado la región percibía más del 50% de ese flujo global hoy recibe sólo 20% de la inversión que hoy se dirige a los países no desarrollados. Como se ve, la pérdida de posicionamiento en el mercado y su débil inserción en él ha incorporado un nuevo factor estructural correspondiente a la emergencia de nuevos centros de poder económico.


Sin embargo, la estructuralista CEPAL se remite a explicar el fenómeno aduciendo sólo debilidad de perfomance por pérdida de competitividad de nuestras economías en relación a la inversión que busca mercados regionales y/o facilidades o "trampolines" exportadores. Ello ocurriría especialmente con la inversión que genera valor agregado, nuevo empleo bien remunerado, innovación tecnológica y mejoramiento del nivel de vida.


En términos más específicos, esa entidad de la ONU aduce que las condiciones negativas que llevan a esos resultados son la alteración de los contratos, los cambios normativos, el incremento de las regalías, los conflictos laborales y ambientales que afrontan las empresas y la inestabilidad política. Si bien ello ocurre en diferentes países de la región (desde Chile hasta Argentina), las alteraciones más evidentes se registran en Venezuela (donde el año pasado hubo desinversión de -US$ 540 millones) y en Bolivia (donde la desinversión de -US$ 241 millones ocurrió en el 2005 para recuperase mínimamente el año pasado).


Es decir, en términos macro y microeconómicos la alteración de las normas legales y de las contractuales y la inestabilidad golpea a todos (incluyendo a las economías más abiertas, modernas y mejor calificadas) mientras que la fuga de la inversión es una realidad en los países que emprenden campañas agresivas de nacionalizaciones y otras medidas donde el nacionalismo es equivalente a la xenofobia política y económica.


En otras palabras, la pérdida de sustento de la economía de mercado (o de la tendencia hacia ella) que ha experimentado la región en los últimos siete años tiene un costo en pérdida de FDI para el conjunto. De ello, denominado riesgo-región, los Estados más más revoltosos debieran dar cuenta a los que no desean serlo.

Dicho esto, que es correcto, la CEPAL, no reporta sin embargo otros elementos, a nuestro juicio fundamentales, para la captación de inversión extranjera. Uno de ellos es el rol de las percepciones sustentado no sólo en el riesgo sino en factores culturales. Mientras América Latina estaría perdiendo la atención de los inversionistas por razones de "cultura económica", el Asia (y también los países de Europa del Este) la estaría ha ganando (la cultura económica de esos países parecería más atractiva al inversionista que la latinoamericana salvo para casos de la inversión de origen más afín, como la española, por ejemplo).


Otros elemento a tener en cuenta es de carácter estratégico: el valor geopolítico de América Latina, a diferencia del que tenía a mediados del siglo pasado, parece menor hoy que el que ha revaluado al Asia de la post-Segunda Guerra mundial primero (Japón, los países del sudeste asiático) y de la postguerra fría después (China y, en menor grado, Europa del Este). Esta afirmación asume, por cierto, que la inversión extranjera mantiene una vinculación con el interés nacional de las primeras potencias y que, por lo tanto, ésta no se comporta sólo siguiendo las reglas del mercado o de su escala. Nos parece que ésta realidad está presente en la región.


Ambos elementos, el cultural y el estratégico, tienen un valor principal para la captación de FDI que la CEPAL no estudia y que, sin embargo, parece estar presente en las decisiones del inversionista mayor.


En consecuencia, los instrumentos para captar más inversión extranjera no se fundamentan sólo en la solvencia de la reforma económica y de la estabilidad política, aunque éstas son ciertamente imprescindibles, sino en la recuperación del prestigio, del fundamento cultural contemporáneo y de la condición estratégica de nuestros países.


Allí está el caso de Colombia para demostrarlo. Siendo éste un país en guerra, recibió el año pasado US$ 6300 millones de FDI mientras que el Perú, un país semipacificado y abierto percibió sólo US$ 3500 millones aproximadamente. La diferencia no parece provenir acá sólo de las calidades de los respectivos mercados o del riesgo con que éstos son percibidos, sino, en este caso, de la situación estratégica en relación a los Estados Unidos.


Ello mostraría que la asociación estratégica que proponía el ALCA y la que está implícita en los acuerdos de libre comercio con las potencias centrales son fundamentales para la atracción de inversión extranjera de centros económicos tradicionales por méritos adicionales a la apertura de mercados. A ello debe agregarse el incremento de la interdependencia con los vecinos. América Latina debe tenerlo en cuenta en su relación financiera con el Asia (y con Europa del Este).



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