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  • Alejandro Deustua

La Improcedencia de la Independencia Compulsiva de Kosovo

El Estado sigue siendo la entidad fundamental del sistema internacional. Ni el transnacionalismo más intenso, ni los esquemas regionales más avanzados (la Unión Europea) ni la prioridad moral del individuo han logrado reemplazarlo como factor ordenador de la convivencia colectivamente organizada.


De allí que la desaparición de un Estado, su debilitamiento sustantivo o su fragmentación violenta supere el ámbito nacional y sea siempre un problema de seguridad internacional. El desorden que genera esa circunstancia suele traducirse en vacío de poder. Y éste tiende a generar más conflicto sea éste de carácter interestatal o derivado de la puja de entidades informales como lo son las del crimen organizado. En el primer caso, el quebrantamiento del equilibrio interestatal induce a los Estados concernidos a restablecerlo a su favor. Ello genera una cadena de eventos cuya dimensión bélica ciertamente puede ampliar el ámbito original de la fragmentación del Estado. En el segundo, la puja por el control del espacio “liberado” por organizaciones criminales (p.e., la del terrorismo o las del narcoterrorismo) puede resultar en la constitución de bases de operaciones para actividades ilegales que ponen en riesgo la seguridad global. Ésta es una tendencia creciente en escenarios donde la ausencia de orden interno genera desorden transnacional. De allí que los denominados Estados fallidos sean una preocupación del sistema en su conjunto y no sólo de las grandes potencias. Sin embargo estas consideraciones no están siendo tomadas en cuenta en la inminente declaración de independencia de Kosovo en perjuicio de Serbia.


Ello es aún más preocupante pues ocurre luego de que las guerras yugoslavas de la década de los 90 generaran el primer gran conflicto bélico de la postguerra que complicó, en su dimensión suroriental, al espacio geopolítico de orientación liberal más adelantado: Europa.


Si el desmoronamiento de la Unión Soviética produjo una conmoción estratégica global, las guerras de los Balcanes llevaron a las puertas de la Unión Europea no sólo la reincidencia de la guerra evitada durante 44 años en su territorio, sino las peores manifestaciones del sangriento resurgimiento nacionalista: las matanzas indiscriminadas, la “limpieza étnica” y la “depuración religiosa”. Ese escenario envolvió a católicos, musulmanes y cristianos ortodoxos y a eslovenos y croatas, bosnios y serbios que habían convivido civilizadamente hasta poco antes. Tal catástrofe proyectó el conflicto hacia el oriente llevándolo hasta los confines de Grecia. Así, luego del surgimiento y reconocimiento de los seis estados ex –yugoslavos, emergió también Macedonia que sustrajo de la provincia griega ese nombre y estimuló a un Estado de fresco totalitarismo –Albania- a insuflar mayor beligerancia en Kosovo reclamando su parte.


Esta conflagración logró resolverse luego de que la OTAN interviniera sin autorización de la ONU cuando nadie se atrevía a hacerlo con intención pacificadora. Sólo después intervino la Unión Europea (cuyos miembros se apresuraron en reconocer a las nacientes repúblicas) y la ONU. El principio de libre determinación de los pueblos fue invocado al respecto para contener la violación del derecho humanitario y la barbarie desenfrenada.


Esa forma de intervención (que llevó luego a la constitución de la Corte Penal Internacional luego de que el tribunal para investigar los crímenes de guerra de la ex –Yugolsavia cumpliera parcialmente su difícil deber) despertó también el recelo de quienes, como Rusia, tienen intereses estratégicos en los Balcanes. Ese interés se ha incrementado hoy a la par de la recomposición de esa potencia.


Por lo demás, el efecto demostrativo del conflicto influyó también sobre aquellos Estados europeos que tienen problemas de orden interno relacionados con el gobierno de sus entidades autónomas (España) o con el control de criminales fuerzas separatistas.


Apenas ocho años después, cuando las heridas en los Balcanes no se han cerrado, cuando Rusia ha recuperado su influencia regional y parte de su proyección global y los problemas de fragmentación de ciertos Estados europeos se padecen también en regiones distantes como Suramérica, el incentivo a la independencia de Kosovo parece querer arriesgarlo todo sin tener en cuenta el alto grado de autonomía que ya posee.


En efecto, desde 1999 la ONU ha reconocido a Kosovo la mayor autonomía (Res. 1244) tutelada hasta hoy por fuerzas militares y civiles de la OTAN. Esa autonomía se ha perfeccionado institucionalmente con la cooperación, probablemente desganada, de Serbia. Y lo ha logrado sobre la base del principio complementario del principio de la autodeterminación de los pueblos: el respeto a la integridad territorial del Estado.


Si este principio universal, que reconoce la intangibilidad de la base material del Estado, le ha sido reconocido específicamente a Serbia en relación a Kosovo, el interés de fuerzas de la Unión Europea para reemplazar a las fuerzas de la OTAN al margen del Consejo de Seguridad de la ONU, no parece bien fundamentado. Es más, la prioridad que se otorga en este caso al principio de autodeterminación no tiene en cuenta los riesgos de su aplicación sin contrapesos. Este error se cometió en el proceso de solución de la Primer Guerra Mundial y dio pie a los prolegómenos de la Segunda Guerra: el nacimiento de la Alemania nazi que, como es evidente, no respetó el principio de integridad territorial del Estado.


Por lo demás, si con la independencia de Kosovo al margen de los derechos serbios Europa confronta un riesgo de seguridad y de balance de poder de consecuencias previsibles en su dimensión oriental, su efecto demostrativo recorrerá desde el Atlántico (España) hasta los Urales (el Cáucaso, donde las presiones separatistas en Georgia y otros Estados de las proximidades del Mar Negro son intensas). Ese riesgo es mayor que el mensaje implícito en la independencia de Kosovo: la tolerancia europea (y norteamericana) con los pueblos musulmanes (que, por lo demás, es innecesario si se apura el proceso de adhesión, plena o parcial, de Turquía a la Unión Europea). En un mundo más interconectado y más inestable, el efecto demostrativo de ese proceso independentista (o, más bien, fragmentador) podrá tener efectos también en regiones como la nuestra donde el Estado es débil o no acaba de organizarse (los casos de Colombia y Bolivia, salvando las distancias), o donde los procesos de descentralización son inestables (el caso peruano) o donde los Estados albergan crecientes problemas étnicos (los aymaras en Bolivia, los mapuches en Chile).


Por ello, la independencia de Kosovo no puede producirse sin considerar los derechos que resguardan al Estado (en este caso Serbia), ni con prescindencia de los mandatos del Consejo de Seguridad (bajo cuya tutela autonómica está Kosovo) y mucho menos sin considerar su efecto global.



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