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  • Alejandro Deustua

La IED Global y la Brecha Entre Asia y América Latina

Aunque siempre se señalen riesgos e inequidades, casi todos los reportes económicos multilaterales en los últimos dos años traen buenas noticias independientemente de que aquéllos evalúen la perfomance global y nacional o la de sectores y flujos económicos.


Lo mismo ocurre con las proyecciones inmediatas que demuestran, salvo por los riesgos de los desequilibrios globales, que el ciclo económico expansivo sigue siendo razonablemente vigoroso a pesar de su desaceleración y de los últimos reportes de la baja perfomance norteamericana. Este es el caso también del comportamiento de la inversión extranjera directa (IED) en el 2005 del que da cuenta la UNCTAD en su último reporte ad hoc (1)

En efecto, esa organización registra para el año pasado un flujo global de IED del orden de US$ 916 mil millones. Éste añade al crecimiento de 29% el hecho de que sus beneficios han incluido a casi todas las “grandes subregiones”. Y aunque el informe dé cuenta de que este alto nivel sigue estando por debajo del año pico (el 2000 con US$ 1.4 mil millones de millones), proyecta más crecimiento para el próximo año.


Es verdad que la estructura del escenario receptor del flujo continúa siendo ampliamente dominado por los países desarrollados. Lo mismo ocurre con el instrumento transmisor de IED (fusiones y adquisiciones transfronterizas que se registran principalmente entre aquellos países). Sin embargo, los países en desarrollo parecen mejorar su participación en el mercado.


En efecto, mientras que los desarrollados se beneficiaron el 2005 de 59% de los flujos (US$ 542 mil millones), lo países en desarrollo lo hicieron en el orden del 36% (US$ 334 mil millones). Estas proporciones parecen mejores que las de años anteriores. Es más, los países en desarrollo exportan cada vez más capitales en términos de IED a través un mayor número de grandes empresas. Si éstas son estatales o privadas es otra cuestión, mientras que el incremento debiera reflejarse en mayor empleo, mejora tecnológica y, por tanto, mayor productividad.


Esta dinámica virtuosa ocurre también en el nivel “sur-sur” según la UNCTAD. Pero el organismo no señala que ella va acompañada de un efecto discriminador que amplía la brecha entre Asia y América Latina como receptores de IED y de sus beneficios. Este hecho confirma una fenomenología que viene ocurriendo hace décadas de la que el organismo en cuestión no da cuenta.


En tanto ese factor de desplazamiento es ya estructural, no es posible hoy enfocar el flujo de IED (o el de comercio) sólo en términos “Norte-Sur”, “desarrollados-en desarrollo” o “centro-periferia” entre cuyos actores hay conexión. A esas dicotomías es necesario incorporar la variable de la brecha “sur-sur” entre cuyos actores hay menor conexión o no la hay en absoluto. Esto resulta aún más necesario cuando la brecha financiera entre Asia y América Latina sigue pareciendo hoy más el resultado de un juego de suma 0 a pesar del incremento de las “inversiones horizontales” que debieran generar ganancias de suma variable propia de una interdependencia creciente.


En esta perspectiva se entiende mejor que mientras que el Asia percibió el año pasado US$ 199.6 mil millones de IED, América Latina recibió US$ 103.7 mil que, descontando, la inversión off shore, implica en realidad sólo US$ 67 mil millones. Por lo demás, en términos nacionales, los principales receptores que en Asia son China (US$ 72.4 mil millones) y Singapur, superan de largo a Brasil y México (donde la IED se redujo el año pasado en -17% y -3%, respectivamente). El debilitamiento relativo de la capacidad de “arrastre” de las principales economías latinoamericanas en relación a las asiáticas está, en este rubro, a la vista.


De otro lado, debe decirse que la ventaja cualitativa que se fundamenta en las razones generales del crecimiento, también reporta mayores beneficios para el Asia que para América Latina . Veamos.


Es evidente que el crecimiento global, el crecimiento sostenido de las economías nacionales, el mayor dinamismo de las empresas multinacionales y la reinversión derivada de utilidades mayores ha beneficiado a todos como sostiene la UNCTAD. Pero es también claro que las economías asiáticas crecen mucho más que las latinoamericanas, que en ellas se asientan mucho más empresas afiliadas a las grandes matrices multinacionales y, especialmente, su crecimiento nacional no se debe, como en el caso latinoamericano, al incremento de los precios de los productos básicos. Ello implica que Asia derive menor IED a los sectores primarios que América Latina y consolide mejor el sector servicios e industrial (en el mundo en desarrollo la IED en el sector servicios disminuyó de 40% a 35%, el industrial participa con 40% y el sector primario concentró 25% del total). Las condiciones de menor vulnerabilidad, mejor disposición corporativa y la magnitud y estilo de crecimiento parece más sólido en el Asia aunque en América Latina existan mejores –o más costosas- políticas en casos excepcionales. Ello se refleja en la ampliación de la brecha estructural entre ambas regiones desde hace tres décadas por lo menos. Para mostrar ese efecto tomemos los flujos de IED hacia Asia y América Latina sólo para el período 2000-2005. En cada año de esta serie el flujo asiático no sólo superó al latinoamericano sino que lo hizo en valores crecientes (US$ 31 mil millones de diferencia en el 2000, US$ 95.9 mil millones en el 2005). Como resultado para el período tenemos una diferencia agregada del orden de los US$ US$ 311 mil millones. Esta cifra se acerca a toda la inversión extranjera dirigida al conjunto de los países en desarrollo el año pasado (US$ 334 mil millones). Es verdad que si el resultado de un período económico indica que la mayoría estamos igual o mejor que al principio, todos estaremos mejor. Los que ganan estarán en mejores condiciones de compensar a los perdedores para mejorar las condiciones de distribución. Pero esa conclusión no explica las pérdidas de ganancias por posicionamiento en el mercado (inserción) o participación en el mismo. Éstas explican, más bien, una mayor estratificación del poder económico global proyectado regionalmente que resulta en mayores obstáculos a la competitividad y productividad latinoamericana.


Si América Latina se está beneficiando de la inversión extranjera no lo está haciendo al ritmo que debiera al tiempo que sus mercados tienden a ser relativamente postergados en términos de IED. Los “optimistas” de la integración –en su versión hemisférica o subcontinental-, como prefieren definirse aquéllos que no desean ver sus problemas, tienen aquí un serio desafío que confrontar. De su buena disposición a hacerlo, que debiera reflejarse en la formación de capital, depende, en buena medida, el progreso tecnológico y el empleo latinoamericano. Al respecto la interdependencia “sur-sur” no esta funcionando aún adecuadamente.



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