18 de marzo de 2005
La fuerte expansión del crecimiento global ha estimulado en el 2004 el crecimiento de la inversión extranjera directa en el mundo por primera vez desde el cambio de siglo. A una tasa de 14% de aumento, el flujo total de US$ 612 mil millones ha beneficiado a todas las regiones pero especialmente a los países en desarrollo que han registrado un incremento de 79% para un total de US$ 255 mil millones. Si el ciclo expansivo se mantiene es posible esperar un incremento de esos flujos productivos en el mediano y largo plazo según la CEPAL (1).
Es obvio que estas cifras sólo nos puede colocar en el lado optimista de la prospectiva. Pero al hacerlo no se debe puede pasar por alto que ese punto de vista concierne sólo a los valores absolutos. Si se considera el incremento de la competencia por la captación de recursos como un factor determinante de la captación de inversión, la perspectiva es otra. Ella no implica pesimismo sino realismo en la evaluación contextual.
Para comenzar digamos que el extraordinario incremento de los flujos de inversión hacia los países en desarrollo (LDC) ciertamente no implica que se hayan superado las corrientes hacia los países desarrollados (éstos a pesar de una reducción de -13 % reportan una recepción 80% mayor que los LDC para un total de US$ 321 mil millones).
De otro lado, si bien la inversión extranjera directa hacia América Latina aumentó 44% y hacia Europa Oriental 40%, la que se orientó al Asia aumentó en más de 100% (un total de US$ 166 mil millones) confirmando el patrón del incremento de los últimos años: distribución con concentración en las mismas regiones y países y, por tanto, incremento de las brechas y asimetrías con los que mejoran menos.
Si éstas brechas contribuyen a determinar el sistema del poder económico en el mundo (la brecha entre América Latina y el Asia, aunque progresiva, es ya estructural), también indican diferencias de desarrollo acordes con la calidad de la inversión: en términos generales hacia el Asia se dirige una inversión de mayor calidad y eficiencia medidas por el aporte y la absorción tecnológicos y la generación de capacidades locales, encadenamientos productivos e incremento de competitividad. Éste es un segundo factor de concentración que caracteriza a la expansión de la inversión que la CEPAL sugiere pero no especifica.
Un tercer factor de concentración es la confirmación de los centros de acumulación. Así si Estados Unidos absorbe el 20% de la inversión mundial (y la Unión Europea algo más), China representa el 10% de la inversión toral y el 31% de la que se dirige a los LDC (es más, dependiendo de qué estadística reporte la CEPAL, con US$ 62 mil millones China está US$ 5 mil millones por encima o por debajo del conjunto de América Latina). Por ello, ese organismo –contrariando a políticos y burócratas, pero concordando con algunos académicos- define a China en este rubro como lo que es: un desafío regional (aunque más para México por la calidad de la inversión que procura eficiencia, que para Suramérica donde la inversión se dirige más para ganar mercado).
Si una perspectiva optimista por la afluencia el retorno de la inversión extranjera directa no sólo es ineludible sino deseable para potenciar el ciclo expansivo, ésta de ser balanceada por la realidad de la competencia y sus efectos en la concetración, decíamos. En el lado del primer enfoque (el optimista) los beneficios de US$ 56377.8 millones (o 44% de incremento, el primero desde 1999) no explícitos en el Informe se reflejan en el notable aumento de la perfomance de los receptores, el incremento de la interdependencia positiva y el crecimiento de los vínculos intraregionales (Estados Unidos es el primer inversor en montos absolutos y principal responsable de los flujos de calidad al tiempo que se incrementa la presencia en la región de las empresas denominadas “translatinas” -empresas latinioamericanas que invierten dentro del Hemisferio-).
Pero desde la perspectiva contextual, el reporte de la CEPAL ratifica la concentración de la inversión en los países grandes y en las subregiones mayores (Suramérica más que México, Centro América y el Caribe; y el MERCOSUR más que la Comunidad Andina) que el reporte no destaca suficientemente.
En efecto, la tendencia a que Suramérica reciba mayor inversión que México y el Caribe es confirmada por la CEPAL. Así, si en el 2001 Suramérica acogió US$ 38506.7 millones, en el 2004 recibió US$ 34103.8 millones, México, Centro América y el Caribe recibieron en es esos mismos años US$ 32292.4 millones y US$ 22273 millones, respectivamente. Sin embargo, a nadie escapa que la denominación regional es en buena cuenta acá un marco en el que las grandes economías, la brasileña y la mexicana, concentran intensísimente la inversión (a Brasil llegó US$ 18165 millones en el 2004 –más del 50% de los flujos hacia Suramérica- y a México US$ 16291.9 millones –más de 2/3 de la inversión en la subregión de su influencia-).
A pesar de ello, un cambio estructural ha ocurrido en ese patrón concentrador: la inclusion de Chile entre los cuatro mayores y el desplazamiento de Argentina como gran receptor. En efecto, desde el 2001 Chile recibe más inversión extranjera que Argentina ampliando la brecha hasta casi cuadriplicar la diferencia con este país en el 2004 (Chile recibió el año pasado US$ 7600 millones mientras Argentina al incio de su recuperación, US$ 1800 millones).
De otro lado, las brechas subregionales en Suramérica no sólo se consolidan a favor del MERCOSUR sino que se amplían cualtitativamente a su favor: mientras el MERCOSUR congrega inversión extranjera en el 2004 por US$ 20275 millones casi duplicando la cifra del 2003 (US$11529 millones), converge con la tendencia regional que muestra el retorno del crecimiento suramericano. M ientras tanto la Comunidad Andina percibe menos en el 2004 (US$ 6225 millones) que en el 2003 (US$ 7504 millones) rompiendo la tendencia regional y desaprovechando el impulso del crecimiento global. Por lo demás, en el MERCOSUR se encuentra el gran concentrador suramericano: el Brasil que acumula de 90% del total destinado a su subregión en el 2004.
Éste es un problema mayor para la CAN si se tiene en cuenta que entre sus miembros sólo Colombia incrementa notoriamente su captación (US$ 2352 millones vis a vis US$1746.2 millones en el 2003), mientras que la mejora del Perú es insignificante (US$1392.5 millones en el 2004 en relación a US$ 1377.3 millones en el 2003) y la caida de Bolivia es estrepitosa dentro de su intrascendencia (en el 2004 sólo recibió US$ 137 millones mientras el promedio del período 1996-2000 fue de US$ 780.2 millones).
A estos patrones de concentración del poder económico –y de marginalidad, por lo tanto- que reflejan una estructura medida por la variable de inversión en tanto ésta indica capacidad de competencia económica, se agrega otro problema cualtitativo que la CEPAL hace bien en establecer. En efecto, el organismo estima que los beneficios de la inversión extranjera directa no se están percibiendo ni con la rapidez ni con la intensidad que debieran en las economías receptoras. La baja creción de competitividad sistémica es especialmente visible en la inversión que busca mercado en contraste con la que busca eficiencia para exportar a terceros. Si la diferencia entre una y otra se define por la intensidad teconológica del flujo, el nivel de capatación del receptor y el impacto productivo y de competitividad que genera, también se establece cualitativamente por regiones.
En efecto, la CEPAL indica que hacia Suramérica concurre básicamente inversión en busca de mercado por privatizaciones, incremento de la presencia empresarial y ampliación de escala especialmente en recursos naturales y manufactura (no ocurre necesariamente lo mismo con el sector servicios) . La que se orienta a México, Centroamérica y el Caribe, en cambio, concure más en búsqueda de eficiencia productiva (especialmente en el sector automotor, electrónico, vestimenta y servicios). Aunque cualtitativo, he aquí otro factor de concentración generador de brechas intraregionales que contribyen a definir una estructura de poder eocnómico en el área.
A definirla concurre también el origen de la inversión en tanto la CEPAL atribuye a Estados Unidos, el principal inversor a nivel hemisférico, el origen de la inversión de calidad (especialmente en México) mientras que la Unión Europea parece motivada por el mercado (especialmente en Suramérica). Esta discriminación por el origen parece vinculada también al factor volatilidad. Así, la inversión que concurre a Suramérica (marcada por la mayor incidencia de la UE) parece bastante más inestable entre los ciclos de crecimiento (1990-1995/1996-2000) y de decrecimiento (2001-2003). La que se orienta a México, Centro América y el Caribe (de origen norteamericano) se muestra, en cambio, más estable cayendo algo menos en el ciclo contractivo. A la determinación occidental de la estructura económica de la región por esta vía no concurre a la inversión asiática que es marginal.
A ello se agrega un patrón en formación que , según se vea, puede ser considerado positivo o negativo para nuestras economías. La reducción relativa de presencia de multinacionales en la región medida en proporción de sus ventas parece tan manifiesta como la incorporación de empresas “translatinas” allí donde la empresa local adquiere capacidad e interés y las multinacional lo pierde como en el sector hidrocarburos. En este punto la buena noticia es que el capital regional es capaz de invertir en América Latina con creciente visibilidad. La mala noticia es que esas empresas reflejan también gran capacidad de concentración (entre las mayores, 12 son mejicanas y 9 brasileñas) y que la gran empresa trasnacional muestra cada vez menos interés en la región. A esta realidad la CEPAL agrega una crítica calificación: América Latina se ubica entre los últimos lugares considerados por las multinacionales para la inversión por eficiencia antes que por mercado.
De esa obsesrvación emerge un recomendación cepalina: la región debe redefinir sus políticas e instituciones para atraer inversión de calidad. Nosotros agregamos cuatro: Primero, la región debe incentivar el retorno de los capitales fugados por efecto de las crisis financieras de fines de la década pasada. Segundo, es posible minimizar, a través de los mecanismos de integración, la concentración de la inversión promoviendo la participación de un socio local en el emprendimiento extranjero. Tercero: los organismo regionales deben tomar conciencia de que América Latina debe competir con el Asia por recursos financieros que se orientan por razones, que no son purmanete económicas, a esos mercados (un buen momento para empezar es la la negociación del TLC con los Estados Unidos y la que se iniciará en el futuro cercano con la Unión Europea). Cuarto: los gobiernos latinoamericanos deben tomar precauciones frente a la futura emergencia de un ciclo de contractivo que aunque hoy se percibe distante puede ser apresurado por la permanencia de los desequilibrios financieros globales.
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