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  • Alejandro Deustua

Implicancias del Brexit

Quizás Churchill no deseaba que el Reino Unido participase de una Europa formalmente unida. Pero en 1946 la unión de Europa fue idea suya antes de que Jean Monet y Robert Schuman contribuyesen en 1951 a la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y que en 1957 se forjase en Roma la Comunidad Europea.


Luego de ello el Reino Unido tuvo que confrontar dos veces al General De Gaulle para lograr su ingreso a la Comunidad y eliminar los costos estratégicos del aislamiento hasta que en 1973 la primera expansión de la Comunidad lo incluyó junto con Irlanda y Dinamarca (y luego de una tercera solicitud).


A partir de entonces la progresiva ampliación de la organización de integración más grande y exitosa del mundo no ha culminado a pesar de señales crecientes de pérdida de cohesión proveniente principalmente de los miembros de Europa del Este.


Sin embargo, el 31 de enero el Reino Unido produjo la primera amputación de la entidad comunitaria al concluir formalmente su participación en ella bajo el liderazgo el Primer Ministro Boris Johnson (aunque aún falta negociar los términos del retiro hasta diciembre de este año).


Ese proceso de fragmentación empezó antes de que, en 2016, el referéndum que patrocinó David Cameron iniciara torpemente el reguero de pólvora que ahora atestiguamos. En efecto, fueron quizás los primeros reclamos de devolución de aportaciones y de soberanía que blandiera Margareth Thatcher (siguiendo la huella de renegociación financiera solicitada por el laborista Wilson), los que marcaron el inicio de la quiebra europea.


Pero aunque esta conservadora, vigorizada por el más rancio liberalismo económico, detestara los que ella consideraba excesos normativos y financieros de la Comunidad, no planteó nunca el retiro formal de su Estado de la agrupación que ha consolidado exitosamente, aunque no a un bajo costo, la estabilidad, la paz y el progreso europeo de la postguerra. Ella deseaba una membresía restringida con una zona de libre comercio sin mayor profundidad en otros campos. Con esa esperanza participó en la creación del Acta Única sin anticipar, por ejemplo, la autoexclusión del acuerdo de la libre movilidad de personas (el acuerdo Shengen) o la creación de la moneda única.


Con el fin de la Guerra Fría y con la incorporación de los países de Europa del Este ad portas, la Unión Europea progresó hacia la política exterior y de seguridad común (PESC) y la conformación de la unión monetaria superando de largo las limitaciones del “mercado único”. Mucho antes, a la libertad de movimiento de bienes, servicios y de capitales se había incorporado ya la de las personas. La inmigración, impulsada por la libertad de los países del Este, inundó después la Gran Bretaña para bien de su economía y malestar de una buena cantidad de británicos que no hacía uso del privilegio de aposentarse en el resto de Europa.


David Cameron lanzó entonces el referéndum de 2016 en la convicción de que debía mantener los beneficios económicos de la integración y desprenderse de las limitaciones políticas. El malestar con estas últimas quizás eran legítimas, especialmente después del intento “continental” de organizar una “constitución europea” que restaba considerable soberanía a los Estados miembros y que fue felizmente derrotado.


Pero lo eslóganes europeístas radicales continuaron (como en España en donde el lema “a más crisis más Europa” caracterizó a los socialistas que no medían las consecuencias de tal propuesta ni tenían en cuenta el impacto de la crisis del 2008-2009. Cameron, sin embargo, perdió soga y cabra.


Luego del fracaso de la Sra. May en el intento de convenir con Bruselas el retiro británico, ahora el Sr Johnson, envalentonado por el “éxito” del 31 de enero sigue dispuesto a un Brexit “duro” a fines de año incrementando la tensión con los comunitarios.


En el ámbito comercial, que quizás sea el más importante para el Reino Unido, el Sr. Johnson ambiciona un acuerdo de libre comercio “como el canadiense”: concentración en el acceso y no en las normas. Bruselas, en cambio plantea un “terreno plano” que resguarde la normativa europea y procure, en ese marco, el libre intercambio.


Más allá de estos detalles, académicos y editorialistas conservadores destacados como Niall Ferguson y Martin Wolf del Financial Times ven pasivos por todos lados. Éste es también el caso, aunque más matizado, de publicaciones más liberales como Foreign Affairs que luego de consultar con expertos de todos los colores, concluye que la mayoría de los entrevistados prevén altos costos para el Reino Unido. Mientras tanto, Roger Cohen (NYT) reseña la dureza del daño espiritual que el retiro británico implica para la Isla y al Continente.


Además del pago de entre 30 mil y 40 mil millones de euros que deberá realizar Londres a Bruselas por obligaciones pendientes, el impacto se medirá en probable pérdida de dinamismo comercial (que, en tanto que Europa recibe alrededor del 50% de las exportaciones británicas mientras que la UE coloca en la Gran Bretaña 15%, impactará más a esta última) con fuerte detrimento de la perfomance económica británica.


Ello sin contar con el incremento de tensiones nacionalistas en el Reino Unido (Escocia) y el resto de Europa, el fin de la participación en instituciones fundamentales para la Gran Bretaña, su correlativa pérdida de influencia, el probable socavamiento de libertades (la libre circulación de personas p.e.), el incremento de la incertidumbre en torno a la etapa de transición o el incremento de riesgos financieros y geopolíticos, además de la creación de una ilusión excepcionalista. Ésta, más allá de lo económico, distorsiona la evaluación de capacidades británicas para actuar en solitario en escenarios globales (como en el caso del medio ambiente, p.e) (Wolf).


En el escenario mayor, las tendencias que estimulan las tensiones de la globalización y de la interdependencia podrán incrementarse y sobrevalorar el valor del estatismo (la defensa de los fueros del Estado en un marco de integración era estratégicamente más valiosa con el Reino Unido dentro que fuera de la Unión Europea).


En ese escenario, la relación europea con América Latina quizás se debilite más de lo que ya era propio de ese vínculo ya institucionalizado. Ello podrá ser contrarrestado si Brasil logra consolidar el renovado impulso de lograr un acuerdo económico y político con la Unión Europea.


A pesar de ello, el retiro británico no es una buena noticia para Occidente cuya cohesión se muestra también cada vez más fragmentada.


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