11 de octubre de 2022
La proyección, por el FMI, de una extraordinaria desaceleración económica mundial durante el presente año y la mayor contracción (con tendencia recesiva) en el próximo, es producto de dos guerras de carácter o dimensión globales.
La primera “guerra” fue originada por la pandemia y por su combate mediante políticas implementadas por la gran mayoría de Estados. Las intensísimas rebajas de las tasas de interés y la generación simultánea de liquidez para sostener mercados e ingresos se adoptaron con plena conciencia de su costo posterior en términos de inflación y ajuste que no terminaron de pagarse con la fuerte desaceleración del 2020.
Y los Estados que adoptaron medidas diferentes (como China) reduciendo el consumo, el empleo y la inversión de manera directa con sistemáticas medidas de reclusión masiva (que continúan hasta hoy,) también estuvieron al tanto de los costos que todos debemos sufragar.
La segunda guerra, iniciada por la invasión rusa de Ucrania y su impacto global reflejado en incremento de los precios internacionales de alimentos y energía, en la fuerte contracción adicional en las grandes economías occidentales y en la distorsión de los mercados, es una respuesta contundente a los que aún piensa que el conflicto es focalizado. Al ser conscientes de su enorme costo quizás los beligerantes tendrán un incentivo para buscar una salida negociada antes de que la prolongación del conflicto en el 2023 lleve al mundo a una crisis todavía mayor.
El FMI define esta gran crisis-quizás la peor desde la década de los 70 del siglo pasado- como un “desafío turbulento” signado por dos tendencias globales negativas: la de la inflación creciente (que pasa de 4.7% en 2021 a 8.8% este año y a 6.5% en 2023) a pesar de las políticas de ajuste ya iniciadas en varios países; y la de la contracción económica (que transita desde 6% en 2021 a 3.2% este año y a 2.7% en 2023).
En un contexto de incertidumbre y de escasa predictibilidad (que implica que nuevos shocks pueden agravar las variables mencionadas llevándolas a un escenario recesivo -o de estanflación global-) el FMI señala algunos riesgos agravantes. Éstos aparecen vinculados a una mayor apreciación del dólar, a una crisis de la deuda, al desborde de la crisis del mercado inmobiliario chino hacia una crisis bancaria, a la fragmentación “geopolítica” y al deterioro mayor de la cooperación.
Esos riesgos implican incremento de fuga de capitales en las economías emergentes, tensión financiera (y eventual insolvencia) en los países en desarrollo, decrecimiento de las exportaciones hacia los grandes mercados, deterioro del flujo de capitales hacia los mercados menores y crisis del multilateralismo.
Si estos riesgos se materializan, el orden internacional cambiante en el que vivimos podría derivar en un “desorden” global que intensifique las tendencias al conflicto (con participación de grandes potencias que hoy se desligan-p.e. el caso de EstadosUnidos y China-)y minimice las posibilidades del desarrollo.
El FMI estima que la tendencia al incremento de los riesgos que impliquen una mayor desaceleración (un crecimiento global menor al 2%) es del orden del 25% y su escenario de referencia sería la década de los 70 del siglo pasado (que, en América Latina, anticipó a la “década perdida”).
De manera general, esa entidad recomienda a las autoridades económicas de los Estados que ya gestionan medidas de ajuste “mantener el curso” con un sentido de prudencia: ni tanto que las medidas generen recesión indeseada ni tan poco que permita la prolongación de la crisis inflacionaria.
Y atendiendo a su obligación asistencial, el FMI recuerda a los países más impactados por la crisis (generalmente, las economías menores en tensión financiera) que hagan uso de los fondos ad hoc que la entidad tiene disponibles para este momento crítico.
El FMI desea dar la impresión de que, con el diagnóstico adecuado, recomendaciones políticas claras y genéricas y la puesta en perspectiva de la crisis, el organismo está listo para contribuir a gestionarla y, en el proceso, afirmar su liderazgo. Y logra su cometido.
Pero la entidad no puede superar la gravedad de su propio reporte. Con las tres locomotoras de la economía global (Estados Unidos, China y la Unión Europea) contrayéndose en simultáneo y con las economías emergentes (24 de las mayores representan 49% del PBI global -y 67% del crecimiento en los últimos10 años-World Economics-) acompañando ese rumbo, la sensación recesiva (que se sentirá más agudamente el próximo año) es inevitable.
Especialmente para América Latina que se desacelera más intensamente que el promedio de las economías emergentes (cae de 6.9% en 2021 a 3.5% en 2022 y a2.5% en 2023) sin el beneficio de una cierta estabilización del crecimiento en el último año considerado a pesar de partir de una tasa de crecimiento superior al resto de las emergentes en 2021 (6.9% v 6.6%).
En esta sombría perspectiva el Perú necesita un liderazgo calificado del que hoy carece y paz social, a todas luces inexistente, que autoridades más sensatas deben, en alguna medida, poder recuperar si no deseamos un colapso en el largo plazo.
Fuente: IMF World Economic Outlook October, 2022
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