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  • Alejandro Deustua

Estados Unidos: Los Riesgos De La Inmutabilidad

Si la guerra ha sido el leit motiv de las elecciones norteamericanas la perspectiva “clausewiztiziana” es una forma de aproximarse a ese proceso. En efecto, quienes crean que la guerra es la continuación de la política por otros medios tenderán a ver el ejercicio del voto en Estados Unidos como una herramienta democráticamente legitimadora del conflicto bélico. En un contexto de extrema pugnacidad interna que no revela la equivalencia de objetivos de los señores Bush y Kerry a este respecto, la metáfora realista de Clausewitz será recurrida por gestores y analistas. Al respecto se podría concluir que, de no mediar la fragmentación local, el poder que proyecta el interés nacional norteamericano se ha fortalecido en esta elección.


Sin embargo, si el elemento determinante de la contienda han sido los valores –como sostienen muchos-, el idealismo del Jefe de Estado que encontró en la religión uno de los fundamentos del triunfo electoral sería el factor globalista que su versión más moderada –la de un Kerry wilsoniano- no pudo derrotar. Esta aproximación es más importante de lo que parece si el resultado de la elección es el triunfo de largo plazo de una nueva forma de conservadurismo estadounidense y su pretensión de extenderse, en lo posible, universalmente.


Y si lo que cuenta es el origen y la composición del electorado, la influencia determinante de los estados continentales norteamericanos sobre los marítimos (los del Pacífico y del Atlántico de Nueva Inglaterra) confirmaría en Estados Unidos la perspectiva mackinderiana del valor del heartland como escenario de dominio electoral. En una contienda signada por el conflicto regional externo, ésta también es una forma de aproximarse al tema y a la necesidad norteamericana de estabilizar geopolíticamente Irak y Afganistán para influir en el resto del Medio Oriente.


Pero más allá del significado del conflicto de intereses norteamericanos, de su dimensión moral y su proyección territorial, el hecho es que el presidente Bush ha obtenido un triunfo absoluto proveniente del voto popular y electoral (a diferencia de las elecciones del 2000), de la ampliación del dominio en la Cámara de Representantes y en el Senado, de la futura renovación conservadora de la Corte Suprema y del avance republicano entre las minorías (como la de los denominados “hispanos”). De allí que el Secretario de Estado Powell haya ratificado que el presidente Bush ha recibido un “mandato” de política exterior que asegura continuidad y fortaleza en los principios y los objetivos de la misma. Esa declaración puede, pero no debe, interpretarse como un afirmación de inmutabilidad.


No debe serlo porque la victoria ha sido estrecha en el voto popular (51% vs 48%, magnitud que cae en el margen de error de las encuestas) y en el voto “electoral” del peculiar sistema norteamericano (286 vs 252 equivalente a un estado como Ohio y apenas algo más). Menos aún cuando la división sobre el tema central -la guerra (Irak y el terrorismo global) y la necesidad de ganarla- ha reclamado los llamados a la unidad nacional realizados por ambos contendores para compensar los peligros de una fuerte pérdida de cohesión interna. A esa vulnerabilidad debe agregarse los peligros que representan el déficit fiscal de US$ 400 mil millones y el comercial de US$ 600 mil millones que son financiados con crédito externo y la percepción generalizada de que las fuerzas armadas norteamericanas están sobrextendidas (The Economist, entre otros). La afirmación de inmutabilidad no disminuye estas vulnerabilidades internas.


Y tampoco las externas. Frente a la división de Occidente producida por la guerra, la “comunidad internacional” reclama hoy un liderazgo norteamericano que no fracture más las alianzas tradicionales (la OTAN, por ejemplo) o el sistema mayor de seguridad colectiva (la ONU) por favorecer necesarias alianzas ad hoc y la libertad de acción de la superpotencia. El requerimiento de rearticulación es mayor cuando en el ámbito regimental, por ejemplo, la Organización Mundial de Comercio debe lograr algún éxito religitimador en la actual ronda de negociaciones comerciales; cuando los mercados no regulados, como el energético, la especulación debe disminuir su capacidad de distorsión de los precios en función de manifiestas brechas de inestabilidad; y cuando en la estructura de poder global se avisoran alteraciones no necesariamente fluidas con la incorporación a ella de potencias emergentes como China, entre otros cambios fundamentales.


Frente a este escenario producir una agenda puntual de desafíos y de objetivos a cumplir (como la que publica un ex asesor presidencial de política exterior, el señor Haas, en The Economist) no es suficiente para reducir la fragmentación occidental en torno al liderazgo de seguridad norteamericano. Si los conflictos regionales principales (Irak y el palestino-israelí en Medio Oriente, Afganistán en el Asia) deben ser resueltos, si los desafíos nucleares focalizados (Corea del Norte e Irán) deben ser contenidos y revertidos, si las amenazas globales mayores (el terrorismo, la proliferación de armas de destrucción masiva y las pandemias debe desactivarse) y el mayor empuje de potencias emergentes debe ser adecuadamente canalizado, la participación norteamericana en esos escenarios debe ser congregante para ser exitosa. A ese objetivo debe concurrir las potencias medias occidentales y prestar su respaldo, pero el liderazgo norteamericano debe saber convocarlas.


Para ello los intereses nacionales de esos Estados deben ser tomados en cuenta por la nueva administración si no se desea agudizar el recelo remanente. Ello ocurrirá mejor si la política exterior norteamericana acomoda los objetivos de los demás en el proceso de realizar los propios. Y ello no se logrará si la voluntad de reaproximación del señor Bush no es respaldada por hechos. Estos pueden ser simbólicos (cambios en el gabinete norteamericano como el del señor Ashcroft ), rectificatorios (recuperación de la credibilidad de los servicios de inteligencia para lo que no bastará la aprobación de una nueva ley), cooperativos ( énfasis en los mandatos de la ONU, especialmente de la Resolución 1546 que llama a la cooperación internacional en Irak), inclusivos (acciones de cooperación norteamericana en la realización de intereses ajenos). Estos hechos no se producirán si prevalecen eventuales admoniciones sobre inflexibilidad política derivada del nuevo mandato electoral.


En lo que se refiere al hemisferio americano, el recurso inicial a la diplomacia tradicional puede ayudar a introducir algunos elementos de cambio dentro de la continuidad (a pesar de ser aquél sólo un indicador de prioridades intraregionales). En efecto, el presidente Bush realizará sus primeras visitas oficiales a Canadá y Chile (luego de la reunión de APEC este mes) lo que contribuye a señalar inicialmente a sus interlocutores hemisféricos principales. A ellos se suma México a donde el Secretario de Estado Powell lleva en estos días la disposición norteamericana de lograr un acuerdo migratorio que, luego de haber fortalecido la frontera, permita la obtención de un status legal temporal de los millones trabajadores que han llegado a Estados Unidos clandestinamente (éste es un acuerdo que el 11 de setiembre frustró).


Brasil, eventualmente, podría ser el siguiente en la lista luego del rápido saludo que las autoridades de ese país ofrecieron al triunfo republicano. La agenda comercial global (Doha), hemisférica (ALCA) y algún eventual futuro acuerdo con el MERCOSUR podría estar en cartera acompañados por temas de seguridad que van desde el combate al narcotráfico, el apoyo a Colombia, el resguardo de la cuenca amazónica y la emergente capacidad nuclear brasileña.


A estas innovaciones diplomáticas podría sumarse una innovación estratégica reflejada en la intensificación de la presión sobre Cuba en previsión de que la edad de Castro conduzca a un cambio de régimen. Aunque la importancia geopolítica de la isla tiene una histórica jerarquía en la política exterior norteamericana, la dimensión ideológica de la presidencia del señor Bush tiende a incrementarla . Ésta, sin embargo, podrá ser moderada de acuerdo a las ya sobrexigidas posibilidades norteamericanas de manejar crisis en otros contextos. De ocurrir lo contrario, la ausencia de consenso latinoamericano sobre la legitimidad del gobierno del dictador cubano afectaría fuertemente la relación de la región con Estados Unidos poniendo en evidencia una división regional que ya existe sobre la materia pero que es necesario moderar.


Si estas acciones son marginalmente innovadoras, la continuidad se reflejará en la priorizada relación con Colombia –pieza clave en el combate del terrorismo global- especialmente si el presidente Uribe es reelecto. Aquí es previsible un incremento del número de asesores norteamericanos en el campo (no el despliegue de tropas) y la sustentabilidad económica del esfuerzo bélico colombiano en cantidades que hoy convierten a ese país en uno de los principales receptores de cooperación económica norteamericana. Alrededor de ese escenario, que ratifica la dimensión de seguridad que Estados Unidos otorga al TLC con el resto de países andinos, la fluidez de las negociaciones correspondientes están garantizadas. Si éstas tiene éxito, la relación de seguridad andina con Colombia se incrementará en tanto no se considere a Venezuela.


Al respecto, es muy difícil prever un escenario donde alguno de los involucrados decida no ratificar ese éxito. Quizás el caso boliviano pudiera ser la excepción si las fuerzas de fragmentación triunfan en ese vecino por la vía legal (la Asamblea Constituyente, las elecciones presidenciales) o la ilegal. Pero aún así, la aproximación norteamericano- andina será producto de la estrecha periferia que la delimita mientras los andinos no decidan ampliar su radio de acción y los Estados Unidos no reclame su participación extraregional innovando estratégicamente la relación.


En lo que hace a la tendencia electoral suramericana que es atraída hoy por la izquierda responsable (Uruguay es el último ejemplo), Estados Unidos no las verá con preocupación en tanto ésta pueda mantener la estabilidad y el orden. Pero en tanto la percepción de seguridad será aquí también prevaleciente, la región necesitará de la primera potencia algo más que la tolerancia benigna del primer gobierno del señor Bush. Si éste desea incrementar la cooperación en todos los campos, debe prepararse a codiseñar junto con los latinoamericanos nuevos mecanismos de gobernabilidad democrática que permitan aminorar la peligrosa brecha entre expectativas creadas por el orden liberal contemporáneo y una estructura social de mediados del siglo XX.

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