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  • Alejandro Deustua

Entre Revoltosos y Caraduras

24 de octubre de 2023



Antes que por el progreso los ciudadanos argentinos pugnan hoy por la esperanza. Con riesgo hiperinflacionario y default pendiente sobre sus cabezas esperarán hasta el 19 de noviembre para elegir entre dos opciones subóptimas. Éstas confrontan, de un lado, a un candidato sobreideologizado que ofrece amputaciones institucionales y económicas para “salvar” a la patria y al mercado antes que crecimiento y justicia; y, del otro, al que ofrece continuidad y fraternidad electoral sin mucha atención a la naturaleza existencial de la amenaza económica ni a la erosión de la confianza colectiva generada por la corrupción peronista.


La personificación de ese drama entre los candidatos que han pasado al ballotage proviene menos de la sorpresa que de la previsible dinámica política originada en las primarias (PASO) de agosto pasado. Éstas fueron dominadas por los mismos postores de hoy: el contestatario pseudo-liberal Javier Milei (que triunfó con un sorprendente 30%), el neo-peronista Sergio Massa (que logró un desconcertante segundo puesto con 21.4% de los votos) y la poderosa detentadora del balance de poder, Patricia Bulcrich de centro derecha (17%).


Como se sabe, el señor Massa ha participado en la contienda electoral siendo ministro de Economía en funciones (anomalía que no está permitida en el Perú). Ello ha tenido serias implicancias.


Primero, resulta excepcional que quien ha sido el más reciente responsable del omnívoro proceso inflacionario argentino, resulte ganador de la primera vuelta presidencial y que, sobre esa base, prometa protección económica a las familias argentinas. Ello dice mucho del “espíritu de cuerpo” que singulariza a la tradición peronista y también del temor producido por el superajuste universal auspiciado por Milei a una ciudanía inundada de pobreza y cuya cultura de postguerra está íntimamente asociada a la del Estado protector.


Segundo, era completamente predecible que el candidato oficialista a cargo del ministerio de Economía decretara medidas promotoras de su candidatura disfrazadas de salvaguarda social (p.e. la devolución del IVA de la canasta básica, la cancelación del impuesto a las ganancias de los trabajadores trabajadores) o una reducción tributaria general cuando al riesgo hiperinflacionario se agrega el déficit fiscal de casi -2.8% y una emisión monetaria superior al 4% del PBI “para proteger al fisco” (BBVA)


Por lo demás, el Sr. Massa logró su preliminar éxito sin intentar siquiera separarse de la inmensa corrupción que los gobiernos kirchneristas han avivado desde el 2003 obviando toda mención al respecto. Teniendo en cuenta la piel dura de sus antecesores, ello era también predecible. Lo era menos, sin embargo, que Massa se presentara como un virtuoso cohesionador prometiendo un gobierno de unidad nacional y de los “mejores” sin importar su origen.


Finalmente, fue fácil para Massa añadir temor al miedo generado por la campaña de la “motosierra” (sic) de Milei publicando, como era natural, el incremento estimado de precios de servicios públicos indispensables (p.e. el de los transportes) que Milei explicó oscuramente mediante complicados artilugios microeconómicos.


En este marco, la atracción por Massa de votos indecisos y hasta de miembros de las alianzas de Milei (a las que éste insultó como en el caso de la UCR y la Coalición Cívica) significó una ganancia alrededor de quince puntos en relación a las PASO totalizando el 36.59% mencionado.


En total contraste, Milei, apenas repitió el 29/30% de las primarias mientras arreciaba su agresividad revolucionaria. Olvidando el voto que debía atraer moderando su lenguaje y propuesta, se contentó con haber logrado el respaldo de los jóvenes. A pesar de que a esa estadística, que debe corroborarse, ciertamente no concurrieron ni los mayores ni los pobres (40% de la población), él prefirió cerrar su campaña al calor del rocanrol, de los cánticos de “barras bravas” futboleras y de un estridente y leonesco espectáculo de luz y sonido. Triunfo total o nada era el mensaje que olvidó la importancia del voto de provincias y de la paupérrima periferia urbana.


En ese espectáculo probablemente participó más el Milei anarco-capitalista que el liberal clásico sembrando mayores dudas sobre su identidad real y subrayando que su programa de arrasamiento institucional no se había moderado en lo mínimo. Y olvidando que en el centro de la experiencia más exitosa de una economía dolarizada en la región (la ecuatoriana) existe un banco central para vigilarla y que esa entidad fue indispensable en las buenas épocas de la convertibilidad argentina, Milei prefirió insistir en su eliminación por razones frívolas (su “mal uso”) sin considerar su reforma.


De similar manera persistió en no corregir su irracional “rechazo” de la justicia social debido a sus costos correctivos. Cambiar su denominación le pareció una mejor y pueril idea. Al respecto crearía un ministerio de “capital humano” en el marco de la jibarización de la administración pública reducida a ocho ministerios sin mayor explicación sectorial. En el proceso se reemplazaría las centenarias instituciones de educación y salud públicas argentinas por vouchers que permitirían a los usuarios “elegir” (Gallup informa que, hasta 2022, los argentinos tenían aún confianza relativa en esos servicios).


Y aunque la política exterior no importe mucho en su perspectiva, Milei tampoco cortejó la confianza internacional. En efecto, nunca refirió en público los efectos de la dolarización en las negociación iniciadas con el FMI, minimizó el incremento de los costos para los exportadores, discriminó a buena parte de la comunidad internacional reiterando que sostendría relaciones excluyentes con países democráticos y señaló a Israel como toda referencia.


Peor aún, no tuvo en cuenta el efecto que este conjunto de proclamas radicales (y eventuales insultos) tendría en quien debería ser su aliado en el ballotage: Junto por el Cambio de Patricia Bulrich a quien debía acudir a solicitar apoyo para triunfar. Para empezar, el malestar de buena parte de los integrantes de esa alianza ya se hizo patente en la fractura de esa organización (los radicales no votarán por el revolucionario libertario).


Ahora toca que el imprudente Milei deje de cantar victoria por la clarificación del ambiente político argentino, pase a moderar su lenguaje y programa y a construir los consensos indispensables para implementar sus propuestas en un contexto parlamentario sin mayorías.


Al respecto el aleonado personaje ha inaugurado, por su cuenta, un período de “borrón y cuenta nueva” para triunfar en el ballotage. Pero la disposición de los potenciales asociados ha disminuido aunque en ello vaya el fracaso del liberalismo, el intento de desbancar al peronismo como agente desgobierno y la agudización de la polarización e inestabilidad argentinas.

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