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  • Alejandro Deustua

Entre China y Argentina

El XIX Congreso del Partido Comunista chino acaba de alterar el liderazgo de la próxima primera potencia económica. Una imagen menos “liberal” que la que planteó el reformismo de Deng Xiaoping a partir de 1979 acaba de emerger en China con la consagración del “pensamiento” del Secretario General Xi Jinping en la ley fundamental del Partido Comunista.


Como no ocurría desde Mao, el Secretario General del PC chino guiará doctrinariamente la “nueva era” económica que inaugura la gran potencia. Y también la de su evolución militar (el Sr. Xi Jinping mantendrá la presidencia de la Comisión Militar Central).


Tal concentración de poder interno permitirá al Secretario General seguir depurando a los antagonistas locales, controlar en lo posible a la inmensa clase media y sus nuevas libertades y plantear nuevas condiciones para lograr la primacía global. Ello ocurrirá sin contar con un sucesor ni con la certeza de que la práctica de dos gobiernos sucesivos como máximo sea respetada en 2022.


Con el énfasis económico chino puesto hoy en el desarrollo de la demanda interna antes que en las exportaciones, el potenciamiento del liderazgo chino en el marco de esquemas de integración occidentales que se fraccionan y de la tendencia norteamericana a entender el mercado en términos de poder, incrementa la sensación de que la gran potencia asiática contribuirá a perturbar más la calidad del mercado global.


Más aún cuando la competencia militar que ésta plantea se expresa en el predominio en su entorno marítimo al tiempo que su alcance extra-regional se amplía no sin dejar de utilizar a socios nucleares como Corea del Norte.


Pensar en China hoy sólo como un mercado para nuestros arándanos, paltas y cobre o como financista ferrocarrilero es, por tanto un exceso minimalista. Tal aproximación reclama a gritos una reconsideración estratégica.


Especialmente si, sin desmerecer un ápice su valor como fuente de inversión extranjera en América Latina, se tiene en cuenta que de sus arcas dependen, en no poca medida, la supervivencia de regímenes dictatoriales como el venezolano al que, a cambio de petróleo, China ha financiado in extremis. Ello ocurre mientras la menor consideración por la democracia en el sureste asiático no es impermeable a su influencia.


Lo contrario está ocurriendo en el Cono Sur suramericano. En Argentina, unas modestas elecciones parlamentarias acaban de abrir una gran oportunidad democrática y de mercado al resto del área.


Allí el triunfo de Cambiemos ha asegurado que la Argentina pueda apresurar las reformas económicas que la recuperación democrática del país inició con el presidente Macri. Y también ha logrado que la prevista contraofensiva peronista no se produzca ni que los seguidores de Kirchner puedan bloquear la apertura del país y su recuperación moral.


Ello favorecerá la evolución liberal del Cono Sur, tan agobiado por la inestable situación brasileña (que la inmensa corrupción no permite normalizar), y generará sinergias con los países de la Cuenca del Pacífico. En el proceso, la afluencia de capitales, liberados de momento del riesgo peronista, favorecerá un mayor crecimiento funcional a la región y a una mejor vinculación del Mercosur con la Unión Europea (el acuerdo comercial en espera desde 1999 podría concluirse).


Si ello se logra, Sudamérica podría lograr un nuevo seguro contra la influencia remanente de la dictadura venezolana en el área y recuperar una presencia internacional comprometida por Chávez y por Lula. Este activo geopolítico debe estimularse y protegerse frente a la perspectiva de un nuevo autoritarismo en el Asia.


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