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  • Alejandro Deustua

Del Estímulo al Estorbo: La Deuda Otra Vez

La OCDE afirmó hace unos días que la “recuperación está a la vista”. Una mejoría de la actividad económica internacional, el mayor impulso de los procesos de vacunación y la aprobación legislativa del muy importante estímulo económico norteamericano (US$ 1.9 trillones) ha impulsado ese pronóstico.


Éste se refleja en el probable incremento de la tasa de crecimiento global de este año: 5.6% (subiendo 0.6 puntos), la probabilidad de alcanzar una perfomance “pre-pandémica” en este 2021 si la vacunación general se acelera y la contribución de 1% al impulso general por el mencionado estímulo estadounidense (OCDE). A ello se suma el rebote del comercio de bienes y de la producción industrial a fines del 2020 (FT).


El pronóstico, sin embargo, no está desprovisto de desequilibrios (p.e. la mayor desigualad entre perfomances nacionales: alta en Estados Unidos, Israel, Reino Unido; baja en Alemania, Italia y, por cierto, en Brasil y México) y de otros condicionantes (p.e. el retardo en los procesos de vacunación que postergaría la recuperación hasta el 2022; o el vínculo entre disparidad y sostenibilidad del crecimiento).


Sobre este punto debe considerarse que si bien la economía global crecerá fuertemente este año (el 5.5%/5.6% señalado), ésta se desacelerará en 2022 a 4% con contracciones puntuales más o menos profundas dependiendo de los países. Para atenuar ese fenómeno y lograr mejores fundamentos en el futuro se requerirá consolidar la inversión y orientarla hacia los sectores digital y de “transformación verde” así como el arraigo de los apoyos a personas y empresas “hasta que las economía puedan reabrir completamente”.


El moderado optimismo de la OCDE no es, sin embargo, novedoso. En efecto, en enero pasado un reporte interino del FMI, cuando la oferta de vacunas ani-Covid estaba, en muchos casos, en proceso de aprobación, ese organismo mejoraba su proyección de crecimiento global de 5.2% a 5.5% a pesar de la incertidumbre motivada por la aparición de variantes del virus. En ese momento el FMI dejó también constancia del problema generado por las crecientes desigualdades que se producían en el sistema internacional en el marco del crecimiento.


Pero ni el FMI ni la OCDE consideraban entonces los efectos debilitadores para la perfomance global que presenta la deuda externa de los países (la que, sin embargo, ha sido fundamental para financiar el estímulo y los consecuentes déficits fiscales en la gran mayoría). Y tampoco referían que su incremento marcaba ya una tendencia antes de la pandemia.


De este problema sí dio cuenta el Banco Mundial estableciendo que, en 2020, la deuda total de US$ 281.5 millones de millones equivalía a 355% del PBI global y marcaba un récord que podría seguir creciendo este año hasta que se empiecen a reducir gradualmente los estímulos económicos generalizados por lo menos. (WB, Global Economic Prospects de enero de este año). Esa deuda, cuya estadística se origina en el Institute of International Finance, presenta varios problemas más allá de la obvia insostenibilidad que implica la vigencia de obligaciones más de tres veces superiores al producto global en el conjunto del sistema internacional.


Si bien las economías emergentes y países en desarrollo (EMDES) son responsables de un menor coeficiente deuda/producto en relación a las economías avanzadas, en el 2019 el total de aquéllas ya rebasan largamente el monto de lo que se producía (176% del total del PBI global). Aunque la responsabilidad de la deuda privada fue en ese año superior a la pública (123% del total EMDES) aquélla se acumulaba en un contexto remanente de bajos intereses como resultado de las políticas de rescate y estímulo para combatir la “Gran Recesión” (la crisis 2007-2009).


Además del sistemático endeudamiento por encima de lo que se produce, la preocupación que plantea el Banco Mundial es de carácter estructural e histórico: el fin de las tres primeras olas de endeudamiento de países EMDES ha resultado en crisis financieras independientemente de que éstas fueran causadas o no por factores exógenos.


Este fue el caso de la primera ola (la de las décadas 70-80), la de la segunda (década de los 90-2000 originada en los países del asiático de la cuenca del Pacífico) y de la tercera (originada por exceso de apalancamiento privado en Europa –y Estados Unidos- luego de la desregulación de los “mega bancos” y que terminó en la crisis de 2007-2009).


Hoy nos encontramos en la cuarta ola que empezó en 2010 y que se ha desarrollado al paso del “mayor, más rápido y más amplio incremento de deuda en los EMDES en los últimos 50 años” (Global Waves of Debt”, World Bank). Esta ola tiene en común con las anteriores el largo período de baja inversión y de crecimiento con la diferencia de que ahora se presenta encuadrada en mejores políticas y cambios en el los mercados financieros (ampliación del impacto de los bancos centrales, fuerte promoción de la deuda por gobiernos y relajamiento de restricciones).


Así, el mayor endeudamiento implica un fuerte incremento del riesgo que, entre otras cosas, implica la posibilidad de que buena parte de aquél esconda problemas de potencial insolvencia que pudiera hacerse evidente en una situación de incremento de la tensión financiera (hasta hoy la calma prevalece gracias al relajamiento monetario) (World Bank: Global Economic Prospects, enero 2021)


En consecuencia, con el crecimiento retornando estas vulnerabilidades requieren la mayor atención. Especialmente si el retiro gradual de los estímulos deberá empezar en algún plazo no lejano y la correlación entre la vacunación y crecimiento es un hecho que ya se está produciendo (y que debe acelerarse) según la OCDE.



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