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  • Alejandro Deustua

¿De una Alianza del Pacífico a una Gran Alianza?

La Alianza del Pacífico se va ampliando. A Perú México, Colombia y Chile desean unirse ahora Costa Rica, Guatemala y Panamá mientras que a los seis observadores que concurrieron a la cumbre de Cali se han sumado siete países latinoamericanos y europeos que desean adquirir ese status.

Si tal es la atracción que la Alianza genera es porque ésta tiene un valor estratégico superior al de la zona de libre comercio que ha conformado y al espacio de integración profunda que generan la integración en servicios varios y mercados bursátiles. Así lo entienden los Estados que han establecido vínculos con ella.

En efecto, sus integrantes son ribereños latinoamericanos de la cuenca del Pacífico de Norte y Suramérica (a los que se sumarán pronto un grupo de centroamericanos) que están fuertemente vinculados entre sí por un mismo orden económico y político de marcado carácter liberal. Ello agrega extraordinaria cohesión a la Alianza en un escenario latinoamericano y hemisférico fragmentado.

Más aún, cuando el núcleo de los integrantes de la Alianza pertenecen a la APEC y buena parte de ellos son negociadores de uno de los dos grandes acuerdos de libre comercio: el acuerdo transpacífico que, con el futuro acuerdo transatlántico entre Estados Unidos y la Unión Europea, revolucionará el sistema internacional de comercio (y probablemente al régimen que lo rige -la OMC-).

Si Canadá es un observador que pretende desempeñar un rol, la pregunta de por qué no se incorpora Estados Unidos a la Alianza ampliándola a toda la costa hemisférica del Pacífico reclama una respuesta también estratégica.

Más aún cuando la totalidad de los países que integran la Alianza han suscrito acuerdos de libre comercio con la primera potencia y si ésta, como es evidente, es un baluarte del orden liberal en el sistema internacional.

Es probable que Estados Unidos no desee unirse a la Alianza porque quizás se sienta más cómodo sin ataduras que impidan su proyección a la Cuenca. Y es probable también que los latinoamericanos se sientan menos apremiados sin la asimétrica gravitación estadounidense en la negociación de la agenda intra-regional.

Estas razones parecen poderosas. Pero no al punto de ser imbatibles en tanto Estados Unidos negocia el acuerdo transpacífico cuya sofisticación es mayor que los vínculos que construye la Alianza en un escenario donde no podrá imponer su voluntad con facilidad a potencias mayores.

Por lo demás, Perú, Chile y México también forman parte de esas negociaciones cuyo resultado se irradiará al resto de la Cuenca y, por tanto, a los ribereños latinoamericanos que no forman parte de la Alianza.

Teniendo en cuenta el fuerte deterioro del sistema interamericano, la participación de Estados Unidos en la Alianza del Pacífico generaría un vínculo renovador en el área y, con las diferencias del caso, otorgaría a los latinoamericanos una mayor proyección en la Cuenca y mayor potencia negociadora en el acuerdo transpacífico que luego se reflejará en el equilibrio de poder en la APEC.

Si ese hecho restara eventualmente autonomía grupal a la Alianza debe responderse cuánto poder agrega a ella la participación norteamericana. En un sistema internacional en formación en donde lo más evidente es la gravitación geopolítica de escenarios regionales mientras se definen los polos de poder del sistema emergente, esa participación debe evaluarse estratégicamente superando los parámetros de la identidad latinoamericana (que, a la luz de los diversos orígenes de los observadores en la Alianza, no parecen ser demasiado estrictos).


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