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  • Alejandro Deustua

Cuba: ¿Prueba de Futuro?

2 de Agosto de 2006



La muestra de que el cambio radical del sistema internacional no implica una mutación súbita de todos sus miembros aparece diáfana en el caso de Cuba. Allí la apertura global no ha atenuado el rigor del totalitarismo ni el sacrificio de la sociedad en nombre del socialismo.


Pero ésa es también una excepción, entre otras, que el Estado absolutista no puede mantener. Menos en aquellos Estados cuyos gobiernos están ligados a la longeva brutalidad de un dictador. De ello, sin embargo, no se puede concluir que la desaparición de éste lleva consigo la automática eliminación del régimen que lo sostiene. Pruebas al canto: la enfermedad de Castro no ha mostrado hasta ahora ninguna señal de apertura en Cuba. Sea aquélla real o un ensayo para probar las condiciones de la reacción de la población y la de la comunidad internacional, el hecho es que lo único nuevo consiste en que el dictador ha cedido “temporalmente” el mando totalitario (no necesariamente el poder) a un dictador subrogante. Y en tanto las atribuciones del mando son allí ilimitadas, la cesión ha incluido el mando del Estado, del gobierno, del partido Comunista y de la Fuerza Armada. Con un aditamento: esa extraordinaria acumulación de capacidad coercitiva está en manos de un delegado (Raúl Castro) que prefiere no dar cuenta de su persona (minimizando, por tanto su responsabilidad).


El mensaje es claro: en Cuba el totalitarismo persiste y la disposición del régimen a la apertura sigue siendo un imponderable. En efecto, Castro insiste hasta ahora que las “condiciones subjetivas” del mando no han cambiado (omitiendo inclusive las distintas características personales del subrogante) y que las “condiciones objetivas” que orientan al Estado son tan firmes como la rigidez de un estructura estalinista que ha desafiado su entorno durante 47 años.


Sin embargo, un régimen con la capacidad de subsistencia como el cubano y un liderazgo mesiánico como el de Fidel Castro ciertamente no permitirán que un simple hecho biológico (la muerte del dictador) termine con la gloria de su herencia. Si la previsión está en la naturaleza del cálculo y, en Cuba, el cálculo sirve a la manipulación totalitaria, el dictador habrá planificado hasta el último detalle las consecuencias de su fallecimiento y las del régimen que deberá honrar su memoria. Pero esa hipótesis no puede ser aún comprobada. Lo que sí es comprobable es que en Cuba puede haber descontento extremo (probado hasta la saciedad por los balseros que desafían la muerte para arribar a una costa de oportunidades apenas 90 millas de distancia) pero no hay desorden. El Estado es férreo, sus cuadros se han renovado y educado y la población, por mano propia y ajena, está organizada (y lo está quizás porque entre la filiación y el miedo puede no haber allí diferencia alguna).


Por lo demás, la paupérrima economía muestra signos de crecimiento y la relación externa ha mejorado (el “bloqueo imperialista” ha venido a pelo para lograr cristianas respuestas de la Unión Europea y compadrazgo ideológico de varios líderes latinoamericanos cuyas identidades siguen marcadas por el romanticismo que envolvió a la revolución de 1959).


De otro lado, la destrucción de Estados atrapados por las fuerzas de cambio del sistema (la Unión Soviética, Yugoslavia) son lecciones demasiado cercanas y visibles como para no haber sido aprendidas por la élite cubana. Y ningún Estado latinoamericano, ni europeo -y ni siquiera Estados Unidos- desean una implosión en la Isla por una razón sencilla: las consecuencias de una confrontación sangrienta serían fuertemente desestabilizadoras en la cuenca del Caribe y en América Latina mientras que Estados Unidos debería destinar recursos de poder que ahora están comprometidos en otras regiones.


De allí que, en la eventualidad de que la futura nueva dirigencia cubana apuntara a un cambio, su exigencia de una apertura ordenada sería coincidente con el resto de la región. Sin embargo, en el caso de que éste no se dé, la presión por la apertura cubana dentro y fuera será tan grande que la violencia podría comandarla. Lamentablemente, desde fuera, algunos aliados cubanos, como Venezuela, puede rigidizar cualquier intento de tránsito en el entendido de que estaría perdiendo la fuente de poder ideológico que es Cuba. Si ello ocurre, la rigidización antidemocrática en Venezuela puede ser mayor todavía. Y de allí desplazarse hacia otros socios (Bolivia, entre otros).


La irracionalidad de esta opción, que agudizaría el conflicto interno en estos países y restaría a Cuba una opción pacífica de progreso, debe ser claramente descartada en el ámbito interamericano. La opción racional –la apertura y ordenada del Estado y de la sociedad cubanos- debe ser planteada como clara y explícita alternativa por la comunidad hemisférica. Juan Pablo II dejó, al respecto, una fórmula sencilla: que Cuba se abra el mundo y que el mundo se abra Cuba.

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