A pesar de que la muy conservadora Heritage Foundation sostiene que el índice de libertad de económica en 177 países del sistema internacional ha mejorado en el último año, la impresión que se tiene es que el consenso liberal en el mundo se ha debilitado.
A ello parece estar contribuyendo el incremento más o menos generalizado de la conflictividad convencional y no convencional, la intensificación de los nacionalismos, los escasos avances de las negociaciones comerciales multilaterales (Doha), la pérdida de velocidad de los grandes acuerdos de integración inter-regional (los acuerdos transpacífico –TPP- y transatlántico –ATCI-). Ello ocurre mientras las tendencias antidemocráticas se han incrementado conforme aumenta el populismo de manera correlativa a la situación de creciente inequidad global (que ya encontró sitio en la agenda global).
Sin embargo, dos grandes acontecimientos democráticos muestran que el liberalismo político, expresado de manera heterogénea, dicen lo contrario. En efecto, el proceso electoral en el mayor Estado democrático del mundo –India- está ocurriendo por etapas (el proceso se inició el 7 de abril y deben culminar el 16 de mayo) mientras que la mayor entidad de integración mundial –la Unión Europea- renovará su representación parlamentaria, como lo hace cada 5 años, entre el 9 y 11 de mayo próximo.
Estos comicios gigantescos convocarán a 819 millones de electores (de un total de 1.3 mil millones de ciudadanos) en la India y alrededor del 43% de los electores europeos (la proporción de votantes en las últimas elecciones parlamentarias del 2009) de un total de 501 millones de ciudadanos en la Unión Europea. El ejercicio casi simultáneo del derecho de representación del individuo en la institución que mejor registra la soberanía nacional (el congreso, que por sí sólo no es garantía de gobernabilidad), realizándose simultáneamente en el corazón de Occidente y en el sur de Oriente muestra la potente expresión del liberalismo como pilar del orden global.
No sólo por ello los republicanos latinoamericanos deben estar atentos a estos comicios. En tiempos de superación de la crisis económica más intensa desde el primer tercio del siglo pasado, de confrontación en el Este de Europa y Eurasia y de confirmación y redefinición de alianzas en Este y Suereste de Asia por Estados Unidos, estos procesos electorales adquieren significado tanto simbólico como estratégico: la afirmación de que el pilar liberal en el mundo no están tan erosionado como se piensa y que, aunque con mayores obstáculos, su ámbito de expansión continuará.
Los riesgos económicos y geopolíticos están a la vista: la desaceleración china complicada por la conflictiva situación en el mar del sur de esa potencia, el “tapering”, el temor remanente a una deflación europea o de una nueva crisis energética que se inicie en Europa, la pérdida de dinamismo de las economías emergentes y un reflujo del proteccionismo están a la vista. Como lo están también los procesos de descomposición en Estados desarrollados (a través, p.e., de procesos secesión y de emergencia extremista) y en Estados en desarrollo donde el “Estado fallido” vuelve a ser una amenaza presente (p.e. en Venezuela).
En ese marco, el fenómeno que podría ser el más peligroso de todos –el tránsito de la apatía electoral al desencanto con la democracia y la integración europeas- no es un hecho menor. Con un desempleo promedio de 11.9% (cuyos factores oscilan entre el 5.1% de Alemania y los aplastantes 25.6% de España -agravado por el 55% de desempleo juvenil-, el 17.5% de Croacia, el 16.7% de Chipre o el 15.3% de Portugal), el fenómeno de la década perdida es equivalente en Europa al de una generación desperdiciada (cuya expresión más dramática ocurrió en el 2010 cuando cerca de un cuarto de la población en ciertos países europeos corrió el riesgo de engrosar las filas de la exclusión y la pobreza).
Bajo estas condiciones el estímulo del voto no pasa hoy necesariamente por los partidos que forman las familias de partidos establecidos y predominantes en el Parlamento Europeo (las agrupaciones del Partido Popular y de los Socialistas y Demócratas) sino por aquellos que mejor representen la protesta de los jóvenes especialmente agredidos por la crisis.
En ese espectro se encuentran los partidos contestatarios: los euoescépticos, la izquierda tradicional maquillada y quizás las agrupaciones de partidos humanistas –como los Verdes-, los que aprendieron poco pero representan lo conocido -los Conservadores- y los autoritarios –que ya ganaron presencia municipal en Francia y en la calles de Grecia-. Aunque estos partidos no triunfarán en los comicios comunitarios ni serán mayoritarios en ellos, lo cierto es que, como representantes de la apatía o del desencanto, ya muestran sustento estadístico firme (por ejemplo, en las recientes elecciones en Francia).
Por lo demás, la agudización de la tendencia a no concurrir a votar en elecciones comunitarias es progresiva e ininterrumpida en Europa desde que en 1979 el 62% concurrió a las elecciones parlamentarias europeas mientras que en el 2009 sólo participó un 45% de la población. Sin embargo, también puede ocurrir que esa tendencia se quiebre por el temor a que los partidos antisistémicos adquieran una mayor presencia (aunque fuera marginal) y por la convicción de que la Unión Europea no puede seguir siendo conducida como hasta ahora.
Para expresar esa fenomenología, sin embargo, las elecciones nacionales (en las que la mayoría de los gobiernos que gestionaron la salida de la crisis han sido reemplazados) son un mejor foro que el Parlamento Europeo en el que 751 representantes son elegidos para decidir poco entre costosísimos viajes entre Estrasburgo (donde se sesiona una semana al mes) y Bruselas (donde el trabajo parlamentario ocupa tres semanas mensuales).
Ello no obstante, el Parlamento Europeo ha adquirido, mediante el Tratado de Lisboa, nuevos poderes en tanto que se ha establecido como entre “co-decisor” con el Consejo Europeo en materias sustantivas como la elección del presidente de la Comisión (el Consejo envía sus candidatos teniendo en cuenta los resultados de las elecciones europeas y el Parlamento decide por mayoría absoluta), el requerimiento de su anuencia para la elección del jefe de la política exterior además de varias decenas de nuevos temas como aceptar, rechazar y discutir la legislación europea vinculada con el mercado único, derechos laborales, asuntos agricultura, seguridad energética, inmigración, justicia, asuntos de interior, salud, fondos estructurales y vigencia de los derechos fundamentales (UE).
¿Son estos temas suficientemente atractivos como para comprometer un voto ciudadano que, en gran medida, no es hoy afín a la burocracia europea y cuando la devolución del poder de Bruselas a los Estados miembros ha devenido en una cuestión sustantiva en el debate político como posición opuesta al federalismo? Esta vez esperamos que sí porque el carácter de la democracia europea está en juego como resultado de una crisis estructural.
En buena cuenta ello dependerá también de los candidatos a presidir el Parlamento. En este escenario viejos políticos como el conservador Jean-Claude Juncker (Luxemburgo, Partido Popular) o el actual presidente Martin Schulz (Alemania, Alianza Progresista Socialista-Social Demócrata) quizás no tengan la oferta de cambio y legitimidad que se requiere (como probablemente tampoco la tenga la liberal Christine Lagarde preferida de The Economist en tanto dirige el FMI que, junto con el BCE y la Comisión Europea, ha integrado la “troika” que es percibida por muchos en Europa como prototipo de imposición antidemocrática en la gestión de la crisis). Sin embargo, al margen de estos candidatos, que parecen los favoritos, la oferta es amplia.
Los Estados liberales de América Latina sólo pueden esperar que la afluencia a estas elecciones en el corazón de Occidente sea voluminosa aunque el Parlamento Europeo carezca el poder atractivo de un foro nacional. Según van las cosas, sin embargo, esa esperanza podría no ser satisfecha.
Pero más interesantes y estratégicamente más importante serán las elecciones generales en la India. En ellas el frente que lidera el Partido del Congreso (el más tradicional, el que más ha gobernado desde 1947 ligado a la familia Nehru, a la imagen de Gandhi y cuyo representante es hoy Rahul Gandhi), que ha forjado una mayoría en la Cámara de 543 representantes, puede ser derrotado por Narendra Modi quien lidera el partido Bharatiya Janata.
Modi, antiguo y eficiente gobernador de Gurajat donde su gestión económica fue exitosa, carga, sin embargo, con el peso de no haber impedido la matanza de musulmanes en esa región en el 2002 influenciado por sus convicciones hindúes (y ésa no parece haber su única omisión en la materia). Su marcada identidad religiosa y su vocación nacionalista, que ahora atenúa, no permiten asegurar que su gobierno no incrementará fricciones con Pakistán a propósito de la confrontación violenta entre musulmanes e hindúes en el intensamente poblado estado de Uttar Pradesh (200 millones de ciudadanos) (TE) cercano a la frontera norte o que vaya más allá.
Este candidato es, sin embargo, apoyado por el empresariado, por el activismo anticorrupción (que tiene en el AAP su propio partido) que se imputa al gobierno en funciones y por el voto antimusulmán (The Economist) confiando más en su eficiencia que en su capacidad de controlar la violencia étnica y religiosa en un Estado que compite con su vecino por capacidad nuclear. Su oferta electoral (creación de empleo juvenil y fortaleza económica) en un país cuya perfomance va mejorando lentamente (este año crecerá 5.4% vs. 4.4% el año pasado y 6.4% en el 2015) pero por debajo del 6.7% Asia emergente y en desarrollo (FMI) y con serios problemas de ineficiencia y gobernabilidad puede encontrar serios obstáculos (entre ellos, el de carecer de una imagen nacional como la tiene Gandhi).
Focalizado en una mejor perfomance el BJP de Modi concentra su oferta en la creación de empleo (especialmente juvenil) mientras que el Partido del Congreso se concentra en políticas distributivas que privilegian la atención de la pobreza y atención de necesidades básicas (especialmente en la alimentación).
Pero más allá de sus contradicciones, este gigante imperfectamente democrático de 1.3 mil millones de ciudadanos, que probablemente persista en políticas de mercado moderadamente protegido y que tiene una posición geopolítica continental y marítima sólo comparable con China mantendrá su ruta democrática con la participación de 820 millones votantes iniciando una nueva etapa a mediados del próximo mes.
Más allá de las particularidades estratégicas de la Unión Europea y de la India, la solución de los problemas de orden interno (políticos y de mercado) de estos grandes representantes de distintas formas democracia en Occidente y Oriente es clave para la consolidación y ampliación liberal en el mundo. De ello se beneficiará América Latina cuyo esfuerzo al respecto sigue siendo insuficiente.
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