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Alejandro Deustua

Consideraciones Sobre la Dimensión Global del Liderazgo del Papa Francisco

La Iglesia Católica ha elegido un nuevo Papa y el Vaticano tiene, por tanto, un nuevo representante que debe confrontar graves problemas de gobierno (aunque el trabajo administrativo quede a cargo de un funcionario ad hoc) y de interacción con su global feligresía.


Como es evidente, además de las capacidades propias del elegido, su origen nacional influirá en la calidad de su liderazgo. Aunque éste pertenece al fuero personal del Papa, el hecho es que su elección ha alterado la tradición vaticana vinculada a la eurocéntrica configuración de su jerarquía. El origen no europeo del Papa, sin embargo, no implica, per se, un cambio estructural en la conducción de la Iglesia.


En efecto, el hecho de que el ex -cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio sea el primer Papa extraeuropeo, el primer latinoamericano y el primer jesuita en arribar a la máxima jerarquía vaticana implica un cambio fundamental en las reglas que han regido milenariamente la representación vaticana. Éste es producto del cambio fundamental de las circunstancias que vive el catolicismo que reclaman un nuevo liderazgo.


Pero, ello no implica un cambio de principios y normas que rigen el sistema vaticano ni su representación más allá de las correcciones necesarias para deshacerse de ciertas prácticas ineficientes y perversas y de las requeridas para una nueva proyección global de la Iglesia.


Al respecto debe entenderse que la decisión de alterar el origen geográfico del Papa proviene de un cuerpo colegiado regido por una densa cultura de la que participa Francisco, y que el margen de acción de éste estará limitado por una cerrada burocracia vaticana de códigos y entendimientos fuertemente institucionalizados. De materializarse los cambios que la opinión pública intuye que el nuevo Papa procurará, éstos corresponderán esencialmente a un modo de liderazgo, ocurrirán dentro del sistema vaticano y estarían vinculados a un tipo de agenda (quizás más social e interactiva) y a una moderada alteración de reglas y procedimientos requeridos para la nueva gestión papal. Es en ese ámbito que el liderazgo del Papa se manifestará con más visibilidad y, por tanto, en donde su representación será mejor reconocida.


Y éste comprende, aparentemente, los temas de gobernabilidad ya mencionados circunscritos a la necesidad de dinamizar y mejorar la conducción de la Iglesia contenidos en la metáfora de “caminar, construir y confesar” (los temas vinculados a la corrección moral de curas e instituciones financieras no han sido explícitamente mencionados porque el estilo sugestivo antes que preciso del discurso vaticano se mantiene, como es hasta ahora evidente).


Aunque el contenido de esas expresiones sólo se conoce en el Vaticano, éste podría interpretarse en su anunciado ánimo “evangelizador”. Es decir, aquél se reflejaría en la necesidad de mejorar el contacto con una feligresía de 1.2 mil millones de personas con el propósito de acercarla a la práctica del catolicismo reanimando la membresía nominal cuyo crecimiento global fue de apenas 0.04% en el 2010 (FIDES). Y quizás también se reflejaría en el propósito de captar nuevas “vocaciones” esenciales para la buena gestión religiosa, dado que el número de habitantes por sacerdote sigue creciendo como lo hacen las circunscripciones eclesiásticas y el número de obispos mientras decrece el número de clérigos (en 2010 estos últimos sumaban 412 236) (Idem).


Además, el ánimo “evangelizador” podría implicar el intento de modificar ciertos hábitos de la vida cotidiana de los católicos y de su ámbito político. Estos podrían centrarse en torno a los problemas de la inequidad social contemporánea dada la insistencia de Francisco en tratar los asuntos de la pobreza (como ocurrió durante su gestión en Buenos Aires) reiterada en su reciente prédica romana (la referencia al fracaso del comunismo y al eventual fracaso de un tipo de neoliberalismo que margina de las decisiones económicas las preocupaciones a la dignidad de las personas).


Estas materias pertenecen a la doctrina social de la Iglesia por lo menos desde que, a fines del siglo XIX, León XIII estableció en la encíclica Rerum Novarum el marco de trato de la Iglesia Católica con los problemas de la relación entre capital y trabajo. Aunque aún está por verse qué contendido preferirá Francisco destacar al respecto, el rol histórico del jesuita puede ayudar a explicar esta tendencia no obstante que al nuevo Papa se le conozca como centrista o conservador.


En efecto, el hecho de que Francisco pertenezca a una congregación que ha hecho del espíritu misionero y del contacto con nuevas poblaciones y sus necesidades básicas una razón de ser anuncia que el Papa procurará extender la influencia del catolicismo con esta perspectiva. Aquí, como en el caso de Juan Pablo II, Francisco podrá añadir a las cualidades y preferencias de su liderazgo jesuita las capacidades geopolíticas del Vaticano entendido como la superpotencia cultural que es.


Es más, es aquí donde el origen nacional del Papa puede desempeñar el mayor rol. Y es en este marco cultural y religioso (y nada más que eso) que el origen latinoamericano de Francisco tiende a procurar para América Latina un mayor sentido de presencia en el mundo disminuyendo, en consecuencia, su autopercepción periférica. Ello puede resultar en el proceso de reconfiguración de una identidad latinoamericana más próxima a Occidente (civilización de la que la Iglesia es fundadora) o más fácilmente reconocible como parte de él.


Si esa simbiosis es aprovechada por la política exterior de los estados latinoamericanos (como ya ocurre en algunos de ellos) y se atenúa las fracturas regionales, la influencia cultural y el prestigio de la región podrían incrementarse. Bajo esas circunstancias, el resultado puede ser el de la ampliación o la renovación del espacio civilizacional de Occidente, como ocurrió con Juan Pablo II en relación a Euro Central y del Este (cuya dimensión cristiana había sido congelada por el comunismo). En todo caso, este asunto no debe confundirse con fantasías sobre la nueva centralidad latinoamericana lograda por la aceleración de la distribución de poder. Quienes asumen que la elección de Francisco es muestra de esa centralidad lograda por la emergencia del denominado Tercer Mundo debieran tomarse un tiempo para respirar.


Pero más allá de esta divagación estructural, no es redundante insistir en que la elección de Francisco pudiera implicar una renovada extensión de la Iglesia Católica y que ésta pudiera concretarse en el fortalecimiento de una comunidad cristiana global (objetivo de Benedicto XVI) hoy en cuestión. Esta tesis vuelve sobre la que plantea la revitalización de un Occidente incluyente y renovado. Si ésta es una hipótesis de trabajo, su desarrollo será de larga duración y siempre que el Papa Francisco se empeñe en lograrlo congregando detrás de él no sólo al grueso del catolicismo sino a la compleja burocracia vaticana. Bajo las nuevas condiciones, el primer escenario donde ese potencial se concretaría es el americano. Al respecto debe tenerse en cuenta que México es el país latinoamericano con mayor proporción de católicos (84.9% de católicos nacionales equivalentes a 8.8% de la cantidad de católicos en el mundo), que Brasil es el país con mayor cantidad de católicos (con una proporción de católicos menor en relación a su población total-68.6%- tiene la mayor incidencia de católicos en el mundo -12.6%-) y que Estados Unidos, a pesar de su relativamente baja proporción de católicos nacionales (24%) representa al 6.8% de los católicos en el mundo (el doble que Colombia) (Pew).


Es decir, si a la principal base católica –la suramericana- se suma la norteamericana, un escenario hemisférico culturalmente más armónico podría lograrse a pesar de su actual fragmentación política si el catolicismo y el liderazgo papal juegan el rol que debieran en mejorar la convergencia de principios y valores en esta parte del mundo.


Un buen liderazgo del Papa argentino podría añadir a ese escenario, una variante: la creciente presencia cultural latinoamericana en Estados Unidos podría fortalecerse aún más si el líder vaticano logra consolidar detrás suyo a los “hispánicos”.


Más allá de que este desarrollo esté o no vinculado al incremento de la capacidad económica y política hemisférica, el hecho es que el sustrato demográfico del catolicismo en América Latina y en América es real. Y si lo es, su potencial geopolítico debe tenerse en cuenta para fines intrarregionales (América), extrarregionales (la relación entre América Latina, América y Europa, de un lado, y el vínculo con los países católicos del Asia –como Filipinas-, del otro) y globales (especialmente cuando la relación entre las diversas religiones –como lo muestra el caso islámico- ha adquirido nueva importancia).


Por cierto, la condición fundamental para que estos desarrollos civilizacionales progresen radica en que el nuevo liderazgo papal logre superar la crisis moral que generan clérigos de malos hábitos y dependencias vaticanas de lóbregas finanzas. Y que la Iglesia logre acercarse a los problemas de la vida cotidiana de los católicos (una mayor incidencia en la solución de los problemas de la pobreza, una mejor participación en la protección sexual contra el SIDA, p.e.) con sentido de modernidad y sin poner en cuestión principios básicos como la institucionalidad de la familia en países que siguen encontrando en ella el centro de su fundamento social.


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