30 de agosto de 2023
En su XV cumbre (Suráfrica), los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) acaban de reiterar su vocación de reforma de la gobernanza global en el marco de la ONU, de promover de manera sui generis el desarrollo y seguridad internacionales (incluida la solución del conflicto que se libra en Ucrania) y, especialmente, de incrementar su influencia en el sistema internacional.
Para ello han congregado a seis de veintitrés aspirantes y alrededor de cuarenta interesados de mercados emergentes. Los convocados (Argentina, Arabia Saudita, Egipto Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán) probablemente se incorporarán en enero de 2024.
Como es evidente, esa agrupación ha dejado de ser un acrónimo inventado en 2001 por Jim O’Neill (un director de investigaciones económicas de Goldman Sachs) que devino primero en una agrupación de las mayores economías emergentes, luego en un foro en busca de intereses comunes (celebró su primera cumbre en 2009) y ahora, en una entidad de propósitos comunes sobre reforma y cambio del orden global.
En el proceso de construcción de un régimen que lidere ese cambio, los BRICS ya no se basan sólo en la agregación de capacidades económicas, demográficas y diplomáticas sino que aspiran a convertirse en el centro de gravedad del arbitrariamente denominado “sur global” (un término que pretende reemplazar a la denominación “tercer mundo”) en medio del extraordinario desgaste y anacronismo del movimiento No Alineado y del G’77.
Si, en términos de poder económico potencial, O’Neil estimó, a principios de siglo, que el PBI agregado de los BRIC (Suráfrica no fue originalmente considerada) representaba, en términos PPP, 23.3% del producto mundial (8% en términos corrientes), superando al conjunto del G7, hoy esa participación ha aumentado a 26.3% (y creciendo a 29.3% con los nuevos miembros, (según cifras del FMI).
Estimaciones de dominio público agregan a ese peso los componentes demográfico (40.8% del total mundial y creciendo), exportador (25.1% de las colocaciones de mercancías si se considera a los nuevos miembros) y energético (de 20.4% a 43.1% con la incorporación de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos).
Si, sobre estas bases se puede estimar la dimensión de poder de la entidad (que para ser real debería expresarse en negociaciones multilaterales o ejercer la tradición corporativa iniciada por la OPEP, por ejemplo), su influencia tendrá una concreción geopolítica adicional en el África y el Medio Oriente (origen de la mayoría de los nuevos participantes).
En efecto la influencia multilateral de los BRICS puede ejercerse en el proceso de reforma del Consejo de Seguridad de la ONU (un proceso en marcha) o la arquitectura financiera y comercial internacionales que ya se discute. Al respecto, es posible que su liderazgo en ellas canalice, pero no determine, algunas de las aspiraciones de los países en desarrollo y de economías emergentes.
Ello es bien distinto a lograr una nueva y cohesionada organización de los remanentes del movimiento No Alineado o del Grupo los 77 estableciendo un frente de radical oposición a los países desarrollados o de Occidente. Los BRICS establecerían una nueva variante. Varias razones fundamentan esa alternativa.
Primero, nadie desea repetir el estruendoso fracaso de las organizaciones multilaterales del “sur” en la pretensión de un Nuevo Orden Económico Internacional por la vía de la confrontación. En el siglo XX, ese fracaso agravó la crisis sistémica del momento en perjuicio de los países en desarrollo.
Segundo, el “sur global” es una expresión retórica que refiere también a economías que han cosechado progresos de bienestar y menor desigualdad derivados de los procesos de interdependencia y globalización. Aquéllas no desean que las crisis de esos procesos (generadas, en buena cuenta, por disfunciones proteccionistas y mala gestión de los mercados por agentes de las grandes potencias) se agraven a través de desacoplamientos radicales o retornos a utópicos escenarios de autosuficiencia.
Tercero, porque el tejido de asociaciones económicas (p.e. acuerdos de libre comercio) entre países en desarrollo y desarrollados no sólo se ha ampliado enormemente sino que ha devenido en más complejos e institucionales perfilando mejor los intereses económicos singulares de los más débiles.
Cuarto, porque la confrontación de amenazas globales tiende a generar mayor cooperación entre países ricos y pobres. Y quinto, porque a la contienda económica entre grandes potencias, expresada en fragmentación global no concurren activamente, en general, los países medianos o pequeños que la padecen.
Sin embargo, la fuerte desaceleración global post 2008/2009 agudizada por la pandemia, ha generado un malestar convergente entre potencias medias muchas de las cuales plantean no sólo cambio de reglas sino de medios (p.e. alternativas al dólar) que los BRICS lideran.
De otro lado, se alega que los BRICS pretenden constituir una alternativa a Occidente que incluye una confrontación estratégica. Al respecto debe tenerse en cuenta que la agrupación actúa en el sistema internacional sobre convergencias mínimas al tiempo que sus miembros compiten entre sí en términos de capacidades con alineamientos bien diferentes. Para empezar, esas capacidades son tan asimétricas que suponer una fuerte unidad y cohesión en base al respeto de sus principios declarados (p.e. igualdad jurídica de los Estados) parece aún irrazonable.
En efecto, a nadie escapa la realidad de la preponderancia china en el grupo (su PBI más que duplica al producto agregado de sus socios BIRCS) aunque ésta no acarree subordinaciones disciplinadas de éstos.
Por lo demás, la “amistad sin límites” entre China y Rusia, expresada a propósito de la guerra en Ucrania, tiene las restricciones propias de los intereses globales y regionales chinos (Taiwán, el Pacífico) y de la mayor imbricación rusa (el potente socio menor) en Europa. De otro lado, la rivalidad estratégica entre China e India es manifiesta en términos regionales (p.e. en el Indo-Pacífico donde India coopera con potencias occidentales en el mecanismo de seguridad QUAD) mientras intenta mantener un equilibrio con Rusia en el marco de un mayor asociación actual con Estados Unidos (y Europa, en el caso de Francia p.e.).
Brasil, de otro lado, no sólo no es una potencia nuclear como sus socios chino, ruso e indio sino que ha suscrito el tratado de no proliferación nuclear mientras sus asociados se mantienen fuera de ese régimen fundamental (que, sin embargo, no puede inhibir la carrera armamentista a la que asistimos). Además Brasil tiene una variedad intereses primarios divergentes con China (p.e. en África -donde el vecino suramericano desea expandir presencia mientras la influencia china ya es patente allí- o en la OMC -p.e., en materia agropecuaria Brasil es una potencia exportadora y China una potencia proteccionista).
Finalmente, China y Rusia son potencias sistémicas establecidas (a pesar de la decadencia rusa) mientras que India y Brasil son potencias emergentes. Tales disparidades establecen jerarquías de poder dentro de los BRICS y polaridades más o menos visibles con bien distinta capacidad de atracción de alineamientos y bien diferentes zonas de influencia.
Y, aún considerando que los BRICS presentan diversas percepciones del mundo, éstos, sin problemas de seguridad vital similares, socios de origen civilizacional distintos y bien heterogéneos rivales, difícilmente pueda considerase como un bloque o una alianza anti-occidental efectiva y plena.
En cambio, sí pueden organizar propuestas de desarrollo, ambientales y de gobernanza con algunos principios y normas similares y hasta afanes institucionales como se han evidenciado en Suráfrica. Y en el ámbito sistémico, ciertamente pueden concretar, progresivamente, distintas polaridades de diverso potencial.
Frente a estas circunstancias, el Perú debe fortalecer con sus vínculos con Occidente mientras explora mayores vinculaciones extrarregionales y con estamentos como los BRICS.
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