Bolivia Renace
- Alejandro Deustua
- hace 2 días
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21 de octubre de 2025
Salvo por sus dictaduras, el continente americano celebra el retorno de la democracia a Bolivia y la desaparición del centro suramericano de un foco de inestabilidad y desintegración. La resiliencia de la oposición boliviana frente al destructor régimen del MAS y una inmensa crisis producto del monumental dispendio masista (estimada en US$ 60 mil millones) lo ha hecho posible.
Tras su triunfo, el presidente electo Rodrigo Paz ha invocado una nueva vocación restauradora. A la orientación económica resumida en el eslogan “capitalismo para todos” se ha agregado hoy “Dios, patria y familia” como lema político.
El primer eslogan indica que la orientación liberal de conducción económica será acompañada por políticas de protección social selectiva. El segundo, marca una ruptura esencial con el modelo nativista y de inventada cosmovisión indigenista que Morales agregó a su desintegrador planteamiento plurinacional.
Este eslogan político desea rescatar principios fundamentales de la sociedad boliviana antes que imprimir el tinte conservador y autoritario que suele identificar a esa expresión. Pero si Paz tuvo que esperar al triunfo electoral para lanzarlo ello indica que, a pesar de que el MAS apenas lograra el 3% en la primera vuelta, la latencia de la liturgia de Morales, de la aspiración a la dádiva como política y su disposición confrontacional sigue siendo intensa.
Ese factor anuncia lo difícil que será para el congregante presidente gobernar procurando una reconciliación universal. Aunque su partido Demócrata Cristiano es el más votado en la Asamblea Legislativa Plurinacional (diputados y senadores) éste requerirá de alianzas para lograr los dos tercios necesarios para aprobar ciertas leyes esenciales. Esa mayoría se obtendría con la cooperación de la alianza liderada por Jorge Quiroga (Alianza Libre). Teniendo en cuenta convergencia esenciales de principios entre ambos líderes frente a una crisis mayor, sería natural que esa asociación funcione. Pero una militancia de múltiples orígenes en ambas organizaciones puede dificultarla.
Mucho dependerá, por tanto, de la fortaleza de los liderazgos. El de Paz proviene de la experiencia (alcalde, diputado y senador por Tarija), de la tradición familiar (hijo del ex-presidente Jaime Paz, sobrino-nieto de Víctor Paz Estenssoro -el más determinate presidente de la segunda mitad del siglo XX boliviano) y de una historia de exilio que marca su preocupación internacional.
Pero también dependerá de la precisión de su programa de gobierno. La definición de “capitalismo para todos” deberá tener en cuenta que la imprescindible apertura del mercado no beneficiará de inmediato a todos, que la reducción tributaria no parece compatible con el déficit fiscal de -10% y que los “bonos sociales” no son propios del capitalismo y sólo serían viables si el financiamiento del que se carece estuviera a la mano (la disponibilidad de crédito por US$ 3500 millones es para el sector público). Además, la concurrencia de la inversión privada, luego de 20 años de obstrucción socialista, será lenta y condicionada a la recuperación de la confianza.
De otro lado, el presidente electo, a diferencia del ex -candidato Quiroga, ha preferido no privilegiar al principio la participación de los organismo multilaterales en la estabilización de la economía boliviana. Pero dada la gravedad de la crisis (recesión por dos años de contracción por debajo de 1% y sin proyección) y la necesidad de garantías institucionales para acceder al mercado de capitales, el presidente electo recurrirá, más temprano que tarde, a esas fuentes. Al respecto, su experiencia debe indicarle que reducir el gasto, reformar el estado, descentralizar el presupuesto y vencer a la corrupción no es suficiente para lograr el rápido acceso a divisas que el gobierno del MAS ha dilapidado ni para afrontar la esencial importación de combustibles antes de que la economía (especialmente el sector agropecuario que ha sido destinatario principal de diesel) se paralice agravando la recesión actual.
Con reservas internacionales de apenas US$ 2 mil millones frente a subsidios inabordables, una deuda del 95% del PBI y abrumadoras necesidades de importación de combustibles (el enorme recurso energético boliviano ha sido festinado por Morales sin que se hayan promovido inversiones en el sector mientras las exportaciones han desaparecido), la subsistencia económica de Bolivia no aguanta experimentos. Y menos si la población padece una inflación de 26%, escasez de confiable medio de cambio y de provisión de servicios básicos. Ello alimenta la informalidad de 66% (igual que en Perú) y el apetito del crimen organizado que ha convertido a Bolivia en fuente inagotable del narcotráfico y contrabando que retroalimenta en el altiplano el desborde criminal en el Perú.
La otra cara de la moneda consiste en la reapertura de Bolivia a la cooperación con los vecinos y a la normalización de relaciones con Estados Unidos y con empresas extranjeras en paralelo a la cancelación del vínculo privilegiado con las dictaduras latinoamericanas y la limitación de las extrarregionales. El Perú debe poner de su parte.
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