El futuro presidente Biden, esperamos, recuperará el prestigio de los Estados Unidos y, por tanto, su influencia y liderazgo externos pero no necesariamente su primacía.
El contraste entre su experimentado conocimiento del sistema internacional y el del Sr. Trump y su disposición a recuperar aliados, revaluar capacidades militares y restaurar la diplomacia indican lo primero.
Sin embargo, la emergencia de potencias mayores, el cambio del balance de poder y del escenario económico y social en un mundo en abrumadora crisis cuestionan su preponderancia.
A pesar de ello Biden no pretenderá un “nuevo orden” sino la corrección de los desequilibrios existentes bajo liderazgo estadounidense.
Según un reportaje del Council of Foreign Relations, Biden tiene claro que China y Rusia son dos formidables adversarios sobre los que debe imponerse.
El “autoritarismo hi-tec” chino deberá ser confrontado geopolíticamente por el “mundo libre” a través de alianzas con Australia, Corea del Sur, Japón e Indonesia. Y en términos económicos China deberá cumplir con las reglas del comercio internacional y cancelar su conducta depredatoria en mercados norteamericanos. Ésta será enfrentada con retaliación ad hoc en lugar de las amplias barreras arancelarias de Trump y quizás alguna revisión del tratado de comercio suscrito por éste.
La cooperación con China será viable en la reducción de armas nucleares, el cambio climático y la negociación con Corea del Norte con el objetivo real desnuclearizarla.
Con Rusia, el presidente Biden responderá a sus intentos de dividir a Occidente mediante el fortalecimiento de la OTAN, el despliegue militar en Europa del Este, el mayor apoyo a Ucrania y la denegación del deseo ruso de engrosar el G 7.
En el campo económico Biden empezará por la recuperación del mercado norteamericano recurriendo a programas de inversión (especialmente en infraestructura y tecnología) y de compras locales en el entendido de que la “seguridad económica es la seguridad nacional”. El laissez faire no será el criterio de la hora.
En este campo el liderazgo norteamericano procurará la reforma del sistema mundial de comercio (no una alteración esencial) mientras que su apoyo a acuerdos de libre comercio dependerá de que éstos cuenten con normas sobre medio ambiente, laborales y de inversión.
Una negociación para el retorno de Estados Unidos al acuerdo transpacífico es probable así como se asegura un retorno al acuerdo nuclear con Irán y al acuerdo contra el cambio climático (la principal amenaza a la seguridad nacional).
En el trato con potencias medianas o menores resalta el Medio Oriente (apoyo a Israel y a la “solución de dos Estados”, presión al “gran desestabilizador” (Irán) y reconvención de la práctica de Arabia Saudita de asesinatos políticos.
América Latina vuelve al trato “en la fuente” del problema migratorio (asistencia económica), a la salida electoral en Venezuela y el apoyo a Guaidó y a una preferencia por Colombia y Panamá. Sobre el resto de Suramérica hay silencio. Ésta deberá buscar sus cartas.
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