12 de noviembre de 2024
La “Semana de Líderes de la APEC” que finalizará con la reunión de los Jefes de Estado y de gobierno de ese foro el próximo 16 de noviembre debería culminar exitosamente siempre que su desarrollo procesal (que se inició a fines del 2023) no sea alterado por alguna confrontación entre líderes políticos participantes (especialmente de Estados Unidos, China y Rusia -que no estará representada por su presidente-), por alguna emergencia externa o por la protesta interna motivada por problemas de inseguridad ciudadana.
En efecto, el proceso diplomático marcha bien tras 270 reuniones realizadas, en su mayoría, en cinco ciudades peruanas (Lima, Pucallpa, Cusco, Trujillo, Arequipa) a las que concurrieron 7600 delegados (y a los que se sumarán los funcionarios asistentes a la cumbre final), con dos decenas de documentos aprobados por consenso (15 de los cuales ya han sido formalizados). Ese proceso, sin embargo, no escapa a la vigencia de un contexto internacional extraordinariamente conflictivo.
En el caso de que el proceso diplomático y su maquinaria burocrática logren superar la desavenencia entre los participantes más poderosos, el Perú habrá ganado en prestigio tras haber encabezado tres reuniones APEC (2008, 2016 y 2024). Ese resultado es probable teniendo en cuenta que en 2008 el proceso organizador superó el impacto de la crisis financiera internacional y en 2016 ocurrió lo mismo en torno al impacto de la desaceleración china y de la crisis política interna iniciada ese año sin encontrar aún término. Si en 2024 el proceso supera las fricciones propias de la crisis sistémica, el éxito será diplomático antes que político.
Éste se habrá logrado en torno a una agenda comprometida en la reunión APEC de San Francisco (2023) expresada en el lema “empoderar, incluir, crecer”. Entre otros temas, aquélla incluye asuntos de inclusión de agentes informales (largamente mayoritarios en economías como la peruana), transformación digital, potenciación de pequeñas y medianas empresas y el abordaje del extraordinario incremento de barreras arancelarias en el comercio internacional.
Esta temática puede tratarse (pero no necesariamente corregirse) en el foro APEC en tanto éste se fundó (1989) con el doble propósito de promover la cooperación económica entre sus miembros (originalmente doce) y la apertura del comercio y el flujo de inversiones en la denominada “región” del Asia-Pacífico. Al respecto debe recordarse que los acuerdos del caso no son vinculantes (su implementación depende de la discrecionalidad de las partes).
Los ejemplo de avance parcial (que es una forma de incumplimiento) están a la vista e incluyen a acuerdos principales de la APEC. Así los “Objetivos de Bogor” (Indonesia) implicaba apertura de los flujos de comercio y de inversión de las “economías” de los países desarrollados miembros en 2010 y de los países en desarrollo en 2020. Al respecto se lograron avances importantes pero no resultados plenos. En ese marco se comprometió en 2020 la “Visión de Putrajaya 2040” (Malasia) centrada en una más dinámica interconexión comercial y de inversión, la participación de personas y empresas en la innovación y digitalización de las economías y la promoción del crecimiento “sólido, equilibrado, seguro, sostenible e inclusivo” de los miembros.
Sin duda que los países de la APEC lograron avances significativos en la desgravación del comercio (hoy se han reducido a 5.3% en promedio) pero no han logrado avanzar hacia una única zona de libre comercio (en lugar de ello se han arraigado varios procesos subregionales de integración en el área). A pesar de ello, y en el tránsito de un acuerdo a otro, la zona APEC representa hoy 62% del PBI mundial, 48% del comercio y 39% de la población global mientras que sus miembros aumentaron de 12 a 21.
El Perú se ha beneficiado de ello orientando en al área el 68.5% de sus exportaciones y acumulando en ella el 66.7% de su intercambio total.
Pero esta macrodata, que se emplea como muestra irrefutable de la importancia de esa agrupación regional, debe tratarse hoy con mayor detalle y cuidado.
En primer lugar porque la APEC, que nació al impulso de la apertura económica que caracterizó una nueva etapa de globalización liberal al término de la Guerra Fría, está inmersa en un nuevo escenario marcado por el proteccionismo unilateral y por el desarrollo de políticas industriales que requieren de planificación estatal (que, salvo por Japón, antes eran más propios de los países en desarrollo de la zona). El “modelo APEC” está explícitamente en cuestión en tanto las economías mayores (Estados Unidos, China, Japón) lo orientan hacia esas prácticas que, aunque se debaten, tienden más bien a incrementarse (como ocurrirá con la primera potencia bajo la administración Trump quien, en 2017, dispuso el retiro de Estados Unidos del mayor acuerdo de libre comercio del área -el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica- dando lugar al Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico -CPTPP- que no cuenta con su participación)
En segundo lugar porque el comercio internacional apenas crecerá este año 2.7% por debajo del PBI global cuando entre 1995 y 2007 crecía al doble de ese indicador. Si en 2008 la relación PBI/comercio se estancó, ésta ha procedido a contraerse por primera vez en el siglo (UNCTAD). Ello refleja el impacto del proteccionismo pero también la desaceleración china (potencia que establece, desde su incorporación, obstáculos al comercio) mientras el comercio intrarregional de la ASEAN -un ejemplo de integración- cae y los acuerdos latinoamericanos vinculados al área (la Alianza para el Pacífico) son comercialmente insignificantes.
En tercer lugar, porque la APEC no plantea mayor cooperación para diversificar las economías que dependen de exportaciones de commodities ni promueven adecuadamente el eficaz complemento del desarrollo tecnológico con medidas que no desplacen fuerza laboral. Lo primero es doblemente importante para los miembros latinoamericanos por dos razones: la consolidación de un patrón de relación Norte-Sur en la “región” APEC y el predominio asiático sobre el latinoamericano en ella que incorpora un problema geopolítico a una deformación estructural.
En cuarto lugar porque la disposición política a la cooperación en APEC tiende a diluirse en un escenario que alberga el mayor conflicto sistémico (la rivalidad entre Estados Unidos y China -y su asociación rusa que puede escalar la beligerancia en el área), a asociaciones geopolíticas antagónicas y a una inestabilidad creada por conflicto vecinales (especialmente en la zona marítima periférica de China que implica a un conjunto de países del Sureste y Este asiáticos).
Y en quinto lugar, porque esos conflictos se ambientan en un Océano Pacífico fragmentado que complica la definición de la APEC como la región “Asia-Pacífico”. En efecto, el mar del sur de la China tiene una problemática bien diferente a la del denominado Indo-Pacífico mientras que el área latinoamericana de ese océano no tiene denominación geopolítica que no sea la que le brinda (a escala menor) el resguardo norteamericano de esa zona. Para el Perú, esta situación debiera merecer la mayor atención tanto en relación a la APEC como al comportamiento expansionista de China en el área.
Pero el foro que culmina en Lima esta semana preferirá prescindir de esa preocupación. Más aún cuando, cuando el presidente Xi Jingpin subrayará la importancia geopolítica que para China tiene su presencia en costas suramericanas inaugurando personalmente -y en visita de Estado- el puerto “privado” de Chancay.
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