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  • Alejandro Deustua

Amenaza Colectiva

La pandemia que nos agrede universalmente es, por definición, un problema global. La velocidad con que se esparce el virus sin respetar fronteras, su inmensa cobertura (188 países y territorios) e intensidad de afectación (400 mil infectados y 14500 fallecidos en progresión creciente –OMS-), la gran contracción económica generada (el FMI espera una recesión este año) y la fuerte pérdida de conectividad global (especialmente del transporte) no dejan lugar a dudas sobre su naturaleza.


Sin embargo, la aproximación a la amenaza librada a la decisión de cada Estado en ausencia de liderazgo internacional, los mecanismos de coordinación económica y financiera que no llegan a la acción conjunta y su tratamiento como un problema de salud antes que de seguridad colectiva indica que la gravedad del momento es confrontada como un amenaza internacional, no global.


Esta aproximación no tendría por qué ser un error si se tiene en cuenta que la pandemia tiene un origen territorial (China), el aislamiento social requiere de acciones nacionales geográficamente delimitadas (p.e. el cierre de fronteras) mientras los grados de afectación varían de país en país.


Pero si el contexto de esta aproximación está marcado por un fuerte proteccionismo, evidente conflictividad sistémica que involucra a superpotencias, fragmentación de principales centros de integración y debilitamiento social dentro de cada Estado (lo que transformará su composición interna y su posterior reinserción externa) el resultado puede ser el de mayor conflicto o de aún menor solidaridad.


Ello ha sido patente en la reciente reunión del G20 (Arabia Saudita) en que ninguna acción ha sido tomada a la espera de una cumbre de la entidad, en el tenue pronunciamiento solidario del Secretario General de la ONU (que ha dejado el liderazgo en manos de una OMS carente de las capacidades requeridas), la ausencia de medios económicos suficientes del FMI (que ha declarado una disponibilidad de US$ 1 trillón para la emergencia global (cuando Estados Unidos discute un programa interno de US$ 2 trillones) y la necesidad de reposición financiera de esquema de combate de desastres que parece desprovisto.


Tales pasivos reclaman que la definición del problema, por razones prácticas y no académicas, se replantee como global con el propósito de generar responsabilidad colectiva. Si esto ha sido posible en el trato del cambio climático (COP 22, París) la experiencia debería poder reeditarse sin que ello implique evasión de responsabilidades nacionales.


No es ésta la única solución pero es una alternativa que deberíamos llevar al Consejo de Seguridad de la ONU teniendo en cuenta los escenarios dramáticos que cada país maneja. Especialmente cuando las complicaciones de los países en desarrollo para atajar la epidemia no se superarán rápidamente y su vulnerabilidad económica irá in crescendo mientras la aversión al riesgo empuja una fuga de capitales que ya es de US$ 83 mil millones según el FMI.


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