Aunque la estructura del sistema internacional no ha variado en términos de jerarquía predominante en el 2007, sí han aparecido en ella cambios destacables. Ésta se ha producido en un escenario de mayor distribución del poder, mayor número de actores relevantes, mayor propensión al conflicto y menor capacidad de regulación (aunque con grandes diferencias de incidencia regional en ese proceso). En efecto, la condición de Estados Unidos como única superpotencia se ha mantenido en el año. Para ello basta constatar que ésta no ha perdido capacidad militar (medida en términos de gasto) ni capacidad económica (medida en términos de jerarquía global del mercado nacional). Aunque el 46% del gasto militar y el 27% del PBI globales atribuidos a Estados Unidos en el 2006 hayan disminuido en el 2007, ésta dimensión de poder está aún lejos de ser desafiada estructuralmente confirmando el horizonte de largo plazo para que ello ocurra.
En efecto, en el 2006 el Reino Unido y Francia superaban a China en gasto militar con apenas 5% cada uno aproximadamente mientras que en términos de mercado China era responsable del 6% (sólo la Unión Europea tomada en su conjunto superaba a Estados Unidos en dimensión económica). Esa gran brecha se ha estrechado en el 2007 entre las grandes potencias.
Pero lo novedoso no es eso sino la mayor acumulación de poder por potencias emergentes -los BRICs- que definen, en la práctica, una nueva categoría de Estados. Si bien su mayor impulso en el 2007 no altera el comando de la estructura, sí altera su conformación aunque no de manera revolucionaria aún.
Esta fenomenología ha sido acompañada por la pérdida de eficiencia en la aplicación del poder norteamericano en el último año. Ello ha sido palpable en las guerras de Irak y Afganistán, (donde a pesar del progreso observado en el último semestre, la fuerza norteamericano no ha logrado ordenar plenamente el escenario), en la emergencia de la crisis hipotecaria norteamericana devenida en crisis financiera con proclividad recesiva, en la erosión del dólar como divisa de reserva y en la pérdida de capacidad ordenadora en el ámbito de la seguridad colectiva (los límites operativos de la principal alianza -a OTAN-) y del multilateral (la Ronda Doha de la OMC que sigue entrampada sin que Estados Unidos pueda hacer demasiado al respecto el año pasado -aunque se esperen logros en el 2008-). Sin embargo, a pesar de ello, en ninguno de estos escenarios se puede prescindir del poder norteamericano ni de la realidad de su prevalencia.
Éste, sin embargo, ha sido crecientemente contestado por potencias reemergentes en el campo estratégico (como Rusia especialmente en los países de la CIS, los Balcanes -Serbia- y en el Medio Oriente -más concretamente, en Irán-) y por potencias emergentes especialmente en el campo económico (y, en menor media, en el campo militar).
Estas últimas, consideradas individualmente, han ganado notablemente en status e influencia. Este es el caso de China e India a las que por su tamaño y tasa de crecimiento, se les atribuye ahora la condición de "motores alternativos" de la economía global. Aunque éste no es el caso de Brasil o Sudáfrica, que aún tienen roles y capacidades de menor alcance, la emergencia de los BRICs sí ayudan, a través de China e India, a establecer una nueva categoría de poder alcanzando un posicionamiento importante en la estructura del sistema. Por lo demás, ello diferencia a este grupo de Estados del conjunto de los países en desarrollo.
Esta tendencia al cambio ha generado más fricción que cooperación en el 2007. En efecto, el desborde de la crisis financiera norteamericana al resto de los países desarrollados y su contagio bancario ha mostrado escasa predisposición a la cooperación. La excepción ha sido la intervención más o menos coordinada de los bancos centrales norteamericano y europeo mostrando la debilidad de la capacidad reguladora del sistema financiero global.
En el escenario estratégico, el incremento del poder y la disposición a emplearlo parcialmente mostrado por potencias mayores como Rusia, a acumularlo en el caso de potencias intermedias como China, India o Israel o a acumularlo y usarlo hostilmente por potencias menores como Irán o Corea del Norte ha sido complementado por la recuperación de la naturaleza distintiva del interés nacional y la vigencia del Estado en el sistema. En los casos mencionados, esa confirmación confirmó también la tendencia fragmentadora de un escenario que mostró mayor consenso -aunque quizás no cohesión- en la década pasada.
Si esa tendencia se ha generalizado, ésta ha sido compensada en alguna medida por el incremento de la interdependencia económica global. Ésta ha mostrado un par de características distintivas. La primera ha sido la discusión sobe el denominado"descacoplamiento" de la economía norteamericana del resto del mundo y viceversa señalizada por la aparente menor vulnerabilidad de los países en desarrollo relevantes y, especialmente, por la capacidad sustitutoria de la superpotencia por China e India como locomotoras del crecimiento.
Sin embargo, a la luz de ciertas evidencias como la incidencia del mercado norteamericano en el superávit comercial chino, por ejemplo, ése no es un "escenario real". La discusión seria al respecto gira más bien en torno al incremento del rol de las economías con influencia en el mercado global.
La segunda característica del incremento y variación de la interdependencia observada en el 2007 ocurrió en el ámbito financiero. Ella se mostró por el aumento del número de Estados relevantes "en desarrollo" que han invertido en el sostenimiento del mercado de bonos, en el sistema bancario y en otros sectores de las economías desarrolladas a través, por ejemplo, de fondos soberanos.
A ello se ha sumado el incremento de acuerdos comerciales de libre comercio entre desarrollados y en desarrollo y entre éstos entre sí supliendo las deficiencias del sistema multilateral de comercio.
En el ámbito regional, el incremento del comercio intrazona ha seguido intensificándose generando progreso. Como ejemplo destacan la Unión Europea y el Asia donde el incremento del comercio intrarregional ocupa un lugar predominante (la UE) o equivalente al extrarregional (el Asia).
Lamentablemente, esa tendencia se muestra en América Latina con mucho menor intensidad. Aunque creciendo (especialmente en el ámbito intrahemisférico) e impulsada por la emergencia de multinacionales latinoamericanas y por la inversión "más allá de las fronteras", ésta ha sido contrarestada por la pérdida de consenso liberal.
En efecto, el retroceso de los regímenes promotores y de la democracia representativa y del libre comercio en la región ha sido manifiesto en el 2007 con el agravante de que las potencias antisistémicas (Venezuela, Bolivia) expandieron su radio de influencia generando parciales pero notorios grados de convergencia con potencias mayores en la región (Argentina, Brasil) sin que éstas hicieran mayor intento por contenerlas. Esa incidencia podría empezar a inhibirse este año.
Este conjunto de tendencias pueden acelerarse en el 2008 si el escenario recesivo no es atajado y si los escenarios de conflicto mayor (el Medio Oriente, Asia del Sur y parte de Eurasia) no son adecuadamente manejados. En ese caso, amenazas globales como el terrorismo o las que provienen del deterioro ambiental pueden desempeñar un rol catalizador negativo.
En cambio si Estados Unidos logra contener la crisis económica y acelerar el progreso en el Medio Oriente, la Unión Europea logra transforma en mayor eficiencia su incrementada cohesión institucional (el Tratado de Lisboa), China logra coadyuvar a la estabilidad global (p.e. mediante un política monetaria menos expansiva) y si la Ronda Doha tiene éxito, el 2008 puede atenuar las tendencias conflictivas mostradas en el 2007.
Pero atenuar no implica desaparición de tendencias ya fuertemente encaminadas hacia una mayor distribución internacional del poder en el sistema. Esa puerta ya está abierta aunque aún para beneficio de unos pocos.
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